Más que victimario, el tiburón suele ser la víctima. Víctima de la pesca irresponsable, que ha llevado a una cuarta parte de sus especies a la lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Pero también víctima de los documentales sensacionalistas que lo presentan como un monstruo siempre sediento de sangre humana, cuando en realidad es al contrario: cada año el ser humano da muerte a unos 100 millones de tiburones.
De hecho, el riesgo de morir en las fauces de un tiburón es ridículo: es 75 veces más probable caer abatido por un rayo, 132 veces más probable ahogarse en la playa, y 290 veces más probable fallecer en accidente de barco. Los osos o los caimanes causan el doble de víctimas que los tiburones, y mueren mil veces más personas montando en bicicleta que por ataques de escualos. Todo ello según datos del Archivo Internacional de Ataques de Tiburones (en inglés, ISAF), la base de datos global mantenida por el Museo de Historia Natural de Florida de la Universidad del mismo estado.
Es más: mueren más personas haciéndose selfies que por ataques de tiburón. Según datos recopilados por Condé Nast Traveler, en 2015 fallecieron al menos 10 personas mientras se retrataban con su teléfono móvil en circunstancias que resultaron letales, contra sólo seis muertes confirmadas provocadas por tiburones.
Todo lo cual no quita que los tiburones sean depredadores salvajes. Ni que cuando entramos en el agua, por muy domesticada que nos parezca la playa de Benidorm, en realidad estemos adentrándonos en un mundo tan salvaje como la jungla tailandesa o la sabana africana, donde son ellos y no nosotros los que, valga la perogrullada, se mueven como pez en el agua.
81 ataques en 2016
Ataques de tiburones, haberlos, haylos. El ISAF acaba de publicar sus estadísticas globales de 2016, que recogen un total de 81 casos confirmados de ataques no provocados a humanos, de un total de 150 incidentes investigados. Los 69 restantes corresponden a ataques provocados por la conducta de la persona involucrada, o bien que no produjeron heridas o no pudieron confirmarse. Según valora el ISAF, la cifra de 2016 se mantiene en la media de los últimos años, y supone una reducción frente al récord de 98 ataques en 2015. Las cuatro muertes de 2016 marcaron un dato excepcionalmente bajo frente al promedio reciente de ocho.
Según los datos facilitados a EL ESPAÑOL por el director del ISAF, el ictiólogo de la Universidad de Florida George H. Burgess, sólo uno de los 81 ataques tuvo lugar en la costa española. Ocurrió el 29 de julio en la playa de Los Arenales del Sol, en el municipio alicantino de Elche, cuando un hombre sufrió un aparatoso bocado en la mano por parte de una tintorera, según informó la prensa. Otros incidentes aparecidos en los medios, como el de un niño que fue mordido en la playa de Benidorm el pasado agosto, no pasan la criba; en este caso probablemente se trató de otro tipo de pez y el ataque pudo ser incitado por el pequeño, que trató de tocar al animal.
El archivo histórico del ISAF recoge un total de 13 incidentes en la España peninsular y Baleares, de los cuales seis fueron ataques confirmados no provocados. A ello hay que sumar otros cinco en Canarias. Este total de 11 ataques sitúa a España en el puesto 19 de la clasificación mundial, empatada con países tropicales como Cuba, Filipinas, Puerto Rico, Mozambique, Ecuador y las Islas Salomón.
En Europa, Italia y Grecia nos superan, con 13 y 15 ataques respectivamente. Claro que si a los cinco de Francia se le suman los 42 de la isla Reunión, tan francesa como la torre Eiffel, nuestro vecino asciende al primer puesto europeo. El campeón absoluto en esta lista es EEUU con 1.352 ataques no provocados, seguido de Australia con 607 y Suráfrica con 250.
El tiburón blanco, en el primer puesto
En cuanto a las especies responsables de estos incidentes, parece que Steven Spielberg (o más bien Peter Benchley, el autor de la novela original) lo retrató adecuadamente en su película de 1975: el tiburón blanco (Carcharodon carcharias) gana cómodamente al resto de las especies con un total de 314 ataques registrados confirmados, 80 de ellos con resultado de muerte.
Sin embargo, Burgess advierte a EL ESPAÑOL de que podría existir un cierto sesgo, ya que el blanco y el tiburón tigre son más fáciles de identificar que otras especies. "El tiburón sarda o lamia [Carcharhinus leucas] y otros carcarrínidos, que suelen ser grises sin marcas prominentes, se identifican más raramente porque quien los avista no suele distinguir la especie", dice Burgess. Entre estos, "el tiburón de puntas negras (Carcharhinus limbatus) y el aleta negra (Carcharhinus brevipinna) pueden ser las especies más a menudo involucradas en ataques en todo el mundo", prosigue.
Lo cual no quita lo temible del tiburón blanco; no sólo por su aspecto amenazador, su gran tamaño y su imponente dentadura, sino también porque, insinúa Burgess, "una vez que empiezan a atacar, es probable que sigan". Y aunque los tiburones no tienden a incluir a los humanos en su dieta, según el experto hay algo de cierto en la idea de que nos confunden con otros animales: "puede ser verdad en algunos casos, como en los ataques de tiburones blancos, ya que los humanos se parecen mucho a las focas cuando se ven desde abajo; en aguas tropicales, los tiburones tigre pueden confundirnos con grandes tortugas marinas".
Sin embargo, añade, lo más probable es que el escualo interprete nuestros chapoteos y la agitación de pies y manos como los signos de un sabroso banco de peces. Y en algunos casos, sólo en algunos, dice Burgess, es posible que simplemente el tiburón juzgue a esa curiosa criatura de largas extremidades como una presa de tamaño adecuado.
Huir de los colores llamativos
Para evitar todo esto, el ictiólogo aporta algunos consejos que no comienzan en el mar, sino en el vestuario: evitar los trajes de baño de tonos llamativos, ya que los tiburones ven mejor los contrastes de colores. El clásico amarillo de las balsas y flotadores atrae la atención de los equipos de rescate, pero también la de los escualos. Burgess recomienda también dejar joyas y relojes en casa, ya que los reflejos brillantes simulan las escamas de los peces. En el caso de los buceadores, es una buena idea esconder el reloj bajo la manga del traje.
Una vez en la playa, Burgess aconseja no entrar en el agua si se tienen heridas sangrantes. Respecto a la menstruación, el experto opina que muy probablemente los tiburones puedan olerla, del mismo modo que la orina, y que "puede atraer a los tiburones en ciertas situaciones". No obstante, aclara que no se ha demostrado la intervención de este fluido corporal en ningún ataque. Ya dentro del agua, es preferible permanecer en grupo, evitar las horas nocturnas y no chapotear demasiado, lo cual es difícil sobre todo con niños o perros.
Si se produce el raro avistamiento de un tiburón, "¡hay que salir rápidamente, pero sin movimientos bruscos!", advierte Burgess. Conviene reducir los posibles ángulos de ataque, pegando la espalda a la de un compañero o a una pared de roca, si es posible. Y si finalmente ocurre lo peor, que el animal parece dispuesto a atacar, entonces hay que pasar a la acción: "no te quedes pasivo", sugiere el ictiólogo; "golpéalo agresivamente y busca cualquier oportunidad para escapar del agua".