Para vivir, necesitamos referencias. De ahí nuestra obsesión con los datos y las comparaciones. Entre el 23 y el 24 de marzo ingresaron en Madrid unas 4.300 personas afectadas de Covid-19. Para hacerse una idea, la cifra en plena explosión de la segunda ola en toda España está en unas 2.000-2.300 personas para todo un país.
Del 24 al 28 de marzo murieron en torno a 3.500 personas a nivel nacional según la contabilidad oficial, que sabemos que se quedaba por entonces sistemáticamente corta por la escasez de pruebas PCR.
Comparar ese tsunami con cualquier otra cosa siempre va a resultar un despropósito. Ninguna comunidad autónoma verá sus urgencias colapsadas hasta ese punto, no habrá picos de muertes diarias que superen los 1.000.
Eso no quiere decir que la segunda ola vaya a ser más suave que la primera, simplemente que no se pueden juzgar por los mismos parámetros. Estamos ahondando en el trauma del impacto súbito, del estar encerrados en casa mientras Fernando Simón desgranaba datos que nos sobrecogían.
Partíamos de la nada, del “virus del miedo” y la tranquilidad. Las manifestaciones, el fútbol, las Fallas y los actos políticos. Y, de repente, esto. No podemos pedir esa velocidad a la segunda ola porque no se va a dar.
No a nivel nacional, insisto, porque, como siempre, hay excepciones. Fijémonos, por ejemplo, en Andalucía. Según los datos de este sábado, hay 2.570 ingresados entre planta y UCI. La tendencia apunta a que pronto llegaremos a 3.000. Esa cifra no se alcanzó ni en los peores meses de marzo o abril, cuando se rozaron los 2.800.
¿Qué quiere decir eso? Que no debemos confundir el todo con las partes y que no podemos comparar sin matices. Si la pregunta por la segunda ola respecto a la primera abarca a todo el país, la respuesta parece sencilla: salvo que Madrid explote, no habrá tantos problemas hospitalarios ni los consiguientes picos de muertes derivadas.
Si la pregunta se limita al ámbito local, ¿cómo explicarles a los andaluces que lo que están viviendo no es peor que lo que vivieron en primavera, si sus hospitales están hasta arriba y cada día se notifican 5.000-6.000 nuevos casos y más de 50 muertos? Es complicado.
Ahora bien, salvando estos matices, que probablemente también se puedan acabar dando en Murcia, Asturias o Cantabria, donde la primera ola pasó afortunadamente de puntillas pero esta segunda se está cebando con fuerza, es cierto que hay una diferencia de grado entre ambas crisis.
En marzo nos pilló desprevenidos, poco preparados y confiados en exceso. En demasiadas regiones, las urgencias colapsaron demasiado pronto y eso provocó el consiguiente confinamiento.
Ahora, el problema no está en los picos sino en la constancia. Las 2.200 personas que ingresaron en un solo día madrileño a finales de marzo eran ya “solo” 300 un mes después. En un mes, bajamos los casos por siete. Los casi 1.000 fallecidos diarios en España pasaron a menos de 300.
Sí, la primera ola fue muy aparatosa y en ese sentido afectó mucho más al funcionamiento hospitalario, provocando muchísimas muertes relacionadas con la falta de medios para atender otras patologías.
Ahora bien, en la primera ola teníamos un método, un horizonte y sabíamos que el descenso iba a ser casi tan rápido como la escalada. Ahora, no sabemos nada. Intuimos -aunque, insisto, ahí está Andalucía para desmentirnos y esto no ha terminado ni mucho menos- que los hospitales no colapsarán masivamente.
Habrá casos puntuales, eso seguro, más a este ritmo de 500 hospitalizados netos más por día, que es insostenible, pero no será un problema nacional, salvo que seamos tan torpes como para dejar que eso suceda. Más tiempo no nos ha podido dar el virus: lleva avisándonos desde julio y ya hemos entrado en noviembre.
Que la segunda ola sea menos intensa tiene muchas ventajas: de entrada, insisto, los hospitales tienen más margen y la sensación de angustia en la sociedad es menor. No hay -de momento- confinamientos domiciliarios, policía en la calle ni colas en los supermercados. La sensación cuando cualquiera de nosotros sale de casa es parecida a la normalidad solo que con mascarillas.
Eso, a la vez, es uno de los muchos inconvenientes que nos encontramos: el exceso de confianza lleva a más contextos de riesgo, más casos, más hospitalizados y mayor presión durante más tiempo para unos sanitarios que ya se comieron toda la primera ola sin apenas descanso.
La pregunta clave ahora mismo es, puesto que el virus no va a desaparecer mágicamente y todas las medidas son de mitigación, sin más, es decir, sostener la incidencia, que no suba más y bajarla a la mitad más o menos para ahí estancarse de nuevo, ¿cuántos meses vamos a estar con esta lluvia constante de muertos? Porque, al final, el asunto se traduce en esto: ¿cuántos muertos estamos dispuestos a tolerar con tal de que nuestra normalidad apenas se vea afectada y la economía pueda sostenerse aunque sea en precario?
