En 1998, Camilo José Cela fue a Rute (Córdoba) para bautizar a la burra Camila. La visita podría haberse quedado en lo que era: un evento organizado por la Asociación para la Defensa del Borrico (Adebo) para dar a conocer a esta especie en peligro de extinción. Pero surgió un imprevisto. Al Premio Nobel le pisó uno de los borricos a los que había ido a visitar. Pascual Rovira, fundador de Adebo, fue a su auxilio. Le ofreció Pinrelina, un crema cuyo uso se remonta a 1928.
El escritor quedó tan impresionado con los beneficios que llegó a mencionarla en una de sus columnas, escribiendo lo siguiente: "Para el olor y el sabor y el clamor y el dolor de sus extremidades inferiores le bastaba con untarlas con Pinrelina, la sonrisa de sus pies, crema desodorante y refrescante para el cuidado de los pinreles (de ahí su nombre registrado), ingles y axilas, uso tópico, acción muy duradera, efecto siempre eficaz".
"Desde entonces, Pascual Rovira le regalaba a Cela por cada Navidad unos calcetines, una botella de anís de Rute y un tubo de Pinrelina", cuenta a EL ESPAÑOL Antonio Moyano, nieto de Manuel Moyano, quien transformó en crema los polvos pédicos que anteriormente había creado su padre.
Cuenta la leyenda que un joven Manuel Moyano, avergonzado por su mal olor en los pies, dio con la fórmula magistral para "no espantar a una joven a la que pretendía cuando era bachiller". Era la hija del profesor que le daba clases en verano. Antonio desmiente que sea "la fórmula del amor": "Él andaba enamoriscado. Pero no había ninguna relación entre ellos".
De 3.000 a 100.000 unidades
Para perfeccionar la fórmula, utilizaba "un método muy peculiar": le daba la crema a sus amigos con problemas de olor para que la probaran. Una vez que dio con la definitiva, le prometió a uno de los compradores que si no le funcionaba, le estaría comprando calcetines de por vida.
Manuel sólo vendía la crema en la farmacia que había heredado en Cuevas de San Marcos (Málaga). Entonces, hacían entre 10 y 12 unidades. Antonio recuerda a su abuelo y a su padre elaborando la Pinrelina con el mortero. Este último no pudo estudiar Farmacia porque "le cogió la Guerra Civil".
Cuando terminó la contienda, siguió unos años en el ejército. Terminó dejándolo para ayudar a su padre en la farmacia. Moyano no sabe por qué era, pero su abuelo no quería que él estudiara Farmacia. Le hizo caso, y se dedicó a la enseñanza.
La farmacia, que había pertenecido a la familia durante generaciones, se vendió al fallecer Manuel. En el pueblo le preguntaban por qué no volvía a hacer "aquella crema que era tan buena".
Cedió ante sus paisanos. Pero Antonio no era farmacéutico, por lo que no podía ejercer como director técnico del laboratorio. Este cargo lo ocupó Manuel Gallardo, el farmacéutico que acababa de llegar al municipio malagueño.
La fabricación anual no sobrepasaba las 3.000 unidades. En los años 80, alcanzaron las 15.000. Aunque el boom llegó una década después, con cerca de 100.000 unidades (juntando las presentaciones en crema, que eran en torno a 60.000, y en polvo).
–¿A cuánto la vendían?
–El precio de la crema al salir de fábrica era de 100 pesetas.
–¿Ganaron entonces bastante dinero?
–Bueno, era una cantidad que me permitía veranear. Me pagaba el veraneo y poco más. También me sirvió para modernizar el laboratorio, porque la maquinaria para la fabricación era muy cara. El reactor que compré valía como dos Mercedes. ¡Pero no de gama alta, sino de gama media!
Pinrelina o la muerte
En una época en la que comprar por Internet quedaba aún muy lejos, la clave del éxito fue que "se corrió la voz". Aunque de una forma un tanto 'manipulada', pues al ser un cosmético, no se le podían atribuir propiedades farmacológicas.
Esto no impidió que quienes la utilizaban la recomendaran, por ejemplo, como un producto antifúngico o antiséptico. "En las reuniones con compañeros profesores", recuerda Antonio, "me presentaban como 'el de la Pinrelina'. Y decían 'ah, sí, eso que es para las almorranas'".
Continuaba yendo a estas reuniones porque, en realidad, no dejó la enseñanza hasta que se jubiló. La Pinrelina la veía como "un hobby". Un hobby al que tuvo que echarle "muchas horas" en la época del boom. Y es que lo que comenzó siendo una crema que se iba a comercializar en un municipio de poco más de 3.000 habitantes, terminó en hogares "de los sitios más inverosímiles".
