Contrariamente a lo que el cine se empeña en mostrarnos una y otra vez, los humanos no solemos ser la presa preferida de ninguna gran fiera de tierra o mar, ya sean leones, tiburones o tigres. Pero de vez en cuando hay algunos animales que parecen desconocer esta regla general. ¿Qué impulsa a ciertos depredadores a convertirse en devoradores de hombres? Si nos dejamos embaucar por la seducción de la leyenda, es la sed de nuestra sangre, o incluso una encarnación del mal que toma forma en ciertas bestias. La realidad es más prosaica: un nuevo estudio publicado en la revista Scientific Reports concluye que dos famosos leones africanos del siglo XIX adoptaron una dieta antropófaga debido a una enfermedad dental que les impedía cazar sus presas habituales, mucho más esquivas que un humano dormido.
A finales del siglo XIX, el Imperio Británico se frotaba las manos ante la idea de exprimir las riquezas de Uganda, conocida como la perla de África. Para abrir aquellas fértiles tierras a la colonización y la explotación, el gobierno de Londres proyectó un ferrocarril que uniría el lago Victoria con la ciudad de Mombasa, en la costa de la actual Kenia. Aquella idea era para algunos una gigantesca locura: más de 1.000 kilómetros de vía férrea superando peliagudos obstáculos geográficos y atravesando territorios plagados de fieras, enfermedades tropicales y tribus hostiles.
En 1898 la obra del ferrocarril de Uganda sufrió su mayor revés, cuando la construcción de un puente sobre el río Tsavo se retrasó durante nueve meses debido al acoso de dos leones que por las noches asaltaban las tiendas de campaña para arrastrar a los trabajadores dormidos y devorarlos. El episodio de los leones comehombres de Tsavo quedaría narrado para la posteridad por el supervisor de la obra, el coronel del ejército británico John Henry Patterson, en su libro The Man-Eaters of Tsavo (1907). El cine ha recreado la historia en varias ocasiones, la última de ellas en 1996 con Los demonios de la noche, con Val Kilmer en el papel de Patterson y Michael Douglas interpretando a un ficticio cazador profesional.
Los dos leones de Tsavo fueron finalmente abatidos por Patterson. Durante un cuarto de siglo, los restos de los animales sirvieron como alfombras en casa del coronel, hasta que en 1924 fueron vendidos al Museo Field de Chicago, que los naturalizó y hoy los mantiene en exposición. En cuanto al número total de víctimas que se cobraron los felinos, nunca ha podido determinarse con precisión: en su libro, el coronel contaba "28 trabajadores del ferrocarril y montones de infortunados africanos, de los que no se llevó un registro preciso", según recuerda para EL ESPAÑOL el coautor del nuevo estudio Bruce Patterson, conservador de mamíferos del Museo Field (y sin parentesco con el coronel). Sin embargo, años más tarde, en un folleto de 1925, el propio autor inflaba sus cifras: "135 trabajadores del ferrocarril e infortunados africanos", señala Bruce Patterson. "Exagerar no perjudica la venta de libros: ¡todavía se sigue reeditando cien años después!", añade.
Cadáveres que cuentan historias
La conservación de las pieles y cráneos de los dos leones ofrece a los científicos una rara oportunidad de aplicar técnicas avanzadas actuales para tratar de reconstruir los detalles de aquel episodio. Mediante un análisis de isótopos de los restos, un estudio de 2009 estimó el número total de humanos consumidos por los leones en torno a 35. Los investigadores pueden también indagar en las razones que llevaron a aquellos animales a especializarse en una dieta tan peculiar.
Durante años se ha especulado con la posibilidad de que algunos grandes depredadores ataquen a los humanos en períodos de escasez de sus presas naturales. El Tsavo, hoy un inmenso parque nacional en Kenia, es un territorio áspero y árido cubierto por densos bosques de espino, y en la época de la construcción del ferrocarril sufría una prolongada sequía y una epidemia vírica que afectaba a la fauna. En su libro, Patterson recordaba escuchar en la distancia cómo los leones masticaban los huesos de una víctima, sugiriendo que la escasez de comida obligaba a los animales a aprovechar hasta la última caloría de sus presas.
Sin embargo, parece que el coronel probablemente añadía algo de fantasía para especiar su narración. Bruce Patterson y la ecóloga evolutiva Larisa DeSantis, de la Universidad Vanderbilt (EEUU) y directora del nuevo estudio, han analizado los dientes de los leones, observando que no existe el desgaste esperado en una dentadura dedicada a machacar huesos. Los dos leones de Tsavo, concluyen DeSantis y Patterson, comían sólo partes tiernas, lo cual refuta la hipótesis de la escasez de presas.
Los humanos, una presa fácil
Pero los investigadores sí han encontrado una peculiaridad en los dientes: sobre todo uno de los leones tenía graves lesiones en su dentadura, probablemente causadas por la coz de una presa, según DeSantis. "Los leones someten a sus presas con sus mandíbulas, y con heridas así la caza habría sido menos eficaz", expone la investigadora a EL ESPAÑOL. "Estos daños habrían convertido la caza en una empresa arriesgada y probablemente dolorosa, mientras que los humanos habrían sido una solución sencilla a sus necesidades, ya que son mucho más fáciles de someter que una cebra".
Otros científicos ya habían propuesto que las lesiones graves en la mandíbula podrían llevar a los grandes felinos a cambiar sus presas naturales por las humanas; esta idea se conoce como hipótesis de la enfermedad. "Las lesiones en los dientes del primer león de Tsavo son extremas y diferentes de los daños típicos que suelen presentar los leones; los datos de nuestro estudio son consistentes con la teoría de la enfermedad", concluye DeSantis.
No obstante, DeSantis y Patterson advierten de que no siempre los ataques de leones a humanos esconden una enfermedad dental o facial. Patterson recuerda el caso de un cierto número de leones de Tsavo que hace unos años escaparon de los límites del parque nacional, donde la población era demasiado grande. Algunos de estos animales encontraron fauna salvaje para abastecerse, pero otros recurrieron a las únicas presas disponibles en los ranchos adyacentes: personas y ganado. "Sin otra cosa que comer, los leones son peligrosos y dañinos", dice Patterson. "Y sus dientes estaban en un estado perfecto", agrega.
El tocayo del coronel recuerda las palabras escritas por el célebre cazador escocés John A. Hunter, que fue amigo y colega de Denys Finch Hatton, el personaje interpretado por Robert Redford en Memorias de África. Hunter consideraba que los leones devoradores de hombres solían ser animales viejos, heridos o enfermos; pero que si un león sano por casualidad probaba la presa humana, sin duda repetiría. Y que esto ocurriría con mayor frecuencia allí donde el ganado había desplazado a la fauna salvaje. DeSantis advierte: se trata de un fenómeno raro, pero que sucede. "En Tanzania, los leones mataron a 563 personas entre enero de 1990 y septiembre de 2004; en 2016, tres leones estuvieron implicados en la muerte de varias personas en el bosque de Gir, en India". Y continuará ocurriendo, alerta la ecóloga: "si reducimos las poblaciones de sus presas y aumentamos la nuestra propia, los grandes felinos devoradores de hombres pueden convertirse en un fenómeno más común".