En el 1% de lo científicos más citados del mundo figuran 96 investigadores de instituciones españolas. De ellos, 85 son hombres y solo 11 mujeres, una proporción (el 11,46%) mucho menor que el porcentaje total de investigadoras de nuestro país, que ronda el 42,7%. Y ellas conocen las causas.
En el mundo científico, la calidad de tu trabajo se mide en el número de veces que tus artículos son citados por otros compañeros. Esa es la base y la justificación del ranking de Clarivate Analytics, una consultora que, cada año, desvela quiénes forman parte de ese 1% más citado, los científicos de elite.
Clarivate es la dueña de Web of Science, la mayor base de datos de revistas científicas. De ahí salen los 6.938 investigadores de este año, procedentes de más de 70 países y de numerosas disciplinas como la biomedicina, las ciencias agroambientales o la espacial.
Solo se tienen en cuenta las citas de los últimos 20 años. De ahí que investigadores españoles famosos como Mariano Barbacid, Manel Esteller o María Blasco hayan quedado fuera. Sí figuran otros como el premio Príncipe de Asturias de Investigación Avelino Corma, los expertos en cáncer de hígado Josep Maria Llovet y Jordi Bruix, el virólogo Luis Enjuanes o el psiquiatra Celso Arango.
De las 11 mujeres hay cinco relacionadas con la tecnología de los alimentos: Francesca Giampieri, Amparo Chiralt, Isidra Recio, Cristina Andrés-Lacueva y Laura Salvia Trujillo. También figura la neuróloga Mar Tintoré, la bióloga Mireia Gascón, la especialistas en animales invasores Montserrat Vilà, la oncóloga Enriqueta Felip, la ingeniera química Luisa F. Cabeza y la experta en lenguajes informáticos Rosa María Rodríguez.
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Según el informe sobre mujeres en la producción científica española entre 2014 y 2018 de la Fundación Española de Ciencia y Tecnología (Fecyt), las investigadoras son el 42,7% del total de la comunidad e intervienen en el 47,7% de la producción científica del país. Entre ese 1% de elite solo son el 11%.
"El impacto de la investigación se calcula por la cantidad de publicaciones y su relevancia", explica Maite Paramio, catedrática de Producción Animal en la Universidad Autónoma de Barcelona y presidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas.
Aunque haya un 42,7% de investigadoras, "el número de catedráticas es del 20% y, el de directoras de grupo, mucho menor todavía". Estos puestos, que dirigen muchas líneas de investigación, permiten firmar más publicaciones ya que, tradicionalmente, el primer autor de un trabajo es quien lo hace (con frecuencia, un becario postdoctoral) y el último el jefe del equipo.
Así, con menos líderes de grupo, "tienes menos becarios, menos postdocs, menos personas que trabajan en tu equipo y, por tanto, menos publicaciones. Esto es matemático, no hacen falta grandes cálculos", apunta Paramio.
De hecho, un estudio reciente aparecido en Nature que analizaba la producción de 130.000 investigadores afirmaba que las mujeres tenían un 13% menos de probabilidad de firmar investigaciones de sus grupos y un 59% menos de ser autoras de una patente.
Publica o perece
Es una pescadilla que se muerde la cola. Quien publica más puede obtener más financiación, realizar mejores investigaciones y ser más citado, lo que a su vez redunda en obtener mejor financiación. En el sistema hay un dicho, 'publica o perece', que perjudica directamente a las mujeres que van a ser madres y tienen que abandonar momentáneamente la carrera científica, algo que les penalizará de por vida.
Paramio añade que la estrechez de miras de los méritos académicos cercenan la carrera investigadora de mujeres de otra forma. "No consideran la docencia, la organización de estudiantes, la divulgación, la organización de congresos… muchos trabajos que están haciendo las mujeres y son imprescindibles".
Como si fuera un embudo, entran muchas mujeres en el doctorado pero luego su número se va reduciendo a medida que se vive en el escalafón académico. El ambiente machista tampoco propiciaba lo contrario. "De mí se esperaba, como postdoc, que ayudara al catedrático con el que trabajaba mientras que a mis compañeros se les animaba a montar sus propios laboratorios".
