El 14 de abril de 2010, la erupción del volcán islandés Eyjafjallajökull provocó el cierre del espacio áreo en la mayor parte de Europa durante una semana: se cancelaron hasta 17.000 vuelos debido a los 250 millones de metros cúbicos de cenizas que fueron expulsados a la atmósfera, llegando a un altura de 11 kilómetros. Más de un mes después, el 23 de mayo, es cuando se dio la erupción como finalizada.
Las consecuencias de la actividad volcánica, sin embargo, se han alargado durante años. En 2016, un estudio publicado en el British Medical Journal por investigadores de la Universidad de Islandia indicaba que la erupción había incrementado, tres años después, el riesgo de flemas, respiración sibilante, eccemas, dolor de espalda e insomnio entre la población más expuesta a la ceniza.
Quizá los más afectados fueron los niños. Otro artículo publicado en 2018 en el European Journal of Psychotraumatology apuntaba que los menores expuestos a las cenizas volcánicas, al cabo de tres años, tenían más probabilidades de experimentar síntomas respiratorios, pero también un mayor nivel de ansiedad. Diferenciando entre sexos, los niños expuestos tenían un riesgo mayor de sufrir dolores de cabeza y trastornos del sueño.
A pesar de ello, Cristina Martínez, coordinadora del área de medioambiente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (Separ), considera que las consecuencias a largo plazo no son tan graves como se podría prever.
"Se sabe que las personas consumieron más fármacos para tratamientos de enfermedades respiratorias como los broncodilatadores, que hubo más visitas a urgencias… Pero no tenemos datos de otras consecuencias, como si aumentó o no la frecuencia de asma entre la población". En cambio, los efectos inmediatos implican un notable riesgo en personas vulnerables, como niños, ancianos y aquellas con enfermedades respiratorias crónicas.
La actividad sísmica que ha vivido la isla de La Palma desde el pasado 11 de septiembre ha culminado en la erupción del Cumbre Vieja este domingo, que ha arrojado entre 6.000 y 9.000 toneladas de dióxido de azufre en un solo día.
Este gas puede producir desde irritación e inflamación del sistema respiratorio, afecciones e insuficiencias pulmonares, la alteración del metabolismo de las proteínas, dolores de cabeza e incluso ansiedad, advierte el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico. La OMS recomienda un máximo de 20 microgramos por metro cúbico en 24 horas.
Sin embargo, la mayor preocupación para la neumóloga no son los gases como los derivados de azufre o el dióxido de carbono sino las cenizas, partículas microscópicas que tienen el mismo efecto sobre la salud que la contaminación y que "tienen un rango de dispersión mucho mayor que los gases". Estas se clasifican según su tamaño: inferiores a 10 micras (PM10) o inferiores a 2,5 micras (PM2,5).
Martínez compara el efecto de estas cenizas con episodios de contaminación aguda. "A corto plazo provocan síntomas respiratorios, tos, irritación de vías altas, rinitis, etc. En población sana puede tener poca relevancia, pero en aquella más vulnerable puede descompensar la enfermedad de base y provocar un evento mayor".
La mascarilla, al rescate
Por suerte, hay una forma de prevención sencilla y a la que estamos acostumbrados desde hace un tiempo: la mascarilla. Para la neumóloga es vital utilizarla en exteriores no solo en la zona afectada y en las más de 5.000 personas evacuadas sino en toda la isla, debido a la capacidad de dispersión de las cenizas. Es más, quizá su uso debería extenderse no solo a toda La Palma, sino a islas aledañas, como son El Hierro, La Gomera o Tenerife.
"Hay medidores de contaminación ambiental en todas las zonas, en las ciudades, y los observatorios nos van a ir dando cifras continuamente [de presencia de gases y partículas en el aire]; pero, como medida preventiva, y ya que estamos acostumbrados a ella, yo recomendaría la mascarilla en todo momento sin duda".
Separ incluye las erupciones volcánicas dentro de las circunstancias naturales por las que puede haber partículas en suspensión en el aire. Estas pueden ser desde metales a compuestos orgánicos volátiles o contaminantes gaseosos como el ozono, el dióxido de azufre, el monóxido o dióxido de nitrógeno o el monóxido de carbono.
A diferencia de la contaminación producida por el hombre, aquella es puntual, por lo que no hay asociación con enfermedades causadas por la exposición crónica a contaminantes, léase cáncer de pulmón, EPOC, bronquitis crónica o asma.
Con todo, la incertidumbre sobre la duración de este evento no permite predecir, de momento, las consecuencias en la salud de la población isleña y sus vecinos. Puede durar semanas o incluso meses. Del tiempo que estén las entrañas de La Palma expulsando gases y cenizas dependerán sus efectos a corto o largo plazo.