Estamos obsesionados con las calorías hasta un punto que roza lo absurdo. Por lo general, en lugar de valorar si lo que nos metemos entre pecho y espalda es un alimento saludable, lo primero que hacemos es fijarnos en su contenido energético, en si tiene o no tiene grasa, o en aspectos tales como si es 'light' o '0%', cuando un producto 'light' puede ser perfectamente insano. Las marcas lo saben y lo explotan a través de atractivos reclamos que nos hacen pensar que estamos ante productos más sanos.
El pasado año, la industria láctea volvió a rizar el rizo y creó los yogures triple cero. Esto es: 0% en materia grasa, 0% azúcares añadidos y 0% edulcorantes artificiales. Efectivamente, se trata de un producto con muy pocas calorías, pero que no es mejor que un yogur natural, y que encima suele costar el doble (alrededor de dos euros el pack de cuatro frente al euro que cuestan los naturales). "En la industria alimentaria existen dos estrategias distintas comunes. Si se elimina el azúcar, se suele potenciar la grasa. Y ocurre también al revés", explica el dietista-nutricionista Daniel Ursúa.
En realidad, tal y como apunta el también divulgador, "el yogur más saludable es el que tiene la grasa y el azúcar natural presente en él". ¿Y cuál es ese yogur? El yogur natural (no el edulcorado o azucarado), en cuya etiqueta encontraremos leche, fermentos lácticos, y opcionalmente leche en polvo o nata, y cuyo contenido en azúcar no es superior a cuatro o cinco gramos por cada unidad de 125 gramos. Esa cantidad la aporta la lactosa, un disacárído presente de forma natural en la leche. Además, en la etiqueta podremos leer también que la cantidad de grasa ronda el 3% del producto, al igual que la de proteínas.
¿Tiene sentido entonces crear un yogur con 0% materia grasa? Lo resumía a la perfección el tecnólogo de los alimentos Mario Sánchez en un post en sus redes sociales: "La grasa láctea no se relaciona con la obesidad a pesar de ser saturada. Es más, debido a su poder saciante se recomienda en dietas de adelgazamiento. Por ello es mejor consumir lácteos enteros, no desnatados". Los yogures griegos, por ejemplo, cuyo contenido en grasas (saludables) se eleva hasta el 12%, son perfectamente saludables.
Los yogures triple cero también se jactan de tener un 0% de azúcares añadidos. Esto sería un punto a su favor si no fuera porque, si nos fijamos en la etiqueta, su contenido en azúcar se eleva hasta los 7,7 gramos. ¿Cómo es esto posible? Lo explica la farmacéutica y dietista-nutricionista Marián García en su libro El jamón de York no existe: "Porque llevan zumo y el zumo contiene azúcares libres. También pueden llevar perlas como almidón de tapioca y patata". A ello hay que añadir los glucósidos de esteviol, que pese a que son edulcorantes seguros, pueden llegar a modificar el umbral del sabor.
¿Y qué hay del reclamo de 0% en edulcorantes artificiales? Es otro de los reclamos ‘quimiofóbicos’ habituales que utiliza la industria láctea para hacernos creer que estamos ante un producto más saludable, cuando realmente un edulcorante natural no tiene por qué ser mejor que uno artificial. Ambos son poco recomendables. "Los edulcorantes alteran el umbral del dulzor y por lo tanto no son una opción recomendable como sustituto del azúcar. Pueden servir de ayuda durante la transición entre consumir mucho azúcar y dejar de hacerlo, pero puntualmente", señala Sánchez, que además apunta que estos aditivos han demostrado “no ser eficaces en la pérdida de peso a largo plazo”.
Por último, si a pesar de todo, seguimos empeñados en el tema de las calorías, la diferencia entre un yogur triple cero y un yogur natural es mínima. Mientras que el primero tiene un 58 kilocalorías, el segundo contiene (redoble de tambores) también 58 kilocalorías también en 100 gramos de producto. ¿Tiene sentido pagar el doble por un producto que no es más saludable que un yogur natural? La respuesta, como siempre, está en manos del consumidor.