Único en el mundo, regalo de los dioses, el vino de los zares... En la Isla de Pico, una pequeña ínsula azoreña perdida en el Atlántico y custodiada por el volcán que le da nombre, se produce uno de los vinos más selectos del mundo. Se trata de un vino dulce totalmente natural, con siglos de historia a sus espaldas y una elaboración singular cuyo secreto forma parte de un legado de varias generaciones.
Czar, zar en español, lleva el nombre de los gobernantes del Imperio Ruso que durante siglos enviaron barcos a la Isla de Pico para adquirir su codiciado tesoro ambarino. Los zares fueron los principales consumidores de estos vinos durante los primeros años de Pico, porque eran demasiado caros para la gente común, y también mucho más difíciles de conseguir, ya que solo estaban disponibles en áreas muy concretas y por tiempos realmente limitados.
No es un mito. Todo esto se sabe gracias a los escritos y a los albaranes que hoy se conservan, y al hecho de que en 1917 se encontraran grandes cantidades de botellas de este vino tradicional en las bodegas del palacio del Zar Nicolau II. Czar es, en la actualidad, la herencia del vino servido durante siglos en las mesas de papas, reyes, emperadores y zares.
Producido en los viñedos centenarios de Lajido da Criação Velha, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, es un vino que puede parecer encabezado, pues su aroma y su sabor recuerdan a los oportos o a los jereces abocados, sin embargo, no tiene adición de ningún tipo de alcohol, azúcar o levadura. Supera naturalmente los 18 grados, algo que asombra a la mayoría de los enólogos del mundo y que lo hace único.
Esta virtud se debe a las características peculiares de la uva verdelho de esta región, que crece sobre suelo volcánico, y al deshoje de la vid días antes de la vendimia para asegurar el proceso de maduración. Así, su composición varía en función de la madurez de la uva y de las condiciones climáticas del viñedo.
No todos los años se alcanzan los estándares necesarios para elaborarlo, de ahí la escasez de botellas (alrededor de 860 unidades), su precio (marcado en 490 €), y la expectación. La lista de espera para adquirir cada añada de Czar antes de salir al mercado es, sencillamente, apabullante.
El sudor de dos generaciones
«Hay que ser muy obstinado para no abandonar esta forma tradicional y ancestral, pero maravillosa, de hacer vino», aseguran los conocedores de Czar. Y es que si hoy en día tenemos la suerte de probar esta joya líquida es gracias al esfuerzo, y quizás también a la cabezonería, de una sola persona.
Fortunato García continúa hoy el trabajo que aprendió de su padre, José Duarte García, manteniendo el mismo sueño de hacer renacer el vino histórico de la Isla de Pico. «Un vino de tozudez y pasión».
Tras la muerte de José, en 2007, Fortunato, el único hijo que lo había acompañado en las labores de la viña y la elaboración del vino, decidió asumir el proyecto. Tuvo que hacerlo. «Ninguno de mis hijos seguirá produciendo este vino y desaparecerá», le suplicó su padre a principios de los años 60. «Mi padre ha sido el mentor y líder en este afán, él es la razón por la que existimos, y por eso su nombre está en la etiqueta todos los vinos. De esta manera, nuestra orgullosa historia familiar está tanto en el exterior como en el interior de cada botella», responde Fortunato.
«Sería una verdadera lástima que el consumidor se decantara únicamente por los vinos fáciles y dejara atrás estos vinos más complejos, considerados únicos en el mundo», promueve el elaborador. Con esta máxima, en sus manos Czar dio un salto desde la tradición hasta convertirse en un producto de lujo.
Fortunato alargó el tiempo de crianza con la expectativa de mejorar la calidad y complejidad de este vino del pasado, de cosecha tardía y no fortificado, pero se mantuvo fiel a los conocimientos transmitidos por su padre y a su deseo de preservar la leyenda.
«Cada vino es una historia que nace de la pasión, y en Czar Wines hemos intentado proteger esta deliciosa narración durante más de 500 años. Por eso cada vino es un tesoro invaluable que ha sido colocado con amor dentro de una botella para que pueda ser saboreado y compartido», asegura.
Un viñedo imposible
Las cepas de las que proviene Czar se encuentran en Criação Velha, un viñedo que en 2004 fue reconocido como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco debido al extraordinario paisaje creado por el hombre en el que se encuentran, un ejemplo destacado de la adaptación de las prácticas agrícolas a un entorno remoto y desafiante como es el de esta isla volcánica de las Azores. La palabra heroica se queda corta para definir la viticultura en este punto del mapa.
«En Pico, la única zona que permite replantar e injertar nuestras variedades autóctonas es Criação Velha. La única donde encontramos viñedos centenarios, necesarios para producir este tipo de vino. Por eso únicamente tenemos viñedos allí», destaca Fortunato.
Las vides en Pico se siguen plantando como antaño, dentro de las fisuras de una roca de lava sólida, protegidas del mar y el viento salino, de la maresía, como dicen en Portugal, por un patrón imponente de largas paredes de piedra lineales, ordenadas hasta formar una extensa red de recintos amurallados.
La panorámica sobrecoge; más que un viñedo parece una necrópolis de alguna civilización pasada, las ruinas de un remoto santuario donde aún se respira y se siente el ritual de vendimias lejanas. Los isleños cuentan que hubo un tiempo en que, colocados en línea recta, todos estos muros de piedra habrían rodeado el globo, por el ecuador terrestre, dos veces.
En Criação Velha solo hay plantadas tres variedades endémicas y casi olvidadas: verdelho, arinto dos Açores y terrantez do Pico. Y se siguen prácticas agrícolas sostenibles y tradicionales cuyos orígenes se remontan al siglo XV. No importan las dificultades, el volcán marca las reglas. Lo único que vale es mantener intacta la herencia, la historia y la integridad de Czar, el vino de los zares.
Según el viñador, el mejor marketing para su vino hoy es utilizar la simbología y el modelo iniciado por su padre. «Ahora lo estoy viendo», asiente Fortunato García. «Toda esa terquedad y pasión que él me transmitió está dando sus frutos. Empieza a merecer la pena tanto trabajo, tanto esfuerzo incansable. Mi sueño es que esto nunca desaparezca. Continuaré lo que él comenzó, produciendo solo vinos de la más alta calidad. Porque ellos lo merecen y porque pretendo dejar una gran herencia y un legado a mis propios hijos».