El mundo de las conservas es, sin duda, extenso y variado. Hace años pensábamos que sólo contenían alimentos insanos porque nada se puede comparar a una comida casera. Por suerte, nos hemos revisado los prejuicios y hemos acogido en nuestra despensa a los botes de legumbres cocidas, porque nos ahorran tiempo en la cocina, y a las sardinas en lata, porque así comemos una ración baratísima de pescado azul. Ahora bien, también existen conservas muy perniciosas para nuestra salud.
Estas son las que encierran alimentos ultraprocesados en su interior, como por ejemplo las latas de paté. El de paté era uno de los bocadillos más ensalzados de nuestra infancia: salado, grumoso y con un sabor muy característico. Nuestros padres nos lo preparaban porque pensaban que nos daban lo mejor, y encima tenía un precio más que económico. Sin embargo, al igual que las películas de Torrente, el paté ha envejecido fatal: ahora nos hemos dado cuenta de que esta masa no tiene las bondades que le adjudicábamos.
El paté se parece mucho al surimi, aunque la materia prima no es la misma. Los dos tratan de imitar a otro producto, al foie gras y las patas de cangrejo, respectivamente; nos hacen pensar que son pura carne y puro pescado, pero en realidad la proporción de esos ingredientes es mínima; y, por último, se han vendido como una opción saludable, para una merienda de niños o para una ensalada, y no lo son. Pero, ¿qué llevaba ese producto para untar por el que suspirábamos cuando éramos niños?
Una pasta grumosa
Si coges una lata o un bote de paté y miras sus ingredientes encontrarás que el hígado no es siempre su primer ingrediente. Puede leerse la palabra carne sin más especificaciones, un porcentaje de hígado entre el 20% y el 25%, tocino de cerdo, agua, harinas, fibras, proteínas de animales y, por supuesto, aditivos para mejorar su sabor y su conservación. Es decir, un batiburrillo de ingredientes que ha sido picado para elaborar un untable que nos recuerde al foie, que en su mayoría está formado por hígado de oca.
Ahora bien, para que no se produzcan errores, la legislación española recoge en sus textos lo que debe caracterizar a un paté: "una pasta cárnica, pasteurizada o esterilizada, elaborada a base de carne o hígado, o ambos, a la que se pueden añadir menudencias y otros ingredientes, condimentos y aditivos que se han sometido a un proceso de picado". Es decir, que el paté es una de esas carnes procesadas que la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce como carcinogénicas en este informe de 2015.
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Pero aquí no termina el horror. Mario Sánchez, tecnólogo de los alimentos, aseguraba en este artículo de EL ESPAÑOL que la carne con la que se elaboran los patés suele ser de baja calidad. "Al fin y al cabo, las partes utilizadas para elaborar los patés son descartes de carne y de hígado, un órgano que posee una gran cantidad de grasa, en este caso, no demasiado saludable", detalla el experto en el artículo. De hecho, en el etiquetado del paté se puede observar que tiene una proporción cercana al 25% de grasas.
El paté del que más nos acordamos de nuestra infancia es, sin duda, el paté de cerdo, pero este no es el único animal al que se ha pasado por la picadora: "En los supermercados podemos encontrar latas de productos hechos a base de pollo, pavo, anchoas, salmón o atún. Unos productos que, por mucho que se hagan con carne blanca o de pescado, no son más saludables", asegura el artículo. Esto se debe a que la cantidad de carne que llevan los patés es anecdótica en cualquier caso y está compuesto, fundamentalmente, de ingredientes de relleno.
Por esta razón, los patés no presentan los beneficios que puede tener la carne de cerdo mínimamente procesada y mucho menos los que anuncian sus reclamos comerciales que dicen que es una merienda ideal.