Lo que el pulpo me enseñó ha recibido recientemente el Óscar a la mejor película documental. La inteligencia de estos extraños animales fascina cada vez más. ¿Cómo perciben el mundo estos seres tan especiales?
Los pulpos son cefalópodos, una clase de animales marinos que forman parte de los moluscos. Equipados con ocho brazos cubiertos de ventosas y un cuerpo musculoso sin huesos ni conchas, son endémicos de nuestros océanos. Cerca de 200 especies se distribuyen en todas las aguas marinas del globo.
Si bien nuestro último antepasado común con ellos se remonta a 500 millones de años, cuando los estudiamos, muestran algunas similitudes inquietantes con nosotros. Detrás de unos ojos que nos miran fijamente, su cerebro funciona de forma sorprendentemente parecida al nuestro y su curiosidad y su deseo de explorar nos recuerdan nuestra propia sed de conocimiento. El estudio de estas similitudes, que llamamos convergencias evolutivas, nos permite comprender mejor cómo el medio ambiente y la evolución dan forma a órganos y comportamientos de manera similar.
Sobre este último punto, el comportamiento de los pulpos parece indicar una inteligencia impresionante. En etología, ciencia que estudia la conducta, estudiamos esta inteligencia, que más bien llamamos cognición. Las habilidades cognitivas se pueden definir como los procesos mediante los que la información del entorno se percibe, procesa, transforma, retiene y luego se utiliza para tomar decisiones y actuar.
Desde una perspectiva conductual, la flexibilidad con la que los individuos adaptan y ajustan su comportamiento a situaciones nuevas y cambiantes es una buena medida de sus capacidades cognitivas. Numerosos estudios en pulpos muestran que exhiben una gran flexibilidad en su comportamiento, ya sea en su entorno natural o en el acuario de un laboratorio.
Bueno en ataque y defensa
Tomemos primero el ejemplo de los mecanismos de defensa en los pulpos. Frente a sus múltiples depredadores, los pulpos son un as del camuflaje. Pueden imitar su entorno cambiando el color y la textura de su piel al instante y de diversas formas, gracias a unas células pigmentadas llamadas cromatóforos y múltiples músculos que cubren su epidermis.
En ausencia de un caparazón, los pulpos son muy vulnerables. Por eso buscarán esconderse, preferiblemente en un refugio en forma de cavidad debajo de una roca: los pulpos organizan y mantienen su refugio quitando arena y agregando piedras y conchas para cerrar mejor la entrada. Otros preferirán cubrirse de fango o conchas para esconderse, y algunos incluso llevarán su refugio en sus brazos, comportamiento que se considera el uso de una herramienta. Un ejemplo es el pulpo del coco, al que se observó portando una media cáscara de coco para esconderse al mínimo peligro.
Los pulpos también son formidables depredadores. Sus mecanismos de ataque se adaptan a la gran variedad de presas que consumen: todo tipo de mariscos y crustáceos, pero también peces e incluso otros cefalópodos. Pueden usar su visión y camuflaje para cazar, o sus brazos para explorar, tocar y saborear el entorno y agarrar cualquier alimento a su alcance. Pueden tener interacciones interespecíficas para cazar y cooperar con ciertos peces, especialmente meros, para encontrar presas escondidas. Aprenden a tener cuidado con los cangrejos que transportan anémonas y los atacan con cautela sin que les piquen.
Al consumir mariscos y moluscos, los pulpos pueden forzar la apertura del caparazón, posiblemente deslizando un pequeño guijarro para bloquear el cierre, o inyectando una toxina paralizante que permitirá que el caparazón se abra fácilmente. La toxina se inocula en un músculo muy preciso después de perforar el caparazón y el pulpo debe aprender y recordar dónde perforar cada caparazón.
Criaturas para observar en laboratorio
Las habilidades cognitivas de los pulpos también se estudian ampliamente en el laboratorio. Por ejemplo, en nuestro laboratorio de EthoS, actualmente estamos trabajando en las habilidades de memoria y planificación del pulpo común.
