La dieta mediterránea se asocia habitualmente con una mayor longevidad y una mejor calidad de vida. Sin embargo, no todo lo que comemos en España puede considerarse acorde con este tipo de alimentación. Nuestra gastronomía es deliciosa, pero en cuanto a la salud, tiene dos caras: tenemos productos típicos tan saludables para el corazón como el aceite de oliva, como perjudiciales para el mismo, como los embutidos.
Nuestras recetas tradicionales también pueden ser un problema si abusamos mucho de ellas. Estos platos estaban pensados para un estilo de vida más activo. Antes, los trabajos estaban asociados a un mayor desgaste físico y existían menos facilidades en cuanto al transporte. Las mismas raciones que se tomaban entonces resultan ahora demasiado calóricas porque nuestro estilo de vida es mucho más sedentario.
De todas formas, no tenemos por qué dejar de tomar estas recetas si lo hacemos muy de vez en cuando y sin pegarnos un atracón aunque sea de manera puntual. El gran potencial energético de estos platos reside en su alto contenido de grasas poco saludables y, en el caso de los dulces, su exceso de azúcares. Estos dos tipos de nutrientes se caracterizan por favorecer el desarrollo de algunos factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular, como la hipercolesterolemia.
A continuación, cuatro platos típicos de España que elevan tu colesterol en sangre.
Los torreznos
Estos fritos causan furor a lo largo y ancho de nuestro país, pero no son el bocado ideal para el día a día. Tal y como se explica en este artículo de EL ESPAÑOL, estos aperitivos contienen entre 400 y 500 kilocalorías por cada 100 gramos de peso. Sin embargo, el verdadero problema es el altísimo contenido de grasas saturadas que poseen.
Son estos nutrientes los responsables del incremento del colesterol malo, conocido de forma técnica como lipoproteína de baja densidad (LDL, por sus siglas en inglés). Además, estos derivados de la carne de cerdo no contienen nada de fibra y escasas vitaminas y minerales y, por eso, su perfil nutricional no se considera interesante.
Los callos
Si existe un plato tradicional de Madrid, es el de callos a la madrileña. Sin embargo, se trata de un buen ejemplo de que lo tradicional no siempre es saludable. Esta receta se caracteriza por su uso abusivo de las carnes con grasas perjudiciales para el corazón: aparte de los callos, se elabora con morro y manitas de cerdo, chorizo, jamón, morcilla…
Esta combinación fatal es un cóctel de grasas saturadas que no hace ningún bien a nuestra salud cardiovascular. Los callos son tripas de vacuno, normalmente, el estómago de la ternera. Según la Fundación Española de Nutrición (FEN), tan sólo tienen 81 kilocalorías por cada 100 gramos, pero ¡ojo! porque su perfil lipídico es alto en grasas saturadas y contiene mucho colesterol.
Las torrijas
La gastronomía de España también entiende de dulces y, como en las anteriores recetas, suelen caracterizarse por ser muy contundentes. Uno de los más conocidos son las torrijas, que se preparan en la época de Semana Santa y cuentan con legiones de seguidores. Pan remojado en leche, azúcar, huevo, canela y freír en abundante aceite… casi ná.
Según este artículo de EL ESPAÑOL, cada rebanada de torrijas supone unas 200 kilocalorías. Además de su evidente contenido de grasas debido a la fritura, las torrijas se caracterizan por tener un elevadísimo índice glucémico: el pan de harina refinada y el azúcar son los principales culpables. Esta característica se relaciona con otros factores de riesgo de la enfermedad cardiovascular como la hiperglucemia y el sobrepeso y la obesidad.
La morcilla
Junto con el chorizo, la morcilla es uno de los embutidos más famosos en las recetas de nuestro país: se echa a unas lentejas, a un cocido e, incluso, a los callos anteriormente comentados. Sin embargo, también se puede disfrutar sola sobre una rebanada de pan como aperitivo. Ahora bien, este pequeño bocado se relaciona con varios riesgos.
Cada 100 gramos de morcilla suponen 450 kilocalorías a nuestro cuerpo, pero lo más peligroso es que casi el 40% de su composición está formado por grasas —entre las que destacan las saturadas y el colesterol—. Después de la sobrasada, es el embutido más grasiento. La morcilla, por tanto, se relaciona con la obesidad y la hipercolesterolemia.