El ayuno intermitente es un patrón alimentario que ha ido demostrando en los últimos años beneficios para la salud, muchos de ellos a consecuencia de la pérdida de peso que ayuda a conseguir y su potencial antiinflamatorio. En su visita a España, sin embargo, el experto en longevidad Valter Longo advertía que, al restringir las horas en las que nos alimentamos, no debemos saltarnos el desayuno: 'sacrificar' la comida y cenar pronto sería lo más saludable.
Ahora, un nuevo estudio llevado a cabo por investigadores de la Escuela de Medicina Icahn del prestigioso hospital Mount Sinai de Nueva York, y publicado en la revista Immunity, apunta a que saltarse el desayuno puede ser perjudicial para el sistema inmune. Los problemas asociados pasarían por la reducción de la capacidad para combatir infecciones y el aumento del riesgo de enfermedad cardiovascular.
Como explica el profesor Filip Swirski, director del Instituto de Investigación Cardiovascular en Icahn Mount Sinai y autor principal del actual estudio, este trabajo advierte de que el ayuno puede cobrarse un precio en cuanto a salud se refiere. "Este es un estudio mecanicista que profundiza en parte de la biología fundamental relevante para el ayuno. El estudio muestra que existe una conversación entre los sistemas nervioso e inmunológico", apunta.
[El lado oscuro del ayuno intermitente: el desconocido efecto para la salud]
Los investigadores querían determinar los efectos inmunológicos de este patrón, desde el ayuno relativamente corto de pocas horas hasta el de 24 horas. Se analizaron dos grupos de ratones: un grupo desayunaba inmediatamente después de despertarse, tomando la mayor cantidad de comida del día, mientras que el otro grupo no desayunaba y se alimentaba más tarde. Se recolectaron muestras de sangre de ambos grupos al despertar, así como cuatro y ocho horas después.
Tras analizar la sangre, los investigadores observaron una clara diferencia en el grupo de ratones que ayunaron tras despertarse. Concretamente, hubo una caída en la cantidad de monocitos, un tipo de glóbulo blanco con funciones específicas para combatir infecciones, y que influye incluso en el desarrollo de enfermedades cardíacas y cáncer.
Al inicio del estudio, todos los ratones poseían la misma cantidad de monocitos. Sin embargo, tras cuatro horas, los monocitos en los ratones en ayunas se vieron drásticamente afectados, llegando a desaparecer del torrente sanguíneo en un 90%, y disminuyendo aún más tras el paso de ocho horas. En los ratones que sí desayunaron, en cambio, se mantuvieron estables.
Según los investigadores, los monocitos de los ratones en ayunas viajaban de regreso a la médula ósea para hibernar. Al mismo tiempo, también se detectó una disminución de la producción de nuevas células inmunes. Los monocitos de la médula, cuya vida útil suele ser corta, cambiaron significativamente: sobrevivieron más tiempo y envejecieron de manera diferente en comparación con los que permanecieron en la sangre.
En este punto, los investigadores alargaron el ayuno hasta las 24 horas y luego reintrodujeron la comida. Las células inmunes que habían vuelto a la médula retomaron su camino hacia el torrente sanguíneo en pocas horas, lo que condujo a un mayor nivel de inflamación. En lugar de llevar a cabo un papel de protección contra las infecciones, estos monocitos alterados se habían vuelto proinflamatorios, lo que producía una debilidad orgánica frente a potenciales infecciones.
Se pudo trazar asimismo una relación entre el cerebro y estas células inmunes. Se encontraron las regiones cerebrales específicas que controlan la respuesta de los monocitos durante el ayuno, y se demostró que dejar de comer provoca una respuesta de estrés a nivel cerebral, lo que hace que las personas tengan "hambre". Esto desencadena instantáneamente una migración a gran escala de los monocitos sanguíneos hacia la médula ósea, y vuelven de nuevo al torrente sanguíneo cuando hay nutrientes disponibles.
Para finalizar, como recalca Swirski, no hay que olvidar que también existen evidencias de beneficios metabólicos asociados al ayuno cuando se realiza correctamente. Este estudio, eso sí, sería un avance útil para comprender mejor los mecanismos corporales que se activan dentro de esta práctica alimentaria.
"El ayuno reduce la cantidad de monocitos circulantes, lo que podría verse como algo bueno, dado que estas células suelen asociarse a la inflamación. Sin embargo, la reintroducción de alimentos crea una oleada de monocitos sanguíneos, algo que puede ser problemático. El ayuno, por lo tanto, regula este grupo de células que no siempre son beneficiosas con respecto a la capacidad del cuerpo para responder frente a una infección, a la enfermedad cardíaca o al cáncer. Por tanto, es fundamental comprender cómo se controla su función", concluye.