Nueve de cada diez españoles están agotados en su trabajo. El síndrome de burnout (también conocido como síndrome del trabajador quemado) parece extenderse con fuerza por nuestro país, tal y como refleja un informe reciente presentado por la empresa de análisis Gallup. Las principales víctimas de este problema son millennials y centennials, ya que los datos les señalan como la generación más quemada. Según el estudio Global Workforce of the Future, que estratifica esta realidad por edades, sólo un 20% de los baby boomers afirmó sentirse así, seguidos por la Generación X (32%), millennials (42%) y centennials (40%).
"El síndrome de burnout se entiende por estar quemado en el trabajo, desmotivado o poco comprometido con él", explica a EL ESPAÑOL Guillermo Fouce, profesor de psicología de la Universidad Complutense y presidente de la fundación Psicología sin Fronteras. Habla de él como "la enfermedad laboral por excelencia" y no es para menos. El calado que ha adquirido en los últimos años es tal que, en enero de 2022, entró a formar parte del índice de enfermedades profesionales de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La fecha de su reconocimiento coincide con el final de la pandemia, un periodo del que, el que más y el que menos, salimos afectados. Los jóvenes fueron de los que más, pues desde que estallara la crisis de la Covid, no han parado de salir informes y voces expertas alertando de la delicada salud mental que atraviesan. En un informe de 2022 elaborado por la Fundación Mutua Madrileña y la Fundación FAD Juventud, se describe que el 56,4% reconocía haber sufrido un problema de salud mental en el último año.
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La cosa se podría quedar aquí y decir: la culpa fue de la Covid. Pero no. Como explican los expertos, las raíces del trabajador joven quemado se hunden en variables mucho más profundas. "Tendríamos que hablar primero del estilo de vida que tenemos", señala Antonio Cano-Vindel, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid. "Ahora tenemos muchos más medios para vivir, pero eso no quiere decir que vivamos mejor", remacha.
Inexpertos en poner límites
Lo refleja bien un estudio de Deloitte que expone datos interesantes sobre la relación de millennials y centennials con lo laboral. Sólo un 31% de los primeros declara estar satisfecho con el impacto del trabajo en su vida. Para los segundos esta la sube mínimamente, dos puntos porcentuales.
La falta de tiempo libre es un gran condicionante para que esto sea así. Mejor dicho, el poco disfrute del tiempo libre. Cano-Vindel señala a un claro culpable: las nuevas tecnologías. Los jóvenes, muchos de ellos inexpertos en el arte de poner límites, deben lidiar en su día a día con lo que el experto ha bautizado como fatiga de la interacción, el agotamiento que produce el estar siempre conectado a través de un teléfono.
Esto es justo lo que vive Jorge, un joven de 29 años que lleva años y años con ataques de ansiedad causados por su situación laboral. De forma coloquial, se define como "un mindundi" en su empresa, pero aun así está conectado 24/7 al teléfono: "Tengo que estar disponible en todo momento. Recibo llamadas en fin de semana y estando de vacaciones. Es horrible. Nunca puedo desconectar".
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La falta de descanso y esa sensación de que el trabajo nunca acaba no sólo provocan estragos físicos, que los hay. También conectan con la dimensión mental. "El estrés es un equilibrio entre las demandas, el tiempo y la energía que se tiene. Cuando las demandas superan nuestros recursos, aparece un problema", resume Cano-Vindel. "Si siempre se está estresado, el cuerpo activa continuas alarmas para intentar llegar a tiempo, que no son otra cosa que ansiedad", prosigue.
Ambos procesos activan reacciones fisiológicas en el organismo que conducen a problemas físicos y mentales mayores. No obstante, según el catedrático, se pueden controlar con una buena gestión de las emociones. El problema, según aduce, es que la gente joven no tiene desarrollada esa capacidad.
"¿Por qué crees que hay tantas autolesiones no suicidas en gente joven? Porque usan este mecanismo malo de regulación", ejemplifica el psicólogo, que acaba de dar con un punto clave para explicar por qué los jóvenes son la generación más quemada: todavía son inexpertos en la gestión del estrés y la ansiedad. "Tirar el móvil para después tener que arreglarlo te hará no pensar en el trabajo, igual que tener que curarte los nudillos si le has dado un puñetazo a la pared", prosigue. Todos ellos son ejemplos de malas tácticas de modulación mental.
