Jimina Sabadú relataba en el ensayo La conquista de Tinder sus experiencias sobre esta aplicación de citas y sus reflexiones sobre lo que implicaba para las relaciones interpersonales. La periodista lo comparaba con un videojuego y subrayaba que ese era su éxito: no consiste en encontrar a alguien con quien pasar más o menos tiempo agradable, sino en atravesar pantallas. "En la vida tenemos dos o tres decepciones amorosas", cavilaba, "con este sistema podemos tener 15".
La mencionada Tinder nació en 2012. Y no es la única. A lo largo de esta década se ha multiplicado este tipo de servicios: Bumble, Badoo, Happn... Su uso es más o menos parecido: con o sin coste añadido, una persona se puede hacer un perfil y buscar personas que le gusten hasta que surge la chispa. Después, quizás charlar, quedar o llegar a algo más, como estar enganchado a ese vaivén emocional de conocer gente en un 'swipe' infinito.
Según la Organización de Consumidores y Usuarios, uno de cada diez españoles utiliza estas aplicaciones y un tercio se considera adicto. Esto quiere decir que ha dejado de ser un pasatiempo o incluso una ilusión por encontrar el amor: se ha convertido en una droga. La forma de reaccionar se asemeja a lo que genera en el cerebro una máquina tragaperras o a una sala de apuestas: hay que seguir y nunca es suficiente el número de quedadas, de 'match', de conversaciones.
Eso incluye el cuadro de síntomas que generan estas adicciones: dependencia, cambios de humor, carácter irascible y hasta ansiedad. Sandra Bravo, especialista en psiquiatría, apuntaba recientemente en la cadena SER que cuando esto se produce hay que alarmarse: "Si ya influye en tu vida diaria o en la forma que haces de forma habitual, ahí se debe empezar a considerar que hay una adicción".
Y puede llegar a ser un problema, porque la tendencia es que cada vez más gente deje de lado lo presencial y se anime a lo digital. Y en este contexto, hay que fijarse en los rasgos del adicto: a pesar de que la edad y el género son importantes, se encuentran elementos cruciales que no solo se vinculan con la personalidad. Afecta la soledad o la velocidad del mundo actual y sucesos inesperados como una pandemia que confina a la población.
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"Podemos encontrar personas más dependientes, que pueden necesitar más la validación externa para poder sentirse más válidos, gente con baja autoestima o personas tímidas que puedan conseguir esa valoración positiva porque tenga más dificultad para generar vínculos a nivel personal y le sea más fácil virtualmente", explicaba la experta, que definía este tipo de adicciones como "comportamentales o conductuales" porque no implican algo físico o una sustancia asociada.
Tales reacciones están ligadas a la segregación de dopamina, que favorecen los 'likes' o los comentarios. Está demostrado su funcionamiento en el cerebro como si fueran un azucarillo: generan bienestar, una sensación de felicidad y, en definitiva, un refuerzo positivo que provoca la búsqueda de más. Además, el modo de funcionar de estas aplicaciones induce al enganche, a empeñar tiempo en ellas.
Bravo narraba que, para lograr este compromiso, saben maniobrar de forma un tanto cruel: "Las apps juegan sucio, a veces el perfil queda un poco más oculto con la intención de que el usuario pague, por lo que los 'likes' y mensaje que antes se conseguían se reducen, es ahí cuando las personas piensan que están haciendo algo mal o que no se es lo suficientemente atractivo". Como respuesta a este enganche, los especialistas recomiendan poner un límite de tiempo de uso, no abrirlas en el trabajo o en un centro de estudios y tener claro el objetivo de la descarga.
No es fácil salir. Una usuaria de 29 años que se hace llamar Sonia declaraba en el diario Abc que su jornada orbitaba en estas apps. "Llegaba a casa de una cita y seguía haciendo 'match'. Buscaba otra. Nada para mí era suficiente", decía. La adicta empezó a darse cuenta de que tenía un problema cuando vio que sus ansias por conocer a gente nueva no amainaban.
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Cada amanecer era una nueva oportunidad para tirar del dispositivo. Lo hacía en el trabajo, en casa... No había un día sin cerrar una cita. Mientras, su ansiedad aumentaba para el fin de semana. "Llegaba a tener hasta cinco encuentros en una sola jornada", confesaba.
"Me empecé a dar cuenta de mi adicción cuando venía de una cita que me había gustado, llegaba a mi casa, y seguía haciendo 'match'. Era continuamente estar en busca de algo más cuando en realidad había encontrado a alguien que me gustaba y podía encajar conmigo. Nada para mí era suficiente", anotaba.
La usuaria se zambulló de lleno por la crisis sanitaria de COVID-19. "Como la gente no podía salir, por la pandemia no podías relacionarte tanto. No fui consciente de mi problema hasta que no lo hablé con un psicólogo", afirma. Ahora, Sonia ya reconoce su dependencia. "Entre semana trabajo, por lo que solo tengo una cita diaria, por el tiempo. Pero los fines de semana he llegado a tener hasta cuatro o cinco al día. Nunca es suficiente".
Sonia acude al psicólogo y trata de clamar sus impulsos. "Sigo en tratamiento porque no es algo que me guste de mí. No es una buena sensación tener que estar todo el día conociendo a gente y sentir que nadie es suficiente", reflexionaba, aceptando que por culpa de este hábito se ha acostumbrado a "tener relaciones muy efímeras y a que ninguna llegue a ningún sitio". El videojuego, parece, tiene una pantalla final.