Imaginemos la situación: concluimos una reunión con el director de nuestra sucursal bancaria henchidos de alivio y satisfacción, pues acabamos de saber que nuestra solicitud de préstamo hipotecario ha recibido las bendiciones de la entidad. Pletóricos de alborozo, nos despedimos del director con un firme y sincero apretón de manos, momento que aprovechamos para depositar un par de euros en su palma.
Absurdo, ¿no? Aunque sólo por comprobar la reacción del director, tal vez merecería la pena probarlo. Pero ¿por qué acostumbramos a recompensar con una propina a los profesionales de ciertos gremios con los que interactuamos y no a otros? Una rápida conclusión nos llevaría a sugerir que probablemente el director de un banco gana más dinero que nosotros, y que por lo tanto el criterio que nos guía a la hora de repartir estas dádivas es la suposición de que aquellos a quienes damos propina están mal pagados.
Pero si lo pensamos más detenidamente, no siempre tiene por qué ser así. Quizá en ese momento estemos en el paro y a pesar de ello damos propina al camarero, que al menos tiene un trabajo del que nosotros carecemos. Y entre taxistas, guías turísticos, profesores particulares o dependientes de comercios no tienen por qué existir grandes diferencias salariales; y sin embargo, es costumbre premiar a los dos primeros y no a los segundos. ¿Por qué?
Esta es la pregunta que se hizo Michael Lynn, profesor de comportamiento del consumidor de la Escuela de Administración Hotelera de la Universidad de Cornell (EEUU). De hecho comenzó a hacerse preguntas como ésta hace más de tres decenios, el tiempo que este psicólogo social lleva dedicado a la investigación de los factores psicosociológicos de la propina.
Sin duda esto le convierte en el mayor experto mundial en una práctica que, según el propio Lynn, "se dice que se originó en el siglo XVIII en los pubs ingleses, donde los clientes adjuntaban monedas a las notas al camarero To Insure Promptness [para asegurar rapidez], T. I. P.". De aquí proceden el término inglés tip y su verbo, to tip. El vocablo español, más explícito, procede del latín "para beber".
No depende de la calidad del servicio
Lejos de ser algo anecdótico, la propina es una práctica que mueve enormes cantidades de dinero en todas las divisas del mundo, y que suma una buena parte de la economía sumergida de cualquier país. No hay guía de viajes que no detalle las costumbres relativas a las propinas en la región de que se trate. La evolución de sus cuantías a lo largo del tiempo refleja la salud económica de un país, y en una ocasión el entonces ministro de economía de España Pedro Solbes aseguró que las propinas abultadas elevaban la inflación.
Pero aunque creamos saber cómo funcionamos los humanos de cara a las propinas, las investigaciones de Lynn han demostrado que no es así. Por ejemplo, y en contra de lo que podríamos pensar, la cuantía de las propinas en los restaurantes no se relaciona tanto con la calidad del servicio, el esfuerzo del camarero o ni siquiera la comida, sino con factores más ignotos como el medio de pago utilizado (efectivo o tarjeta), e importa más la amabilidad de quien nos sirve que un trabajo eficiente y rápido. Con datos como estos, revelados a lo largo de más de 50 estudios, Lynn imparte cursos y seminarios que ayudan a los hosteleros a prestar un servicio más satisfactorio a sus clientes.
Para su estudio más reciente, el psicólogo se planteó a qué profesiones solemos dar propina y por qué. Para ello elaboró una lista de 122 ocupaciones de servicios, comprendiendo las que más suelen relacionarse con las propinas como camarero, barman o repartidor de comida a domicilio, pero también otras menos asociadas a esta práctica como agente de seguros, enfermero o arquitecto, sin faltar otras menos comunes como bailarina exótica, disc jockey o sacerdote. Y sí, también aparece el responsable de créditos del banco.
Seguidamente Lynn reclutó a casi 1.200 voluntarios que respondieron a una encuesta sobre la valoración y la percepción de estos empleos, incluyendo los hábitos de los participantes relativos a sus costumbres sobre propinas.
Los resultados, publicados en la revista Journal of Economic Psychology, corroboran la hipótesis más común: tendemos a dar propina a aquellas ocupaciones para las cuales "los ingresos, la capacitación y el estatus son bajos", dice Lynn. Tampoco sorprende que seamos más generosos en los casos en que "los clientes son mucho más felices que los trabajadores durante un servicio típico"; por ejemplo, el taxista que nos lleva a una fiesta. Por último, premiamos más cuando consideramos que "los clientes pueden evaluar más fácilmente el desempeño [del trabajador] que sus supervisores". En todos estos casos, sugiere Lynn, nos mueven motivos de "recompensa, altruismo y reducción de la envidia".
No todo es economía
Sin embargo, otros resultados son más inesperados. En nuestras propinas no influye que seamos clientes habituales de un establecimiento o servicio, ni que con una recompensa confiemos en recibir un servicio más atento en el futuro. Para Lynn, este resultado es contrario a las tradicionales explicaciones de los economistas sobre la práctica de la propina, e invita a contemplar criterios no económicos como "el bienestar de otros".
Tampoco nos seduce demasiado un mayor contacto personal con el empleado, un resultado que para Lynn es "desconcertante", ya que "investigaciones anteriores han mostrado que el contacto interpersonal aumenta la empatía y el agrado". Finalmente, tampoco nos mueve a dejar propina el hecho de quedar bien a la vista de otros.
Lynn saca además una conclusión práctica que afecta a un debate muy actual. En EEUU crece el número de restaurantes que están adoptando una política de eliminación de las propinas. Y en contra de esta tendencia, miles de ciudadanos firmaron una petición para que la aplicación de la red de transporte privado Uber incluyera una opción de propinas. Según Lynn, "las políticas contra las propinas suelen encontrar resistencia".
Y es que, aunque haya quienes tengan por norma no dejarlas jamás, e incluso quienes las consideren humillantes para el que la recibe, se diría que algo dentro de nosotros nos empuja a dar propina. "Dejar propina es una forma de comportamiento económico muy compleja y extendida que ha recibido mucha menos atención de la que merece", concluye el psicólogo.
Y por si se lo están preguntando, en efecto: el de responsable de créditos del banco es uno de los empleos que menos incitan a la propina, junto con los de profesor de Universidad, dentista o arquitecto. Así que aprovechando el verano y si tienen la oportunidad de disfrutar de unas vacaciones, guarden ese par de euros para alguien que no tenga la misma suerte.