El consumo de alcohol entre jóvenes de 20 y 30 años viene acompañado de cierta tolerancia cultural: está muy ligado a la socialización y se tiende a considerar que sus efectos negativos empiezan a repercutir décadas más tarde. Un nuevo estudio publicado en la revista Neurology, editada por la Academia Americana de Neurología, lanza la voz de alarma: un consumo diario incluso dentro de lo considerado como "moderado" es suficiente como para elevar el riesgo de sufrir un infarto a muy temprana edad.
"La tasa de infartos entre adultos jóvenes no ha dejado de aumentar en las últimas décadas, y padecerlo a esa edad es causa tanto de muerte como de discapacidad severa", explica el Dr. Eue-Keun Choi, profesor de la Universidad Nacional de Seúl (Corea del Sur). "Si pudiéramos prevenir los accidentes cerebrovasculares mediante la reducción del consumo de alcohol, podríamos no solo mejorar la salud individual de las personas, sino aliviar el impacto social del infarto para todos".
Para el estudio, se emplearon registros tomados de la base de datos nacional coreana para jóvenes entre los veinte y los treinta que se someten a cuatro revisiones anuales de salud. Se los consultó sobre sus hábitos de consumo de alcohol, y se realizó un seguimiento a seis años. Aquellos que consumían 105 gramos de alcohol a la semana se consideraron bebedores moderados, y por encima de esa cantidad pasaban a la categoría de bebedores frecuentes.
La medida equivale a una bebida alcohólica diaria o incluso un poco más, cuyo estándar se calcula en 14 gramos de alcohol, equivalente a 150 mililitros -una copa- de vino o 'un tercio' de cerveza. Más de un millón y medio de jóvenes fueron monitorizados en este estudio, de los cuales 3.153 sufrieron un infarto durante el periodo estudiado. En comparación con los bebedores infrecuentes -aquellos que consumieron menos de 105 gramos de alcohol diarios- o los abstemios, los moderados y frecuentes presentaron un riesgo un 20% mayor de accidente cerebrovascular.
La cantidad de años de consumo acumulado de alcohol también influyó en el incremento del riesgo. A partir de los dos años, los bebedores más frecuentes presentaban un aumento del 19% en la incidencia de los infartos hemorrágicos, causados por el reventón de un vaso sanguíneo dentro del cerebro. A partir de los tres años, el riesgo se elevaba un 22%, y a partir del cuarto, un 23%. Estos resultados se confirmaron tras eliminar las variables como la hipertensión, el tabaquismo y el Índice de Masa Corporal.
Para el riesgo de infarto en general, aquellos que habían bebido de forma moderada o frecuente durante cuatro años seguido presentaban una incidencia de 0,51 casos por cada 1.000 personas. La tasa se reducía a 0,48 por cada mil si este consumo se prolongaba tres años; a 0,43 por cada mil si era durante dos años; a 0,37 por cada mil si era durante un año; y a 0,31, finalmente, para los que nunca habían sobrepasado el consumo infrecuente.
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"Dado que el 90% de los casos de infarto a nivel general se pueden atribuir a factores de riesgo potencialmente modificables, incluyendo el consumo de alcohol, y dado que el infarto en jóvenes tiene un elevado impacto social al limitar la actividad de los individuos en sus años más productivos, reducir la cantidad de alcohol consumida a diario debería ser un objetivo de intervención en los más jóvenes", concluye Choi. "Disuadirles de un consumo frecuente es una estrategia de salud pública para prevenir el infarto".