El cuerpo en llamas ha supuesto toda una revolución para el true crime español. La serie, basada en el crimen de la Guardia Urbana recrea los últimos días en libertad de Rosa Peral y Albert López, dos amantes condenados por el asesinato del novio de ésta, Pedro Rodríguez. Tras la exposición de los hechos probados, el jurado concluyó que ambos aniquilaron a la víctima mediante un plan premeditado para poder así retomar su relación, una historia que da vida literal a la frase de matar por amor.
Dicen que el amor todo lo puede, pero está claro que en él no todo se debe. Es cierto que hay veces en las que un cómplice está en el lugar equivocado y en el momento equivocado. En otras, como arroja la sentencia del crimen de la Guardia Urbana, el colaborador acepta de buen gusto su rol, algo impensable para el ciudadano de a pie, pero que tiene su propia explicación desde la psicología criminal.
"Muchos asesinos tienen 'buen ojo' para discernir qué tipo de persona puede ser reclutada y preparada para convertirse en cómplice", indica una revisión sobre el tema publicada en Psychology Today. Al parecer, aunque en el imaginario popular haya trascendido la imagen de asesino solitario, según una investigación estadounidense sobre el comportamiento de 230 asesinos en serie, más de la quinta parte operaba junto a alguien, normalmente su pareja sentimental.
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La crónica negra está repleta de asesinos que arrastran a sus parejas, como los apodados Barbie y Ken o El Monstruo de los Andes, aunque no hace falta irse tan lejos para examinarlos. Alfonso Basterra en su defensa judicial fue el primero en poner la responsabilidad en su mujer, Rosario Porto, por no hablar de Maje, la valenciana que convenció a uno de sus cuatro amantes para que matara a su marido.
Parecer la víctima
"El lema de estos cómplices es que el fin justifica los medios", explica Lara Ferreiro, psicóloga autora de Adicta a un gilipollas y profesora universitaria de psicopatología. Por ejemplo, en el caso de Maje, el cual tuvo que analizar hace dos años, apunta a la manipulación que ejercía sobre sus amantes, haciéndoles creer que estaba en peligro y que tenía que ser salvada. "Se posicionaba siempre como víctima", apunta.
Lo expuesto es, de hecho, muy similar a una de las razones que se esgrimieron para explicar la implicación de Albert López en el crimen de la Guardia Urbana. Según esta versión, Rosa Peral era una víctima de Pedro Rodríguez y Albert López intervino para poner fin a esta situación. "Son perfiles emocionales que, cuando matan por ti, realmente creen que estás en peligro", prosigue la psicóloga. "Creen que es un acto heroico".
Para que esta manipulación sea posible, antes se tienen que dar unas condiciones específicas. Como indica Ferreiro, lo primero es una combinación de personalidades problemáticas, en la que se junta por un lado el psicópata y, por otro, el adicto emocional. Los dos términos son muy importantes, porque van a explicar la dinámica bajo la que se forjan estas relaciones mortales.
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"El proceso va por fases y primero se comienza con un bombardeo amoroso y sexual. La persona piensa que está viviendo algo demasiado bueno para ser verdad y llega el punto en el que su cerebro anula la parte lógica y entra en el mundo emocional", avanza Ferreiro. Esto, sin embargo, no es para siempre. Tal y como narra la experta, cuando el modo mundo ideal deja de hacer efecto, entran en juego las fases dos y tres: anulación y degradación.
Emocionales y vulnerables
Lo que cuenta es lo mismo que descubrió la investigación de referencia a la hora comprender la experiencia de asimilación de un cómplice. Publicada en 2002 en la Journal of Family Violence y elaborada por el ex agente especial del FBI Robert Hazlwood —en colaboración con la profesora de medicina psiquiátrica Janet Warren—, llegó a la conclusión de que se trata de personas vulnerables, psicológicamente hablando.
El trabajo describe que los criminales alfa primero seducen a la persona, en una fase de demostración inicial de amor. Luego, van modificando su comportamiento poco a poco. En algunos casos, coincidiendo con lo expuesto por la psicóloga, utilizan la combinación de crueldad y castigo con amabilidad y afecto.
"La mayoría tienen trastornos de personalidad dependiente y baja autoestima", defiende Hazlwood. "Son tan emocionales y están enganchados a esa persona, que acaban anulados y harían cualquier cosa", coincide Ferreiro.
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El estudio de la Journal of Family Violence sugiere que en la mayoría de casos son hombres los que ejercen este control sobre mujeres, aunque admite que su muestra de estudio —sólo 20 sujetos— no es suficiente como para hacer una generalización.
Las historias que llegan del otro lado del charco, como las mencionadas anteriormente, coinciden con el patrón, pero los casos españoles dan una vuelta de tuerca. Hay excepciones, como en el asesinato de Helena Jubany, una bibliotecaria hallada muerta en 2001. El crimen quedó sin resolver, pero las pesquisas apuntan a que el crimen pudo ser cometido por una pareja amiga de la joven. De hecho, su amiga fue llevada a prisión, pero se suicidó allí antes de la celebración del juicio.
La experta, por su parte, no se atreve a establecer diferencias de género en el perfil de los cómplices, aunque sí tiene una cosa clara: antes de ser verdugos, antes de matar por amor, fueron víctimas. "Son víctimas emocionales, con las que se ha jugado constantemente y que tienen que demostrar a toda costa su amor por las otras personas, o bien porque las quieran o bien porque teman que les hagan daño".