Por mucho que la preocupación por una alimentación saludable haya ganado prioridad entre los consumidores, los productores y las instituciones, la dieta occidental sigue incluyendo un exceso de carbohidratos de mala calidad y más grasas saturadas de lo recomendable. Así lo afirma un estudio con datos a 18 años llevado a cabo en la cuna de esta forma de comer, los Estados Unidos.
El trabajo, publicado en la revista JAMA, ha sido llevado a cabo por investigadores de la Escuela Friedman de Ciencia y Políticas de Nutrición de la Universidad Tufts y de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de Harvard. La revisión de los hábitos de consumo a lo largo de casi dos décadas ha permitido comprobar que se han producido mejoras, pero todavía hay motivos de preocupación.
Concretamente, los hidratos de carbono de mala calidad son los procedentes de harinas refinadas -pan blanco, bollería, pasta-, verduras y cereales almidonados -patata, maíz- y azúcares añadidos. En total, llegaban a suponer el 42% de la ingesta calórica diaria de quienes se alimentaban al modo occidental. Por el contrario, los carbohidratos de alta calidad, procedentes del grano entero y la fruta natural, solo suponían el 9% de las calorías consumidas.
Otros resultados del estudio a reseñar indican que las mejoras ocurren de formar gradual. La reducción de carbohidratos en la dieta cotidiana ha sido de un 2% en estos 20 años, y el recorte proporcional en los de mala calidad ha sido de un 3%. Sin embargo, los de buena calidad solo se han incrementado en un 1%.
En cuanto a las grasas, otro de los faroles rojos de la dieta occidental, su ingesta ha aumentado en un 1%, y la mitad corresponde a las "grasas malas", las saturadas. Si bien es cierto que han pasado a ser consideradas menos nocivas y más necesarias de lo que antaño se creía, exceden el consumo recomendado que es de un 10% de las calorías diarias al alcanzar hasta un 12%.
Desigualdad nutricional
En lo que respecta a los aspectos demográficos y sociales, las mejoras en los hábitos alimenticios se iban difuminando a medida que los sujetos se iban haciendo mayores. La categoría socioeconómica también demostró ser un factor crítico. Así, los adultos con mayor poder adquisitivo y niveles de estudios superiores habían llegado a reducir en un 4% los carbohidratos "malos" en su dieta. Aquellas personas por debajo del umbral de la pobreza, en cambio, solo pudieron recortar un 2%. Asimismo, la forma de comer de los mayores de 50 y aquellos sin graduado escolar no progresó.
Los datos para la revisión proceden de la Encuesta Nacional sobre Salud y Nutrición (NHANES por sus siglas en inglés) y de 43.996 personas adultas seleccionadas por su relevancia demográfica. Cada uno de estos participantes había rellenado al menos un cuestionario válido sobre su alimentación durante 24 horas a lo largo de los nueve ciclos de la NHANES que tuvieron lugar entre 1999 y 2016.
"Aunque hay signos esperanzadores de una ligera mejora con el tiempo, estamos lejos de sacar un sobresaliente en el examen", explica la epidemióloga nutricional Fang Fang Zhang de la Tufts University y coautora del estudio. "Nuestros hallazgos señalan que hay que intervenir para reducir las diferencias socioeconómicas en la calidad de la dieta para que los beneficios de una dieta saludable lleguen a todos".
Shilpa Bhupathiraju, coautora e investigadora de Harvard, ofrece ejemplos específicos: "La mayoría de proteínas que consumen los estadounidenses provenían de la carne, incluidas las carnes rojas y procesadas. Por el contrario, las fuentes proteínicas como el marisco y vegetales como el grano entero, las nueces y las legumbres seguían suponiendo una parte muy pequeña. Alimentos como las judías, los productos a base de soja o las semillas ofrecen también oportunidades para diversificar".
"Las calorías de mala calidad están asociadas con un aumento del riesgo de sufrir enfermedades. Un consumo de mejores carbohidratos podría implicar una mejor salud general para el futuro", concluyen los autores.
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