"Mis hijas que estudien, mis hijos que se casen", era una de esas frases lapidarias que el catedrático y célebre político de izquierdas, Francisco Barnés Salinas, repitió hasta la saciedad cada vez que surgía hablar sobre la educación que daba a sus siete vástagos -cuatro hijas y tres hijos-. Era un acérrimo defensor de la igualdad de género y educó a sus descendientes sin distinción de sexo entre ninguno de ellos, dándoles exactamente las mismas oportunidades.
Barnés provenía de una importante familia de intelectuales progresistas y tenía una sólida formación académica –era catedrático de Historia-. Como político, además de diputado, llegaría a ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes –en la actualidad Ministerio de Educación- en dos periodos alternos de la II República. Junto a su esposa Dorotea González, también descendiente de una familia de intelectuales y librepensadores, pusieron todo el empeño para que la formación que tuvieran sus cuatro hijas fuera idéntica a la que recibirían los varones.
Por tal motivo contrataron a una joven maestra para que les impartiera clases particulares tras salir de la escuela. Clases en las que, sobre todo las niñas, aprenderían una serie de asignaturas que en el colegio, por cuestión de género, no les habían querido enseñar. Ello propició que la familia Barnés-González se convirtiera, durante las primeras décadas del siglo XX, en una de las sagas más importantes y un modelo a imitar.
Una vez en la universidad, Dorotea, Adela y Petra se inclinaron por cursar carreras científicas (las dos primeras de Química y la tercera de Farmacia). Ángela, la benjamina, decidió estudiar filología árabe. Todas ellas terminaron sus respectivos estudios de manera brillante y con premios extraordinarios, siendo la mayor (Dorotea) la más sobresaliente de las cuatro y quien parecía tener un futuro más prometedor.
Pero, como en otros tantísimos casos de la época, nuevamente la Guerra Civil interrumpió sus carreras, en un tiempo en el que se había hecho un gran esfuerzo desde las instituciones de la II República para que las mujeres tuvieran las mismas oportunidades que los hombres. La familia Barnés-González al completo, a excepción de uno de los hermanos varones que falleció durante la guerra, se exilió de España, yendo a parar la mayor parte de ellos a México.
En el nuevo país de acogida Adela ejerció la docencia y trabajó en el departamento de Química Orgánica y Análisis Químico de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas como ayudante de José Giral Pereira. Un afamado farmacéutico químico, además de amigo de la familia Barnés-González, e importante político de la II República que llegó a ocupar el cargo de Presidente del Gobierno Republicano en el exilio.
Petra, quien había estudiado la carrera de Farmacia, junto a su marido Francisco (hijo del mencionado José Giral), formó una importante pareja de científicos, trabajando codo con codo en el laboratorio y haciendo importantes hallazgos: la molécula conocida como giralgenina fue bautizada con ese nombre en honor al apellido de su esposo. Al igual que en otras tantísimas ocasiones, en las que una pareja ha trabajado al cincuenta por ciento en un proyecto, él fue quien se llevó la inmensa mayoría de menciones y reconocimientos.
Por su parte, Dorotea, la mayor de las hermanas fue quien hasta la fecha más éxitos académicos y reconocimientos cosechó pero, por desgracia, tras el conflicto bélico fue la más perjudicada. Aunque en un principio optó por quedarse exiliada en Francia, donde se encontraba cuando tuvo lugar el alzamiento contra la república, posteriormente cambió de opinión y, animada por su marido, en 1940 regresaron a España, siendo ésta, posiblemente, la peor decisión que tomó en toda su vida.
Tal y como llegó a Madrid, desde el nuevo régimen fue sometida a la conocida como depuración franquista, castigándola a ella por los ideales de izquierdas del resto de la familia Barnés-González. A partir de aquel momento a la joven científica se le inhabilitó para poder desarrollar su brillante carrera e incluso para ejercer la docencia.
Y es que Dorotea Barnés estaba destinada a convertirse en una de las científicas españolas más importantes del siglo XX. En 1928, cuando aún no había terminado sus estudios, ya pertenecía a la Sociedad Española de Física y Química. Ese mismo años fue becada por la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE) para asistir a la Residencia de Señoritas de Madrid, realizando las prácticas en el laboratorio creado por la célebre bioquímica estadounidense Mary Louise Foster. Allí entabló una sólida amistad con ésta, quien la animó a solicitar una beca para seguir formándose en Estados Unidos.
La ayuda le fue concedida en 1929 y que la llevó a estudiar durante un curso al Smith College, una institución privada exclusiva para mujeres en Northampton, Estado de Massachusetts. Allí, bajo la dirección de la doctora en Física Gladys Anslow, se especializó en las técnicas del análisis espectral por las que destacaría en su trabajo durante la siguiente década.
Como resultado de su colaboración con las doctoras Foster y Anslow, Dorotea realizó el estudio Algunas características químicas y el espectro de absorción de la cistina que fue publicado en 1930 en las prestigiosas revistas The Journal of Biological Chemistry y Anales de la Sociedad Española de Física y Química. Gracias a ello obtuvo el Master Degree of Science en la Smith College.
En septiembre de ese mismo año se le concedía a Dorotea una nueva beca, esta vez para la Universidad de Yale. Todo un hito si tenemos en cuenta que por aquel entonces el acceso femenino a esta institución universitaria estaba muy restringido y eran poquísimas las mujeres que lograron acudir.
Tras su periplo estadounidense de dos años, en 1931 obtiene la licenciatura en química y no tardaría también en doctorarse con Premio Extraordinario. Es entonces cuando se le brinda la oportunidad de investigar, bajo las órdenes del prestigioso espectroscopista Miguel Catalán, en el Instituto Nacional de Física y Química de Madrid (conocido en aquellos momentos como Instituto Rockefeller).
Gracias al trabajo constante y su afán por aprender, numerosos son los testimonios que aseguran que Dorotea Barnés González se había convertido, junto a Gladys Anslow y Mary Louise Foster, en una de las científicas más avanzadas en el campo de la espectroscopía aplicada al análisis químico. Durante los primeros años de la década de 1930 siguió estudiando y acudiendo a congresos científicos en los que ampliar sus conocimientos.
Fue precisamente asistiendo a uno, en París en julio de 1936, donde le pilló el inicio de la Guerra Civil. Dorotea fue convencida inicialmente por su familia para que permaneciera en el extranjero, instalándose a vivir en Carcasona.
Tenía una hija recién nacida y el conflicto bélico en España no era el momento más adecuado para regresar. Sin embargo estaba convencida de que una vez acabada la guerra no habría represalias políticas.
Pero se equivocó. Regresó en 1940 y lamentablemente ocurrió lo que sabiamente su padre le advirtió: el apellido Barnés pesaba demasiado en la política republicana y de izquierdas en este país y le harían pagar a ella el castigo que el régimen franquista querría imponerle a él y a su hermano Domingo, quien también fue un notable político y ocupó la misma cartera ministerial.
A partir de ahí el prometedor futuro de quien estaba llamada a ser una de las científicas españolas más relevantes del siglo XX se acabó. En cierta ocasión, la propia Dorotea reconoció que no solo la Guerra Civil truncó su carrera sino que fue su propio marido quien la sacó de la ciencia, tal y como señalan algunas biografías sobre su vida.