Más de 40.000 casos de alzhéimer se diagnostican cada año en España, una enfermedad responsable de más de la mitad de los casos de demencia en mayores de 65 años. A día de hoy, 800.000 personas se ven afectadas en nuestro país, y para 2050, 100 millones de habitantes del planeta lo sufrirán. El aumento de la esperanza de vida está ligado a esta incidencia, pero también el hecho de que los avances farmacológicos han sido escasos en los últimos 30 años. Haber entendido mal la enfermedad, argumenta una nueva investigación, podría ser la clave del problema.
La 'hipótesis amiloide' ha sido la dominante durante las últimas décadas: según este enfoque, la enfermedad de Alzheimer sería causada por la acumulación en las neuronas de placas de proteínas denominadas beta-amiloide. Sin embargo, incluso los tratamientos que han conseguido reducir estos acúmulos en el cerebro de los pacientes no han demostrado eficacia para frenar el deterioro cognitivo. Más grave todavía, el estudio fundacional que sustentaba la hipótesis quedó desacreditado recientemente como un ejemplo de "mala ciencia".
"La hipótesis amiloide está ahora mismo en la picota", resumía con sencillez Miguel Medina, director científico adjunto del Ciberned y gran experto del alzhéimer en España. La relación entre las placas y la enfermedad requiere de nuevos enfoques, reflexionaba, y uno de ellos acaba de ser publicado en la revista Alzheimer’s & Dementia. Investigadores del Instituto Krembil para el Cerebro, un centro dependiente del University Health Network de Canadá, plantan un nuevo modelo: tratar la enfermedad de Alzheimer no como un proceso neurodegenerativo, sino como un trastorno autoinmune crónico que ataca al cerebro.
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"Nosotros no consideramos que el alzhéimer sea fundamentalmente una enfermedad del cerebro. Lo enfocamos como una enfermedad del sistema inmune en el interior del cerebro", explica el Dr. Donald Weaver, autor del estudio y co-director del Instituto Krembil para el Cerebro. Según recuerda, las investigaciones se han basado principalmente en la premisa de que la presencia de la proteína beta-amiloide en el cerebro es anormal, que lleva a la formación de placas y que estas son las responsables de matar a las células cerebrales.
"Necesitamos nuevos enfoques para la enfermedad, y los necesitamos ahora mismo", insiste Weaver. "Nosotros pensamos que la beta-amiloide está dónde debe estar. Actúa como un péptido inmune -un mensajero en el interior del sistema inmunitario- que sirve para reparar el daño neuronal que podemos sufrir a causa de un traumatismo craneoencefálico. Y si un virus o una bacteria se presenta, la beta-amiloide está ahí para enfrentarse a ella".
Y ahí es donde surjen los problemas, prosigue el investigador. "La beta-amiloide puede alterarse, confundir las células cerebrales con patógenos, y atacar sin querer a nuestra neuronas. De este modo, se convierte en lo que conocemos como una enfermedad autoinmune. Es el sistema inmunitario el que está atacando a su anfitrión, el cerebro".
Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron un metaanálisis exhaustivo combinando la literatura científica y los informes de casos con sus propias investigaciones. A partir de los datos recogidos, elaboraron un modelo mecanicista complejo de la enfermedad de Alzheimer. En este, modelo, se compatibilizaban las proteinopatías -defectos en el pliegue de las proteínas-, la toxicidad asociada a la neurotransmisión y las mitocondriopatías asociadas a la enfermedad con las funciones inmunes atribuida a la beta amiloide.
En este modelo, el fallo en la función protectora de la beta amiloide formaría parte de un proceso inmunopático mucho más amplio, complejo e interconectado. Y habría un aspecto esperanzador: el metabolismo de dos reguladores innatos de la inmunidad, los aminoácidos L-triptófano y L-arginina, abrirían la puerta a nuevos enfoques de diganóstico y terapia. "Estamos todos muy emocionados en el laboratorio", admite Weaver. "Consideramos que esta teoría autoinmune se sostiene y que representa un importante salto conceptual hacia adelante".