Una de las carnes más consumidas del mundo es la de pollo. En concreto, cada español consume alrededor de 13 kilos de pollo al año, de media. Aunque en España estamos lejos de ser los mayores consumidores de este tipo de carne, un ranking que lideran Israel (66,80 kilos por persona al año), Brasil (64,66 kilos) y EEUU (61,90 kilos), según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura.
Que sea una de las favoritas no es casualidad, es muy versátil y combina con multitud de ingredientes, además de tener un precio asequible. También es menos grasa y su consumo es apto en religiones en las que el consumo de algunas carnes animales está prohibido como ocurre en el hinduismo, el islam o el judaísmo.
Sin embargo, el consumo de la piel de pollo, muy gustosa a la vista y al paladar cuando está dorada y crujiente, siempre ha estado rodeado de controversia, con todo tipo de mitos sobre si es recomendable o no su consumo. Nutricionalmente hablando, la carne de pollo es muy popular entre deportistas ya que es rica en proteínas, con un gran aporte de vitaminas del grupo B y minerales como el hierro, fósforo y magnesio.
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En concreto, entre el 70% y el 75% de una porción de pollo es agua, entre un 20% y un 22% son proteínas y la parte grasa representa es de entre un 3% y un 10%. Valores en los que está excluida la piel, pero vayamos por partes.
Uno de los falsos mitos más conocidos dice que en la piel se acumulan hormonas dadas al animal con el fin de aumentar su volumen. Sin embargo, esto dentro del territorio europeo es falso, ya que se prohibió el uso de hormonas con este fin hace ya décadas. Qué problema hay entonces con la piel. La grasa. "La piel del pollo tiene un 32% de grasas, es decir, que cada 100 gramos de piel que consumimos, 32 son aporte graso", explica a BBC Mundo María Dolores Fernández Pazos, nutricionista del Centro de Información Nutricional de la Carne de Pollo (CINCAP) en Argentina.
Un tercio de grasas saturadas escondidas en la piel
Es cierto que dos tercios de estas grasas son insaturadas, es decir, de las calificadas como buenas que ayudan a controlar los niveles de colesterol en sangre, como apunta un informe de la Universidad de Harvard. Sin embargo, una tercera parte no dejan de ser grasas saturadas que contribuyen a aumentar los niveles de colesterol y que no son necesarias en el organismo. "La piel de pollo, al no tener unos beneficios potentes o claros sobre el organismo, teniendo en cuenta la proporción que tiene de grasas saturadas, es perfectamente prescindible. Aunque tampoco conviene obsesionarse", señala Concepción Martínez, dietista-nutricionista especializada en obesidad y sobrepeso.
La experta señala que este aporte calórico depende también tanto de la vida del animal como sobre todo de la forma de cocinarlo. Al asar el pollo, mucha de la grasa se desprende y queda en el jugo, mientras que frito, se le suman las calorías del aceite. De esta forma, si se cocina el pollo a la plancha y con poco aceite, comer su piel muy de vez en cuando no supone un impacto sobre la salud. Aunque la nutricionista destaca que, si se consume este alimento de forma habitual, lo más recomendable es apartar la piel y olvidarse.
"Está claro que es un error debatir sobre si es sano o no comerse la piel del pollo mientras se consume de forma habitual bollería industrial, sin embargo, si nos planteamos recurrir a ella por ese pequeño aporte de grasas beneficiosas, es mejor retirarla y conseguir esas grasas buenas con frutos secos, por ejemplo", reclama Martínez.
En datos, en un ejemplo de las diferencias nutricionales que hay entre retirar o no la piel de pollo, suponiendo el consumo de 196 gramos de pollo sin piel, ingeriremos 284 calorías con un 80% provenientes de la proteína y un 20% de la grasa. Mientras que, si no se retira la piel, la misma pieza supondrá la ingesta de 386 calorías, con 50% provenientes de proteínas y 50% de grasas.