Suena Daydream, de The Wallace Collection. «Daydream / I fell asleep amid the flowers / for a couple of hours / on a beautiful day». Estás sentado en una de las más de 100.000 terrazas que hay en España, según los últimos datos de la Confederación Empresarial de Hostelería de España (CEHE). Varios rayos de Sol se cuelan entre las hendiduras del toldo y bañan de luz tu vermú, como si algún dios o fuerza suprema te diera su beneplácito para estar allí sin otro propósito que beber y dejar pasar las horas. Estás en paz.
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«El aperitivo consiste en sentarse frente al mar de Iroise, en ver pasar el tiempo transcurrido y el futuro», escribe Stéphan Lévy-Kuentz en su libro Metafísica del aperitivo (2022). Para este escritor y guionista de cine francés, picotear algo en una terraza a solas puede ser un excelente (y necesario) ejercicio de escucha, un proceso de abstracción con el que observarse a uno mismo y a los demás desde otra frecuencia, con la mirada desinhibida que te concede una copa de vino, un spritz o cualquier bebida alcocohólica que se tercie.
Quizá parece poco, pero es mucho. «Un hombre dotado de la verdadera sabiduría puede disfrutar del espectáculo entero del mundo desde su silla, sin saber leer y sin hablar con nadie», expresa la cita de Fernando Pessoa que Lévy-Kuentz escoge para abrir su novela. (Las citas, que, por cierto, podrían considerare el aperitivo de los libros, la antesala del banquete literario). Como decía, es mucho aunque parezca poco: la ensoñación es algo serio, contemplar "el espectáculo entero del mundo" con tu cervecita y tus cacaos es un ejercicio revolucionario en los tiempos del delivery, del take away y del abuso de los anglicismos.
«Pronto nos daremos cuenta de que lo más importante ya no es morir por las ideas, los estilos, las tesis, los eslóganes, las creencias, ni aferrarse a ellos (...), sino más bien retroceder un paso y tomar distancia de todo lo que nos ocurre», vuelve a escribir el autor. Y qué cierto y tendador suena alejarse, sobre todo después de semanas de investiduras inciertas, termómetros infernales y bochornosas exhibiciones del machismo más cipotudo y recalcitrante.
Por desgracia, es un deporte en crisis. Me refiero a la ensoñación; al ejercicio de la pausa y la distancia, al viaje inmóvil que tiene lugar desde la mesa de un bar o un café. Así lo cree también Denis Grozdanovitch, redactor del posfacio de Metafísica del aperitivo: «La civilización que todavía permite tales meditaciones divagantes en las terrazas de los cafés -o lo que viene llamándose la cultura tradicional del aperitivo- parece peligrosamente amenazada por la aparición de un orden moral represivo, incluso coerctivio, despojado de toda fantasía».
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Una represión que se manifiesta, entre otras cosas, en la velocidad que conlleva la uberización de la existencia; en la productividad y la rentabilidad como máximas aspiraciones sociales. Curiosamente, la España de las terrazas que se alzó en pandemia en aras de una libertad de verbena y carajillo desdeña y ridiculiza ahora propuestas como la reducción de la jornada laboral a 32 horas que nos permitiría concilar más fácilmente nuestras aspiraciones y nuestros tardeos.
Aun así y pese a todo, confiemos en que siempre haya tiempo, ganas (y economía) para, al menos, el aperitivo de grupo, "que tiene algo de terapia social", como dice Lévy-Kuentz. Confiemos en el poder de la sobremesa y el tapeo como herramienta de ensoñación e imaginación colectivas, la barra de bar como trinchera contra las prisas, la deshumanización y "un porvenir de abreviatura y berberecho", como escribe el poeta David G. Borrero. "No quiero un futuro, lo que yo quiero es un presente", protesta Stéphan en sus páginas. Sin más dilación, que comience el sueño: "¿Cuántos aperitivos en suspensión habrá en estas nubes que pasan sin verte?", suspira. "Otro trago para ensanchar el cielo".