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Luisa F. Cabeza ocupa un lugar destacado de la lista de Clarivate y, aunque reconoce que siendo mujer en una ingeniería ya la hacía destacar de por sí, "sí que es cierto que algunas veces he visto miradas u oído comentarios un poco fuera de lugar". Ahora, estando una posición privilegiada, siente que escucha "más alabanzas que otra cosa".
Cabeza dirige el grupo de investigación en almacenamiento de energía térmica Greia de la Universidad de Lleida. Es autora de más de 500 publicaciones y tiene un índice h de 77, es decir, que firma 77 artículos que han sido citados, como mínimo, 77 veces. Este índice es otra de las medidas de la calidad científica y el de Cabeza es el más alto entre las investigadoras españolas.
"Es cierto que existe una disparidad", medita, aunque reconoce no tener datos. Como Paramio, señala que el número de publicaciones de una mujer puede verse afectado "si tienes que estar con la familia y no puedes escribir artículos", por lo que "tu trabajo científico se resiente". Con todo, también ve cada vez más mujeres en listados de este tipo.
Los "usos aberrantes" de las citas científicas
El problema no es único de España. Únicamente son mujeres el 16,9% de los investigadores suizos, el 14,9% de los franceses y el 12,4% de los neerlandeses, todos ellos países con mayor presencia que España en el ranking de Clarivate, aunque a gran distancia de los dos gigantes, Estados Unidos y China. Incluso hay países como Alemania donde la presencia femenina está por debajo de la nuestra: solo son el 9,4% de sus 369 científicos.
Hay que matizar que el número de investigadores de cada país se refiere a los que trabajan en sus instituciones. En el caso español, hay un puñado de nombres que engrosan los listados de otros países.
"Es cierto que las citas son elementos subjetivos, sujetos a múltiples interpretaciones y que pueden responder a muchas finalidades, tanto lícitas (citas negativas y positivas) como ilícitas (citas por recomendación del editor, intercambio de citas, etc.)", explica Antonio Eleazar, del laboratorio de Estudios Métricos de Información de la Universidad Carlos III de Madrid.
"Pero en la mayor parte de las ocasiones se cita como reconocimiento de la utilidad de los trabajos previos, por lo que el valor de la cita parece innegable como indicador de la calidad de las publicaciones", apunta.
El uso de este sistema de citas, sin embargo, puede dar lugar a "usos aberrantes". Es una herramienta útil pero posiblemente se ha abusado de ella. Por ejemplo, el factor de impacto, que mide el número promedio de citas de un artículo en una revista determinada, ha acabado extrapolándose a autores, instituciones, etc.
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Además, señala que Web of Science "excluye gran parte de la ciencia que se hace en nuestro país, especialmente aquella que se publica en revistas locales, afectando fundamentalmente al área de Arte y Humanidades y, en menor medida, a las Ciencias Sociales. Por tanto", continúa, "tenemos que ser conscientes del tipo de herramienta que tenemos entre manos y sus limitaciones antes de hacer interpretaciones o juicios de valor al respecto".
Eleazar hace hincapié en el techo de cristal académico y la mayor proporción de hombres ocupando plazas de catedrático, por lo que el número de citas, si se utiliza como herramienta para procesos de selección o promoción, "sin duda contribuye a agravar el problema". Sin embargo, no se trata tanto del indicador como del uso que se hace de él. "También pueden servir como llamada de atención sobre el problema y para contribuir a la búsqueda de soluciones".
En estas soluciones incide Maite Paramio, presidenta de AMIT. "Hay que cambiar mchas mentalidades, en hombres y mujeres". Pasar de la cultural del éxito profesional, "que ha estado dominada por hombres", a una más diversificada, no enfocada en un único aspecto.
Se trata de algo que está debatiéndose en la actualidad. Cómo cambiar los criterios de promoción y qué se considera un buen profesional. "Esto se está discutiendo ahora porque se están viendo los problemas que hay en las universidades".
Sugiere, por ejemplo, ayudar a las mujeres "dándoles becarios o técnicos para sus laboratorios" cuando estén embarazadas o al cuidado de su bebé recién nacido. Pero también "cambiando la mentalidad sobre machismo y acoso".
Paramio considera que las posturas anquilosadas del mundo científico se están revirtiendo, sensibilizando a la sociedad sobre estos temas. "Estas aspiraciones no son un problema egoísta de las mujeres sino que es algo que llegará a la ciencia, a la sociedad y a todas las personas. No solo hace falta legislar: también es necesario visibilizar."