A Madrid, por ejemplo, llegó gracias a "una persona influyente" en Pegaso que consiguió que la Pinrelina se convirtiera en el desodorante gratuito que se garantizaba en el convenio de esta fábrica. En Cataluña, se creó incluso un pequeño mercado: "Los emigrantes regresaban por vacaciones, me pedían 100 tubos y a la vuelta los vendían por 500 pesetas".
"No es que estén todo el día llamando a mi casa, sino sería multimillonario", bromea Antonio. Aunque hubo una vez en la que sí que sonó el teléfono y menos mal que lo cogió. Le llamaban de un hospital de Galicia a petición de un paciente: "Nos dijeron o nos mandan el producto o tenemos que matar a este señor que tenemos en cama porque sólo quiere que se le ponga Pinrelina".
Sospecha que la Pinrelina iba a aliviarle las escarificaciones que le había producido el estar postrado. Esta propiedad la tiene que descartar "para la publicidad". "Sólo puedo decir que es bueno como refrescante para los pies y como desodorante".
Una oferta de Rumasa
Pese a esta 'limitación', la Pinrelina tuvo un éxito desmedido a principios de siglo. No sólo apareció en las páginas de ABC, sino que también se coló en la pequeña pantalla a través de la popular serie Los Serrano. Como malagueña de nacimiento, María Teresa Campos también mencionaba el producto en televisión.
Otro andaluz que se interesó fue Carlos Herrera, quien entrevistó a Antonio al recibir tantas llamadas de oyentes que aseguraban que el mal olor de sus pies se eliminaba con la Pinrelina. El entrenador del equipo de fútbol sala fundado por José María García, conocido actualmente como Inter F. S., también reconoció que solía recomendarle la crema a sus jugadores.
Como era de esperar, el interés por comprar esta empresa de carácter familiar no tardó en llegar.
–¿Tuvieron alguna oferta suculenta cuando fabricaban cerca de 100.000 unidades?
–Tuvimos un contacto con la empresa Rumasa. Llegaron a Rute para meterse en el mercado de los anisados. Allí conocieron la existencia de la Pinrelina y se pusieron en contacto conmigo. Pero no hubo una oferta concreta.
–¿Estaba dispuesto a vender?
–Estaba dispuesto a hablar. Si nos hubiesen dado una cantidad de esas que te marean, pues probablemente hubiera aceptado. Para qué voy a decir que no.
"Casi mueren de éxito"
También aparecieron los competidores, quienes —a diferencia de la Pinrelina— hicieron fuertes campañas de publicidad en medios de comunicación. "No hemos hecho una promoción correcta", lamenta Antonio, quien estima que en la actualidad la producción no supere las 50.000 unidades (combinando las de crema y polvo).
Aunque está jubilado, intenta ayudar a su yerno, Rafael Cabello. Sobre él ha caído la responsabilidad de que la Pinrelina vuelva a estar en el lugar que una vez ocupó. "Para no invertir mucho, ahora mismo nos está yendo bien", dice a este periódico. La facturación actual ronda los 70.000 euros.
Hace tres años que se sumergió en este negocio. Pero lleva más de una década como parte de esta familia, escuchando cientos de anécdotas a Antonio: "Me ha contado que llegaban los comerciales, metían la Pinrelina en el maletero, iban a la farmacia y en una mañana vendían el maletero entero. Hubo un boom muy grande y casi mueren de éxito".
Antonio tiene "algunas dudas" de que se repita el éxito de principios de siglo. Aunque "por el bien de los que lo van a coger", así lo desea. Tampoco sabe si su abuelo hubiera estado orgulloso. Hubo un intento, con él en vida, de comercializar la Pinrelina. Pero para entonces, Manuel sufría "unas depresiones que le quitaban las ganas de trabajar. No eran depresiones extrañas, sino que ya no tenía ganas de nada y sólo se refugiaba en sus lecturas".
"Era un buen estudiante", dice su nieto, quien presume de un abuelo en cuyo expediente universitario aparece "todo sobresaliente y un aprobado". En realidad, esta última nota debería haber sido también un sobresaliente, por el examen que hizo. Pero como no asistió a clase, el catedrático le dijo que le pondría un notable.
A lo que Manuel respondió: "El notable es de los tontos que lo intentan pero no son capaces de sacar un sobresaliente. ¡Póngame un aprobado!". Antonio, en cambio, no despreciaría un notable "de ninguna manera". Distintas ambiciones académicas para una misma fórmula magistral y familiar.