Barcelona sigue renovándose a golpe de cuchara. La cocina marca tímidamente el pulso de una ciudad que se actualiza con nuevas aventuras y otras ya emprendidas que refrescan sus propuestas. La buena mesa está asegurada por chefs de primera orden y cartas consolidadas que abren paso a valientes sorpresas que se aferran a sus raíces catalanas sin perderlas de vista. Aquí te traemos algunas de ellas.
Brabo (Sèneca, 28)
Lo que Rafa Panatieri y Jorge Sastre llevan a cabo en Brabo es un acto de fe que, por suerte para nosotros, les ha salido maravillosamente bien. El calor sirvió para hornear las pizzas que elaboran en Sartoria Panatieri, pizzería de referencia en Barcelona y más allá, y el calor les sirve ahora para, a través de las brasas, perpetuar una cocina elegante pero sin pretensiones, donde la sencillez del producto destaca por su calidez y calidad. Por su parrilla, que ilumina y hace acogedor al local, pasan carnes maduradas, verduras de temporada y un pan fermentado tipo roti indio que ha encandilado a la ciudad.
Batea (Gran Via de les Corts Catalanes, 605)
Este rinconcito de Galicia en el corazón de Barcelona, con Manuel Núñez y Carles Roman en cocina, y Marta Morales en sala -mismo equipo al frente de Besta Barcelona desde 2021- se ha convertido en la marisquería del siglo XXI. Un cruce de caminos entre el Atlántico y el Mediterráneo donde el producto en su máxima frescura y esplendor toman sentido y dan su mejor versión en algunos de los mejores mar y montaña que se disfrutan en la ciudad.
Bocados divertidos como lo son su gilda, con mejillón, piparra y tomate confitado, o su moluscada fría donde la navaja, el carneiro y la almeja son los indiscutibles protagonistas; a estos le siguen otras elaboraciones que pasan también por el fuego, como las colitas de rape fritas.
La Xarxa (Plaça Molina, 2)
Esta casa de comidas seguirá siendo una institución allá donde se enmarque. También lo es desde el coqueto local que ocupa con alma de bodega y que ha mantenido su esencia en la Plaça de Molina. Misma cocina, honesta y sosegada, con raíces catalanas, y mismo servicio, el impecable que ejecuta un equipo fiel que reivindica un oficio que se encuentra amenazado.
El producto y los guisos sencillos son insignia de la casa donde la croqueta es la reina y la antesala a platos como los guisantes con yema y butifarra o la tortilla de bacalao hecha al momento, por mencionar un par. Nos quedamos con las ganas de más, como sus callos con ‘cap i pota’ y garbanzos o los macarrones rellenos de carrillera en su jugo.
Ikoya (Av. de Frances Cambó, 23)
Este proyecto liderado por el chef Hideki Matsuhisa e Iñaki López de Viñaspre, al frente del Grupo Sagardi, es un punto de encuentro entre el producto y la pulcritud de la técnica japonesa, con las brasas como hilo conductor.
Una amplia y ambientada Izakaya que cuenta con una de las cartas de sakes artesanales más selectas y diversas de nuestro panorama y a la que merece la pena prestarle atención, y que armonizan un despliegue de platos con acento nipón. Algunas sugerencias a las que rendirse desde su barra son la selección de nigiris y diferentes makis que ofrecen, custodiados por otras elaboraciones que giran en torno a la carne y el pescado, robata mediante.
Celler Jordana (Floridablanca, 88)
Hay veces que las sorpresas más inesperadas son las más gratificantes. Es lo que ocurre con este ‘wine bar’ que deja toda la impronta de Alella -región de donde procede- en el corazón del Eixample barcelonés.
Se ha convertido en un imprescindible en el barrio de Sant Antoni por su aire desenfadado, sus bocados tan sencillos como resultones (su coca de queso Comté es un claro ejemplo) y una interesante lista de referencias vinícolas (más de 500) con las que saben, en todo momento, dar en la clave. Al frente del establecimiento se encuentra Manel Pujol, que apuesta por una cocina sin fuegos y una fórmula llamada al éxito.
Aleia (Passeig de Gràcia, 132)
El restaurante ubicado en el Hotel Casa Fuster de Barcelona recibía su primera estrella Michelín este pasado año. Un reconocimiento que no sorprendió ya que ponía en valor la apuesta por el lujo gastronómico que propone Paulo Airaudo, chef argentino afincado en el donostiarra ‘Amelia’ y que ejecuta el cocinero jerezano Rafa de Bedoya en cocina y Paula Miguel desde la sala. Los dos menús degustación que ofrecen radican en la temporada y, sin alejarse demasiado de Barcelona, hacen guiños al sur de donde procede Bedoya.