Hay una especie de pulpo conocida como el pulpo del coco que se dedica a buscar cáscaras de coco y conchas vacías para usarlas como herramientas para camuflarse. Al parecer, es capaz de adoptar posición bípeda para ir acumulando con el resto de los tentáculos lo que va recogiendo. Lo transporta para esconderse si se ve en peligro. Incluso se coloca las conchas en la cabeza como casco o en el cuerpo como escudo. Como escudo o como disfraz, diría yo. El pulpo transformer.
Ver en un animal comportamientos que relacionamos con los humanos es divertido y genera mucha empatía. Cuanto más humanizamos a un animal, más nos cuesta utilizarlo como animal productivo. De hecho, conozco a varias personas que no comen pulpo porque muchos estudios han demostrado que el cerebro del pulpo tiene muchas similitudes al humano y su comportamiento demuestra ser un animal inteligentísimo.
Me pasó algo similar con los cerdos.
Cuando mi hermana estudiaba ingeniería agrícola, tenía que memorizar razas de cerdos con sus correspondientes características. Me entretenía mucho preguntarle cómo era cada raza, qué comportamiento tenía, qué características físicas presentaban. Para memorizarlo, mi hermana y yo jugábamos a relacionar cada raza de cerdo con gente que conociésemos. No diré que no como cerdo desde entonces, pero no me gusta saber qué raza me estoy comiendo por si es alguien a quien le tengo cariño.
Julio Camba, en ‘Ni fuh ni fah y otras historias del ancho mundo’, dedicó un capítulo a las truchas. Sentía gran admiración hacia este pez, aunque a él esto no le echaba para atrás para hincarles el diente. Decía que las truchas, en ese afán de luchar contracorriente, combatiendo con el río, le parecían un símbolo de lucha y rebelión. La trucha no transigía.
En cambio, al leer ‘Alrededor del mundo’, Camba descubrió que las truchas no nadan contra la corriente porque sean unas rebeldes porque el mundo las ha hecho así, como a Jeanette, sino porque como el río arrastra toda clase de sustancias, las truchas aprovechan y se encuentran el alimento de cara.
Este descubrimiento supuso para el escritor su “primer desengaño político”, dijo. “¿Al nadar contra la corriente las truchas andaban buscándose un comedero, una manera de vivir, un enchufillo?”. Desde entonces, no se fio jamás de las truchas ni de nadie que fuera contra la corriente. “El que más y el que menos acaba siempre resultando una trucha que iba de caza de una Delegación o de cualquier enchufe”.
Yo no lo veo así. A mí me despierta admiración la gente que va contra la corriente. Aunque no esté de acuerdo con ellos, esta valentía (o ganas de llamar la atención) es digna de reconocimiento. No todo el mundo está dispuesto a pagar el precio que lleva ir a la contra ni a descubrir que muchas amistades, en realidad, eran más falsas que el aceite de trufa de 1 euro. Así que ahora tengo un problema porque empatizo con las truchas.
Un animal que me cae bastante mal son los cangrejos. Los cangrejos son esquivos y cuando ven un obstáculo lo bordean. Lo bordean rozándolo. Es decir, son mala gente. Son esas personas que no quieren enfrentarse al problema, pero le dan de vez en cuando con el palito a ver si sigue oliendo. Pero, eh, ellos no quieren problemas.
También son agresivos. Parece mentira, con esa carusa de pena que tienen, pero son unos macarras que pelean por todo: por aparearse con la hembra, por habitar una guarida… Se odian entre ellos. ¿Has observado cómo se comportan en una cubeta? Saboteándose. Su empeño no está puesto en la supervivencia sino en que el otro no salga.
De ahí que exista la expresión “mentalidad de cangrejo” para llamar a alguien egoísta. El típico que, si no lo tiene él, hace lo posible para que el resto tampoco. En España, si te llaman cangrejo posiblemente te estén dando a entender que te has quemado la piel con el sol, pero en Perú y Bolivia, si te dicen cangrejo, te están llamando tramposo.
Qué mal me caen los cangrejos. Si no fuera porque son incómodos de comer, me alimentaría gustosamente de ellos. Ahora es cuando se llenan los comentarios de gente explicándome que “Not all cangrejos”, que Sebastián, el de la Sirenita, era bien salao.