A lo largo del año, es habitual tener épocas en las que nuestro patrón dietético habitual se ve alterado de forma significativa. La época estival y la Navidad son dos claros ejemplos en los que nuestra alimentación se modifica por el consumo puntual de ciertos productos. ¿Quién no relaciona las sardinas en espeto con el verano? ¿O el turrón con el árbol de Navidad?
Lo más curioso es que los cambios en el patrón dietético son tan generalizados que ciertos sabores acaban asociados a emociones y épocas consideradas de descanso y esparcimiento.
La parte negativa es que en estos periodos se suelen producir fluctuaciones en el peso corporal. Algo previsible, teniendo en cuenta que en las fiestas navideñas el consumo de alcohol y productos ricos en azúcares, grasas saturadas y energía suele incrementarse.
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Al finalizar y volver a la anterior rutina, es habitual acudir a profesionales como los dietistas-nutricionistas para tratar de revertir los efectos de la alimentación estacional. Esto no tiene más importancia excepto en personas que padecen obesidad o síndrome metabólico, en las que la ganancia de peso puede ser permanente, dificultando el pronóstico y el abordaje de la enfermedad.
Uno de los aspectos que más nos suele preocupar tras los excesos navideños es el perfil lipídico, referido tanto al colesterol (total, HDL y LDL) y los triglicéridos. Una alteración de estos parámetros se relaciona con un aumento del riesgo cardiovascular, siendo especialmente relevantes los niveles elevados de colesterol en sangre, conocidos como hipercolesterolemia.
Está claro que la alimentación desempeña un papel fundamental para mantener el perfil lipídico en condiciones normales. Pero ¿sabía que los niveles de colesterol también dependen de las estaciones del año? Sin ir más lejos, un estudio realizado en Polonia describió un aumento de este parámetro en las estaciones frías, y un aumento de los triglicéridos ante el estrés provocado por el calor.
Hipercolesterolemia navideña
Al mismo tiempo, se detectó una alteración del perfil lipídico después de periodos de descanso como la Navidad o la Semana Santa, siendo más llamativos los niveles de colesterol en hombres y de triglicéridos en mujeres.
Todo apunta a que, tras las celebraciones navideñas, se produce un periodo de hipercolesterolemia derivado de la alimentación.
Debemos tener en cuenta que el mes de diciembre suele estar repleto de cenas de empresa, reuniones con amigos y diversos encuentros que giran en torno a la comida. Por otro lado, los supermercados suelen comenzar las campañas de venta de productos navideños prácticamente desde el mes de octubre. Y esto supone un bombardeo considerable hacia el consumidor que aumenta la frecuencia de consumo de estos productos hasta el mes de enero del año siguiente.
Un estudio observacional desarrollado en Dinamarca analizó el perfil lipídico de casi 26 000 personas en diferentes meses del año. Al comparar los meses de diciembre y enero, vieron que los niveles de LDL y de colesterol aumentaban un 77 y 89 % respectivamente tras las fiestas. Al mismo tiempo, en una cohorte francesa, los mayores niveles de colesterol se detectaron en invierno, por una combinación de dieta desequilibrada y bajas temperaturas. Recordemos que el perfil lipídico se modifica según nuestra alimentación, pero también está supeditado a variaciones estacionales.
¿Esto significa que todos vamos a padecer hipercolesterolemia tras la Navidad casi con toda seguridad? No necesariamente. Todo depende del patrón dietético habitual, la frecuencia de consumo de los alimentos típicos de la época y la práctica de ejercicio físico que realicemos.
En primer lugar, un patrón dietético saludable mantenido a lo largo del tiempo nos ayuda a tener una correcta frecuencia de consumo y unos hábitos dietéticos asentados para no provocar auténticos descontroles durante las fiestas.
En segundo lugar, el hecho de empezar a consumir los productos típicos desde el mes de octubre nos expone a un mayor desequilibrio dietético que se mantendrá hasta que finalice el periodo festivo. Lo ideal sería consumirlos de forma esporádica o incorporarlos a la cesta de la compra lo menos posible para evitar un exceso de consumo.
En tercer lugar, no olvidarnos de mantener una actividad física regular, ya que esto nos ayudará a no tener fluctuaciones tan llamativas en nuestro peso corporal, especialmente si padecemos sobrepeso u obesidad.
Está claro que las fiestas están consideradas para desconectar y para romper con nuestras exhaustas rutinas para recuperar fuerzas. Sin embargo, esto no implica que debamos hacer excepciones en nuestra dieta durante casi un mes completo al año.
El disfrute no tiene por qué estar separado de una alimentación emocional responsable. Y quién lo diría, tal vez la inflación en la que nos encontramos inmersos actualmente nos permita hacer elecciones alimentarias que, si bien no son tan tradicionales, sí pueden contribuir a evitar problemas en nuestro perfil lipídico, protegiendo a nuestra salud durante otro año más.
* Edwin Fernández Cruz es director académico del Máster en Nutrición de Precisión y Epidemiología Nutricional, UNIR - Universidad Internacional de La Rioja.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.