El 18 de noviembre de 1888 se abrió la tumba de Francisco de Goya y Lucientes en el cementerio de La Chartreuse de Burdeos. El cónsul español en la ciudad, Joaquín Pereyra, la había descubierto años atrás y después de infatigables gestiones estaba a punto de conseguir que los restos mortales del genial pintor, fallecido 70 años antes, regresaran a su patria. Sin embargo, la sorpresa fue que no estaban al completo: faltaba el cráneo. Ahí comienza un misterio que nunca se ha resuelto, con algunas pistas que hacen pensar en una historia rocambolesca a caballo entre los siglos XIX y XX y que vuelve a estar de actualidad.
Desde la habitación de su hotel, con vistas al cementerio de La Chartreuse, Samuel Alarcón atiende por teléfono a EL ESPAÑOL. Es el director del documental Oscuro y Lucientes, que trata de reconstruir estos hechos. Junto a su equipo de Tourmalet Films rodará en Burdeos hasta finales de julio con el propósito de narrar una historia que le han obsesionado desde pequeño. "Un día mi padre me llevó al cementerio de San Isidro y me dijo que allí estaba enterrado Goya, pero que le faltaba la cabeza", comenta el realizador madrileño.
En realidad, el cadáver del pintor –y el de su consuegro Martín Miguel Goicoechea, con quien compartía el sepulcro francés- pasó por allí pero fue trasladado en 1919 a la ermita de San Antonio de la Florida. Junto a las cajas de Goya y su amigo, se enterró un pergamino con el siguiente texto: "Falta en el esqueleto la calavera, porque al morir el gran pintor, su cabeza, según es fama, fue confiada a un médico para su estudio científico, sin que después se restituyera a la sepultura, ni, por tanto, se encontrara al verificarse la exhumación en aquella ciudad francesa".
En el siglo XIX estuvo en boga la frenología, una pseudociencia basada en las teorías del austriaco Franz Joseph Gall, que afirmaba que las características del cráneo permitían determinar el carácter de las personas, sus habilidades, su predisposición al crimen e incluso sus dotes artísticas. De hecho, hay casos de personajes ilustres cuyas cabezas fueron sustraídas para ser estudiadas, como la del músico Haydn, fallecido en Austria en 1809.
Aunque es posible que el cráneo de Goya fuera robado de su tumba, quizá nunca llegaron a enterrarlo con el resto del cuerpo. "En Francia era muy popular la frenología y es bien sabido que los médicos que lo atendieron en sus últimos años tenían relación con ella", apunta Samuel Alarcón. Ni siquiera es descartable que el propio pintor donase su cabeza a la ciencia. Sin embargo, tras la exhumación, una anciana nonagenaria de Burdeos que decía haber presenciado el entierro afirmó que el cuerpo fue sepultado al completo.
El cuadro de la calavera
El director ha buceado en las hemerotecas para recomponer el resto de la historia. El acontecimiento más impactante tuvo lugar el 17 de abril de 1928. Con motivo del centenario de la muerte del artista se presentó en su tierra natal un cuadro desconocido hasta entonces que representa la calavera de Goya. Esa obra sigue hoy en día en los sótanos del Museo de Zaragoza y fue pintado por el asturiano Dionisio Fierros, con fecha de 1849. O bien el pintor había imaginado cómo era el cráneo o bien era un auténtico retrato.
Probablemente, el documento que describe de una forma más completa lo que pudo haber sucedido es un pequeño libro de Juan Antonio Gaya Nuño, La espeluznante historia de la calavera de Goya, publicado primero por una editorial italiana, pero con una edición española de 1966 de pocos ejemplares, según cuenta el escritor Eugenio Gallego.
'El Español'… de 1943
El autor hace referencia a un artículo aparecido en 1943 en una publicación homónima de este diario, El Español, que estaba firmado por Dionisio Gamallo Fierros, nieto del pintor asturiano. El título es más que elocuente: ¿Robó mi abuelo la calavera de Goya? Probable intervención de un triunvirato político-médico-aristocrático. El parietal derecho y una mandíbula, únicos restos de la cabeza genial.
Gaya Nuño da total credibilidad al artículo y añade especulaciones de su propia cosecha. Por ejemplo, que el triunvirato de ladrones habría estado formado, además de Dionisio Fierros, por el marqués de San Adrián, que fue el primer propietario del cuadro de la calavera, y Mariano Cubí Soler, un médico partidario de la frenología.
El fatal experimento de Salamanca
Cuando Fierros murió en 1894, su familia se trasladó a Ribadeo (Lugo) y hasta allí viajó también la cabeza de Goya. En 1911, su hijo Nicolás se fue a estudiar Medicina a Salamanca y se llevó la calavera que tenía en casa para hacer prácticas. Según el artículo de Gamallo Fierros, sobrino de Nicolás, el ansia por experimentar de los estudiantes tuvo fatales consecuencias.
Para comprobar la fuerza expansiva de la germinación –o la "fuerza expansiva de los gases", dicen otras fuentes- pusieron garbanzos en remojo y no encontraron mejor recipiente que la ínclita calavera, que acabó por estallar y quedó hecha añicos. Otras versiones dicen que el cráneo simplemente fue fragmentado y distribuido en trozos entre los alumnos de Medicina. El caso es que el autor del artículo decía conservar un parietal derecho y un fragmento del maxilar inferior y puede que aún alguien los siga guardando en alguna parte, como única reliquia de una cabeza genial.
"El testimonio más valioso que tenemos es el de la familia Fierros", afirma Samuel Alarcón, que no quiere desvelar todas las conclusiones a las que ha llegado antes de que se estrene el documental, probablemente, a finales de 2018. En realidad, esta obra cinematográfica utilizará como hilo conductor a Jean Laurent, destacado fotógrafo francés que trabajó en España en el siglo XIX y capturó imágenes de los cuadros de Goya. "Es una reflexión sobre el tránsito de la pintura a la fotografía como forma de representar el mundo, la historia del cráneo no es más que un McGuffin", explica.
Anochece sobre el cementerio de Burdeos mientras director de Oscuro y Lucientes sigue mirando por la ventana, contento de que sea EL ESPAÑOL quien le está entrevistando. "No creo en las casualidades", asegura. A falta de otras indagaciones más científicas, el documental podría resultar revelador o simplemente añadir una página más al séptimo arte, que bien sabe lo que es entregar la cabeza de Goya.