En este planeta existen animales tan raros que podrían pasar por alienígenas. Algunos lo son por su aspecto, otros por su arquitectura corporal, por sus costumbres o su metabolismo. Pero uno de ellos lo es por casi todo a la vez. El ratopín, o rata topo desnuda, es un caso aparte, una especie (Heterocephalus glaber) única en su género (Heterocephalus), y un género único en su familia (Heterocephalidae). Es el animal que nadie ve durante un safari, y sin embargo está ahí, bajo las sabanas de Kenia y Etiopía; la presencia de sus túneles subterráneos se revela a veces en forma de pequeños volcanes de arena que expulsan bocanadas de polvo.
Quienes lo ven, en zoológicos, o en fotos y vídeos, suelen encontrarlo más bien poco agraciado, como una rata a medio hacer, rosada y sin pelo, de ojos diminutos e incisivos prominentes que parecen dispuestos a propinar un picotazo. Pero su aspecto es sólo la tarjeta de presentación del resto de sus rarezas, a las que ahora se añade una nueva. Repasamos algunas de las excentricidades del ratopín, comenzando por el último de sus secretos, publicado esta semana en la revista Science.
Cambian a "modo planta" cuando no hay oxígeno
Los ratopines viven en complejas madrigueras subterráneas, donde se apiñan formando grandes colonias de hasta 280 individuos. Es evidente que, en tales condiciones, el oxígeno es un recurso escaso. Estos mamíferos son capaces de sobrevivir durante horas en un ambiente muy enrarecido, y aguantan hasta 18 minutos en ausencia total de oxígeno. Simplemente, dejan de respirar; entran en un estado de animación suspendida y su latido cardíaco se reduce a la cuarta parte. Pero ¿cómo lo hacen?
Un estudio dirigido por la Universidad de Illinois en Chicago (EEUU) y el Centro de Medicina Molecular Max Delbrück en Berlín (Alemania) revela la solución. Cuando falta el oxígeno esencial para quemar la glucosa, combustible natural de los animales, los ratopines simplemente dejan de consumir este azúcar. En su lugar, cambian a otra fuente de energía alternativa. "Nos sorprendió encontrar niveles altos de dos azúcares inusuales, fructosa y especialmente sacarosa, en la sangre de los ratopines privados de oxígeno", señala la coautora principal del estudio, Jane Reznick.
En otros mamíferos, ciertos órganos como el hígado pueden metabolizar la fructosa; pero nunca el cerebro o el corazón, cuyas células mueren rápidamente cuando no hay oxígeno para consumir glucosa. En cambio, el ratopín posee por todo su cuerpo las enzimas necesarias para emplear fructosa como combustible. Este azúcar se encuentra en los vegetales, libre o en forma de sacarosa, más conocida como azúcar de mesa. Es por esto que, según los investigadores, los ratopines evitan morir asfixiados comportándose como plantas.
Sociales como las termitas, y comen heces
Los ratopines y las ratas topo de Damaraland son los únicos mamíferos reconocidos por muchos científicos como eusociales, un término que describe la vida en sociedades totalmente jerarquizadas y organizadas en castas, al estilo de las hormigas o las termitas. Cada colonia de ratopines posee una reina, la única hembra fértil, y varios machos reproductores. Los miembros del grupo cooperan en la crianza de los pequeños y se reparten las labores, como la defensa, la excavación de túneles o la búsqueda de las raíces y tubérculos que usan como alimento. Sin embargo, la dieta de los ratopines incluye también un dudoso manjar: sus propias heces. Después del destete, éste es el único sustento de los pequeños hasta que son capaces de digerir el alimento vegetal.
Viven 30 años y apenas padecen cáncer
Imaginemos un primate capaz de vivir 800 años. Algo parecido es lo que logra el ratopín: vivir diez veces más tiempo que su primo el ratón, de tamaño similar. Su longevidad de 30 años es un récord absoluto para un roedor. Entre las causas de tan larga vida se han apuntado la ralentización de su metabolismo que retrasa la oxidación, o la existencia de eficaces mecanismos de reparación de los daños en el ADN. Además, estos animales llegan a tan avanzada edad sin apenas sufrir cáncer. Solía creerse que el ratopín era la única especie libre de esta enfermedad, hasta que en febrero de 2016 se describieron los dos primeros casos. Pese a todo, sigue considerándose un animal extremadamente resistente al cáncer, lo que podría deberse a un doble mecanismo de seguridad que impide la proliferación descontrolada de las células, y a un compuesto de sus tejidos que bloquea la emigración de células tumorales.
Son "de sangre fría"
Los reptiles o los anfibios utilizan fuentes externas como el sol para regular su temperatura corporal. Tradicionalmente se llamaba a estos animales "de sangre fría", una denominación hoy en desuso. Por el contrario, los "de sangre caliente", como los mamíferos, consumen energía para calentarse. El ratopín es el único mamífero conocido que puede calificarse como "termoconformista": en lugar de regular su temperatura por sus propios medios, adopta la del ambiente que le rodea. Aunque la regulación térmica del ratopín todavía es materia de estudio, su caso se ajusta más a lo que clásicamente se entendía como animales de sangre fría.
No sienten dolor ni picor
Un roedor rascándose es una imagen típica, pero no tanto si se trata de un ratopín. Una de las mayores rarezas de estos animales es que su piel carece de un neurotransmisor llamado sustancia P, implicado en el procesamiento nervioso de las señales de dolor y en el picor inducido por la histamina, el compuesto responsable de esta sensación. La consecuencia es que los ratopines se rascan poco, y son inmunes al dolor de la piel producido por ácidos o sustancias irritantes. Se ha propuesto que este rasgo es una adaptación a la vida en sus túneles, donde los altos niveles de CO2 pueden provocar una acumulación de ácido en sus cuerpos.
Corren marcha atrás
Los ratopines muestran adaptaciones asombrosas a su existencia subterránea. Los ojos les sirven de poco, aunque no son del todo inútiles. Su rasgo más distintivo son sus potentes dientes, que utilizan para cavar y que sobresalen a través de los labios de modo que éstos quedan sellados, para evitar así tragarse la tierra mientras perforan. La excepcional elasticidad de su piel les resulta de gran utilidad a la hora de arrastrarse por los túneles. Y si no hay espacio para dar la vuelta, no importa: pueden correr marcha atrás a la misma velocidad que hacia delante.