Estos animales resultan complejos de estudiar, especialmente por su gran fuerza, ya que pueden destruir fácilmente los dispositivos de investigación: ¡cuidado con las cámaras submarinas, son capaces de abrir carcasas impermeables para estropearlas! Además, carecen de huesos y pueden escapar fácilmente incluso por el agujero más pequeño. Infinitamente curiosos, se agarran a las manos y a las redes durante el mantenimiento de su acuario.
Aunque es impresionante y se usa a menudo para ilustrar la inteligencia de los pulpos, abrir frascos no es su habilidad más excepcional. Esta tarea es fácil para ellos gracias a su destreza y capacidad de agarre, pero son muy lentos: incluso cuando están muy entrenados, un pulpo siempre tarda más de un minuto en abrir un tarro y atrapar un cangrejo. Estos animales, sin embargo, siguen siendo talentosos en su forma de manipular objetos, por ejemplo, cambiando su orientación para deslizarlos a través de una pequeña abertura en una pared.
También sobresalen en el aprendizaje discriminatorio: cuando se les presentan dos objetos, aprenden a atacar a uno de ellos a cambio de una recompensa, en función de sus características, como el color, la forma, la textura o el sabor. Pueden retener este aprendizaje durante varios meses y también son capaces de generalizar, una tarea compleja que requiere expandir espontáneamente la regla aprendida a nuevos objetos en función de su similitudes (tamaño, color, rugosidad) con las encontradas anteriormente. Por ejemplo, los pulpos que han aprendido a reconocer y atacar una pelota real pueden aplicar este aprendizaje a una pantalla y así atacar una pelota virtual.
Muestran discriminación condicional, es decir, pueden modificar su elección en función del contexto: por ejemplo, pueden aprender a atacar un objeto solo en presencia de burbujas en su entorno y a contenerse en su ausencia. Son capaces del aprendizaje espacial y pueden encontrar un refugio invisible mientras recuerdan su posición en el espacio. También pueden usar señales visuales para aprender a orientar su brazo en un dispositivo opaco.
Finalmente, los pulpos pueden aprender observando a sus compañeros. Esto es sorprendente, porque son animales descritos como predominantemente solitarios (aunque ocasionalmente se han observado comunidades). Sin embargo, después de observar a un congénere elegir un objeto en particular, el pulpo puede reproducir este comportamiento sin aprendizaje adicional. Pero, aunque sean impresionantes en sus aprendizajes de laboratorio, los pulpos siguen siendo animales sorprendentemente erráticos en sus respuestas, especialmente en experimentos de discriminación visual, donde su desempeño rara vez supera el 80 % de éxito cuando otros animales casi logran la perfección.
Si volvemos a la definición de inteligencia, observamos que los pulpos validan todas las condiciones: muestran gran flexibilidad en la obtención de información (uso de varios sentidos, aprendizaje social), en el procesamiento de esta información (aprendizaje discriminativo y condicional), en su retención (memoria de largo plazo), y en su uso (adaptación de comportamiento ante diferentes depredadores y presas).
Pero no me malinterpreten: ¡El hecho de que sean nuestro centro de atención no significa que sean los más inteligentes de nuestros mares! En el patio de la escuela de cefalópodos, el pulpo sería el alumno travieso. La sepia sería la primera de la clase. Estos primos de los pulpos son sorprendentemente ignorados por el público en general y, sin embargo, están en el centro de muchas investigaciones en los laboratorios de etología de todo el mundo: son menos versátiles que los pulpos, pero tienen una capacidad de aprendizaje incomparable. Pueden aprender reglas complejas en muy poco tiempo, y, una vez aprendidas, aplicarlas a la perfección.
Finalmente, los cefalópodos nos muestran que no es necesario buscar formas de vida inteligentes en otro planetas, ¡todavía hay mucho por descubrir en nuestros mares!
* Lisa Poncet es doctorante en neuroéthologie, Université de Caen Normandie.
** Este artículo se publicó originalmente en The Conversation.