Nuestros hábitos de alimentación y nuestra dieta tienen un profundo impacto sobre la composición de la flora microbiana de nuestros intestinos, la conocida como microbiota intestinal. Y una nutrición saludable redunda en la proliferación de comunidades de bacterias que benefician a distintos procesos de nuestro organismo, de tipo metabólico, hormonal e incluso neurológico.
Así lo certifica un meta-estudio en base a la literatura científica disponible hasta el momento realizada por investigadores de la George Washington University (GW) y el National Institute of Standards and Technology (NIST) de EEUU, que publican sus conclusiones en la revista Nutrition Reviews.
Hasta fecha reciente, apuntan los autores, el microbioma humano -la totalidad de microorganismos que habitan en nuestro cuerpo- ha sido un campo infravalorado en los estudios sobre estrategias para diagnosticar y tratar enfermedades. La prevalencia de males que pueden tener que ver con la disrupción de la microbiota, sin embargo, está aumentando.
Pese a todo, no existe un consenso científico sobre qué constituye exactamente una flora intestinal "sana", reflejan. La revisión de los investigadores de la GW y el NIST analizó sistemáticamente nuestro entendimiento actual sobre las interacciones entre nutrición y microbiota en adultos saludables.
"A medida que vamos aprendiendo más sobre los microorganismos del tracto intestinal y la nutrición, descubrimos hasta qué punto se influencian los unos a los otros y, en lo que puede ser más determinante para la salud pública, cumplen un papel en la prevención y el tratamiento de enfermedades", explica la Dra. Leigh A. Frame, directora de Programas de Medicina Integrativa de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la GW.
Así, en su revisión, los autores determinaron que la relación bidireccional entre las nutrición y la microbiota intestinal emerge cada vez con mayor evidencia a medida que se investiga más sobre cómo estas bacterias utilizan y producen tanto macro como micronutrientes.
Así, descubrieron que las investigaciones han tratado sobre todo sobre los beneficios de consumir fibra dietética, que sirve de "combustible" para la microbiota intestinal. Y descubrieron también que, en contraste, la proteína incentiva el metabolismo microbiano proteico y los compuestos potencialmente dañinos que se generan en ese proceso, acumulándose en el intestino e incrementando el riesgo de resultados adversos para la salud.
"Esta revisión destaca que las herramientas de medición de las que disponemos a día de hoy en nuestro arsenal no son efectivas para identificar las señales microbiana y moleculares que serían indicadores efectivos de la enfermedad y la salud", explica también Scott Jackson, jefe del Grupo de Sistemas Microbianos Complejos del NIST.
Hasta la fecha, la microbiota humana ha sido vinculada a trastornos en el sistema inmune, metabólicos e incluso neurológicos. Se la relaciona con la enfermedad inflamatoria intestinal (EII), la artritis psoriasica, la diabetes, el eczema atópico, la celiaquía y la rigidez arterial.
Esto se traduce, indican, en un coste de 5.600 millones de euros para atender a los tres millones de europeos que sufren EII. Si la obesidad, que sufre el 50% de la población en Europa, entra en la ecuación, el coste de cuidar mal los intestinos aumenta a 81.000 millones de euros anuales.
Una dieta equilibrada para las necesidades de la microbiota se caracterizaría por las nueces, la fruta, un mayor consumo de verduras y legumbres por encima de la proteína animal; combinada con una ingesta moderada de pescado, la carne magra, las aves, los lácteos fermentados bajos en grasa y el vino tinto; y con el mínimo consumo de carne roja, carne procesada y dulces.