Un lexatin como remedio
Tomando esta teoría, con el paso de los años, millennials y centennials darían paso a nuevas generaciones quemadas, ya que poco a poco adquirirán buenas técnicas de regulación emocional. El problema es que el contexto actual no acompaña para que llegue a ser así. Como denuncia el profesional, la falta de recursos asistenciales (médicos de cabecera cada vez más saturados, falta de psicólogos y psiquiatras en la sanidad pública, etc.) acaba ofreciendo como única salida un psicofármaco, cuando estudios han demostrado que la terapia es hasta cuatro veces más efectiva. Recordemos que España encabeza el ranking mundial de consumo de benzodiazepinas.
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"Cuando empezaron los problemas en mi trabajo, una compañera me dijo que si quería diazepam para dormir por las noches", cuenta Sara, también de 29 años. "Quería dejarlo, pero me había costado tanto dedicarme a lo mío, que tenía que aguantar".
La historia de esta joven, que prefiere permanecer en el anonimato por si hay represalias en su trabajo —al igual que el resto de entrevistados —, es perfecta para unir todo lo anterior con la tercera arista de la piedra angular de la generación quemada, la inestabilidad: "El mundo del trabajo ha ido cambiando, sobre todo en los sectores que son mayoritarios. Cuando esto pasa, las condiciones se endurecen y son peores para el trabajador", sentencia Fouce.
Carlos lo sabe bien. También pertenece a la generación quemada. Consiguió ocupar un puesto de responsabilidad en una empresa de renombre y, con eso, pensó que se acabarían sus problemas. Pero no ha sido así: "En ocho horas de trabajo tengo media hora de descanso y no puedo ir al baño. No porque me lo prohíban, sino porque no puedo despegarme de la silla. Soy el revisor y, si pasase cualquier cosa y no estuviera atento, podría ser un gran problema".
Además de la carga laboral, se queja de los turnos "infernales" a los que tiene que hacer frente: "A lo mejor estamos en turno de mañana, pero si lo necesitan, nos cambian a turno de tarde o de noche". La alteración de los biorritmos que sufre le ha llevado a tener hasta un susto en la carretera.
Agradecer que tienes trabajo
A pesar de todo, aguanta en su puesto. Como el resto. El mismo informe de Gallup antes citado indica que sólo el 26% de los españoles se atrevería a cambiar de trabajo en este momento. ¿Por qué quedarse atrapado en el burnout? "Volvemos al tema de la inestabilidad. Hay unas amplísimas cifras de paro juvenil en España, de las más altas de Europa (29,3%, el segundo más elevado de la OCDE, sólo por detrás de Grecia, que ostenta un 29,7%), lo que explica esta desafección. No cambian de trabajo porque saben que las condiciones no van a mejorar en exceso", apunta Fouce.
"Yo tengo ganas de llorar todos los días. Tengo un salario muy bajo y echo muchísimas horas de más comiéndome marrones, pero tienes que agradecer que tienes trabajo", resalta Sara. Cerca de los 30 años, tiene el sueño de comprarse un piso, pero apenas sobrepasa la barrera de los mil euros mensuales. Lo mismo le pasa a Sofía: "A veces trabajamos 10 días seguidos, incluso 13, cobrando 1.100 euros".
El mismo estudio de Deloitte señala que la mayor traba para la salud mental de millennials y centennials es el coste de la vida. De hecho, estos últimos expresan que su mayor miedo es tener que seguir "viviendo mes a mes" sin poder cubrir todos sus gastos. Lejos queda ese mito de que los jóvenes sólo quieren salir de fiesta. Los propios datos de Sanidad reflejan que la ingesta de alcohol entre jóvenes va bajando año tras año.
"Tiene que quedar claro que esto es un grave problema que puede hacer que estos jóvenes, en 50 años, tengan una discapacidad permanente para el trabajo", advierte Cano-Vindel. De hecho, las bajas laborales forzadas por problemas de salud mental no hacen más que aumentar. Según el Estudio de la evolución de los trastornos mentales y del comportamiento en la incapacidad temporal, la cifra ha crecido un 17,36% desde 2015, con un total de 865.955 bajas iniciadas en 2021, el último año del que se tienen datos.
La solución para ayudar a esta generación quemada pasa por cambiar el funcionamiento de un sistema que parece no estar dándose cuenta del problema. "Lo estamos haciendo muy mal", lamenta Cano-Vindel. Fouce, como consejo psicológico, recomienda primero ser consciente de que se sufre el burnout. Luego, comenzar a trabajar lo que se conoce como triple dimensión: cognitiva/mental, emocional y física. "Hay que hacer deporte, hablar de las emociones que nos produce el trabajo y marcarse algunos objetivos para intentar modificar la situación", termina.