Los datos oficiales de la primera ola dicen que hasta el 31 de mayo habían muerto en España 27.127 personas. Sabemos que esos datos sirven para muy poco pero, en fin, son los que tenemos. Probablemente, la cifra real estuviera entre 40.000 y 45.000. Desde entonces, Sanidad ha incorporado al acumulado 8.651 defunciones. En comparación, parecen pocas… el problema es la tendencia, como siempre.
En los primeros 30 días de octubre, Sanidad añadió 3.905 defunciones a su acumulado. Como van con retraso a la hora de fechar los fallecidos, no nos sirven de nada las cifras de “últimos 7 días” o “últimos 14 días”. No hay que mirar ahí.
Conviene, pues, mirar al acumulado porque, además, es el que más se parece al que dan las comunidades autónomas en sus informes locales. Esos 3.900 fallecidos son 130 por día. En septiembre, fueron 2.821. En agosto, 707. No hay que ser un gran estadístico para entender que quintuplicar las defunciones en dos meses no es una gran noticia. Vamos a empeorar las cosas: en la última semana, el número de fallecimientos añadidos al acumulado ha sido de 1.126. Eso son ya 161 por día. Solo manteniendo esa cifra diaria, nos iríamos a un noviembre con 4.830 muertos# pero es muy improbable.
Hay dos razones para pensar que el número será mayor: de entrada, el Ministerio de Sanidad, ya digo, notifica con retraso: solo aquellos casos que tienen la ficha completa desde el inicio de síntomas a fecha de fallecimiento.
Esa burocracia toma un tiempo y es lógico que así sea. Los 161 muertos diarios según Sanidad son ya prácticamente 200 según las Comunidades Autónomas. 200 al día ya nos lleva a 6.000 al mes si todo sigue igual.
Pero aquí llega la segunda razón: no solo es que la situación de octubre no haya permanecido estable respecto a la de septiembre, es que en algunos lugares se han doblado los casos. Pensar que no se van a doblar las defunciones en esas regiones es iluso.
En la primera ola, vimos una CFR (mortalidad por caso) desproporcionada porque no se detectaban casos. Una vez se hizo el test de seroprevalencia y se supo que 2,5-3 millones de españoles habían pasado el virus, comprobamos que la citada CFR estaba en un 1,1% sobre el total oficial y en torno al 1,7% sobre el exceso de mortalidad del INE y el MoMo. Lo habitual en los demás países.
No hay motivos para pensar que ese 1,7% haya bajado mágicamente. Es cierto que una mejor atención hospitalaria y la propia experiencia de los equipos médicos sacarán adelante muchos casos. También es cierto que el cansancio juega en su contra y que el número de pacientes a atender empieza a ser de nuevo desorbitado.
Aun así, manejemos una CFR en la horquilla del 1-1,5%. Si en los últimos 30 días hemos tenido 416.490 casos (con los atrasos correspondientes, por lo que redondeo en 450.000), es muy difícil que a lo largo de noviembre no veamos entre 4.500 y 6.750 fallecidos. Si la tendencia sigue siendo al alza -y sigue siendo al alza- probablemente superemos los 7.000 fallecidos en un solo mes, una media de 233 por día, que no está tan lejos de la que ya tenemos.
Comparados con los picos de 15.000-20.000 muertos mensuales de la primera ola, 7.000 parecen pocos. El problema es que aquí la bajada va a ser larguísima si no se confina.
O volvemos a marzo en términos de confinamiento domiciliario con excepciones laborales o esos 7.000 muertos de media nos van a acompañar hasta que mejore un poco el tiempo en marzo. Eso serían 28.000 fallecidos entre noviembre y febrero. Los mismos que en la primera ola.
Ahora, habría que añadir los 6.700 de septiembre y octubre, más los que vayan cayendo en primavera (porque no habrá vacuna o al menos no estará suficientemente distribuida) y tendríamos los mismos que en la primera ola, solo que con sensación de “aquí no pasa nada” y con probablemente menos daños colaterales.
Ahora bien, insisto, esto son estimaciones nacionales. En Andalucía, Aragón, Asturias, Castilla y León, Navarra, La Rioja y quizá País Vasco y la Comunidad Valenciana serán más.
En Madrid, si todo sigue así, serán muchos menos. En Cataluña, dependerá de cómo afecten las medidas, pero las cifras serán muy similares. Esto, insisto, siendo bastante precavido.
Sin ser precavidos, nos vamos a cifras mucho mayores. Por otro lado, siempre queda la posibilidad de que repitamos la estrategia de marzo y tengamos el mismo éxito. En ese caso, noviembre seguirá en sus 6.000-7.000 muertos pero el resto de meses serán más tranquilos. De momento, solo nos queda esperar y poner de nuestra parte.