Daniel Burgard y su equipo sospechaban que, en época de exámenes, los universitarios consumían fármacos contra el déficit de atención basados en anfetaminas o metilfenidato para mejorar su rendimiento. El problema es que conseguían estos productos de forma ilegal y, por ello, nunca jamás lo reconocerían. Sabían de buena tinta que estos estudiantes de la Universidad de Puget Sound, en el estado de Washington, consumían Adderall o Ritalin, pero de esto no había pruebas en encuestas, entrevistas, historiales médicos o estadísticas policiales. Siempre mienten.
Sin embargo, había un rastro.
Los investigadores se sumergieron -no literalmente- en las aguas residuales del campus en busca de los metabolitos, las sustancias químicas que quedan de un fármaco una vez ha sido procesado. Sabían que uno de los medicamentos deja en la orina un rastro de anfetamina pura y el otro, de ácido ritalínico.
Así que decidieron que cada semestre tomarían muestras sólidas de los residuos de los estudiantes: el primer día, a mediados de curso y en la semana de exámenes finales.
Fecha de las muestras | Niveles de anfetamina (nanogramos/litro) |
Comienzo primer semestre | 330 |
Exámenes de mitad de semestre | 480 |
Post- exámenes mitad semestre | 310 |
Exámenes finales | 545 |
Comienzo segundo semestre | 810 |
Exámenes de mitad de semestre | 700 |
Post-exámenes mitad semestre | 650 |
Última semana de clase | 810 |
Exámenes finales | 2100 |
Como pudieron observar, los restos de anfetamina en la orina de los 476 estudiantes del campus aumentaban durante los exámenes hasta llegar a elevarse en un 760% respecto a los niveles de comienzo del curso.
Este estudio, publicado en Science of the Total Environment en 2013, supuso el primer paso de una nueva disciplina, la epidemiología de aguas residuales, que ahora ha fijado la vista en un objetivo mayor: combatir el narcotráfico siguiendo el rastro urinario de los traficantes y consumidores de drogas.
Una década de trabajo
Iria González Mariño, del Departamento de Química Analítica de la Universidad de Santiago de Compostela, forma parte de un equipo de investigadores europeos que están empleando las aguas residuales para encontrar pruebas más fiables del consumo de medicamentos o drogas como las catinonas sintéticas, también conocidas como sales de baño.
"La técnica se deriva del clásico análisis de orina, en el sentido de que todo lo que tomamos o a lo que estamos expuestos ambientalmente se acaba excretando en la orina", explica a EL ESPAÑOL la investigadora. Sin embargo, estos análisis individuales tienen el mismo problema que las encuestas: requieren de un consentimiento previo.
Frente a esto encontramos las aguas residuales, que no dejan de ser una muestra de orina muy grande y diluida donde, gracias a la mejora en las técnicas de análisis, podemos detectar una enorme lista potencial de sustancias que pueden ser detectadas en el momento en que tiramos de la cadena: tabaco, cannabis, edulcorantes... a través de nuestros restos urinarios incluso puede saberse si hemos usado protección solar.
Los primeros usos de esta técnica tienen menos de diez años, cuando empezaron a usarse en la ciudad de Milán para rastrear el consumo de cocaína entre sus habitantes. En 2008, Iria González Mariño y José Benito Quintana empezaron a desarrollar en Galicia la búsqueda de drogas clásicas a partir de las aguas fecales. Actualmente hay al menos cuatro grupos en España dedicados a la epidemiología de este tipo de residuos.
"Lo primero es ver estudios de metabolismo, que para los fármacos los hay siempre y para las drogas van apareciendo a medida que la sustancia va siendo conocida", explica la científica gallega, "y una vez fijas el metabolito tratas de asegurar que el método es estable y tiene las menores incertidumbres asociadas".
La respuesta está en el váter
Hace unos días, un nuevo trabajo aparecido en Forensic Science International sugería que es posible dar un paso más allá y entrever, a partir de estos análisis, la estructura de los mercados de la droga, o la influencia que tiene en la población de una ciudad una intervención policial contra un cártel local.
Por ejemplo, rastrearon los restos de morfina en las aguas residuales de Lausana, Suiza, y tras restar aquellos metabolitos que pertenecían a fármacos, estimaron que en la ciudad se consumieron 13 gramos diarios de heroína entre octubre de 2013 y diciembre de 2014. En este periodo, dos importantes camellos de caballo fueron arrestados y, cruzando el trabajo de la policía con los estudios epidemiológicos, revelaron que ambos vendían en conjunto unos 6 gramos al día, la mitad del total de heroína despachada en la ciudad.
Pero con el avance de estas técnicas también surgen las dudas sobre la privacidad: ¿puede alguien disponer de la orina de un ciudadano para analizarla sin su consentimiento? Es más, estos análisis han sido empleados en lugares tan sensibles como una Villa Olímpica en mitad de unos juegos.
González Mariño no duda en defender el uso de lo que desechamos por el retrete como herramienta de investigación. "En realidad me parece la forma más anónima posible, porque no estás diciendo qué personas consumen qué cosa, sino que te da información sobre en qué partes de la ciudad existe un problema grave de exposición ambiental, ya sea a drogas, medicamentos o a pesticidas", concluye.