La justicia tailandesa ha decretado prisión provisional para Daniel Sancho, el joven español que ha confesado el asesinato y descuartizamiento de un hombre en Tailandia. Según ha trascendido, la víctima es un conocido cirujano, Edwin Arrieta, con quien mantenía una relación laboral y de amistad, aunque se especula que podía haber trascendido a lo sentimental. "Soy culpable, pero yo era el rehén de Edwin. Me tenía como rehén. Era una jaula de cristal, pero una jaula", confesaba el joven este domingo.
El cadáver de Arrieta fue desmembrado y sus primeros restos, la pelvis y la pierna derecha, fueron encontrados en la isla de Koh Phangan el jueves y el viernes. La policía también ha confirmado que se ha encontrado la cabeza. La descripción del delito, según la literatura científica, corresponde a "un fenómeno infrecuente", que "puede surgir como resultado de una variedad de motivos subyacentes".
Así lo subraya una de las pocas investigaciones dedicadas a entender la etiología de asesinatos que incluyen el descuartizamiento, un hecho que suele ser percibido como usual por la población a causa de los casos que trascienden a los medios, pero que realmente es muy poco común. Según la muestra que maneja el trabajo, publicado en la Journal of Interpersonal Violence y realizado a partir de todos los crímenes registrados en Reino Unido desde 1975 a 2004, sólo representa el 0,4% de los homicidios.
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La cifra es muy similar a la que otorga otro estudio, esta vez con muestra española. Según constata, el desmembramiento en España tuvo una incidencia del 0,29% respecto a los casos totales de homicidio acaecidos entre 1990 y 2016. Es decir, de los 12.013 que se produjeron, sólo en 35 se empleó este método.
La tremenda excepcionalidad de este tipo de asesinatos no es lo único que les confiere el apelativo de "fenómeno particularmente perturbador", como citan los estudios anteriores. También está la propia naturaleza del acto.
Tres motivos primarios
El patólogo forense Klaus Püschel, junto a su colega Erwin Koops, definió en 1987 los motivos primarios que inducen a una persona al descuartizamiento: defensivos (ocultar el cuerpo), agresivos (el asesinato se produce en un estado de ira y es seguido de la mutilación del cuerpo) y ofensivos (se quiere cometer la mayor ofensa sobre la víctima).
Según responden, la mayoría obedece a la necesidad de ocultamiento de las pruebas, pero llegar hasta ese punto requiere ya de unas condiciones más especiales que las de un asesino al uso. Sue Black, antropóloga forense, anatomista y actual presidenta del Real Instituto de Antropología de Gran Bretaña e Irlanda, hablaba de ello en su libro Escrito en los huesos (Capitán Swing). "Desmembrar un cuerpo supone denigrarlo, insultarlo", detalla.
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Según Black, el descuartizamiento puede ser un impulso para eliminar el cadáver, aunque suele ocurrir una cosa, la mayoría desiste porque "es muy engorroso". El que continúa tiene otra motivación. Además, en el caso de Daniel Sancho, según la policía tailandesa, pudo haber comprado el material necesario para hacerlo días antes del crimen, lo que elimina la hipótesis de la impulsividad.
"El dinero también puede suponer una extraordinaria motivación para empujar a alguien a descuartizar a otro ser humano", comenta el coordinador del Departamento de Criminología de la Universidad Camilo José Cela, Francisco Pérez Fernández, en un trabajo firmado junto a Francisco Pérez Abellán.
En él dan cuenta de un caso que guarda similitudes con lo que ha contado la policía tailandesa. Se trata del apodado como Descuartizador de Cádiz, José Juan Martín Montañez, que en enero de 1989, a los 22 años, llevó a su mejor amigo a una casa que tenía la familia alquilada cerca de la playa, le clavó un cuchillo en el pecho y le mutiló en la bañera. Su idea era cobrar una recompensa. "El criminal gaditano actuó por dinero, sin duda, pero parece que también se vio impelido por otras motivaciones menos confesables".
Perfil del victimario
Los casos conectan con los perfiles que han trazado desde la psicología y la criminología acerca de estos asesinos. Tal y como describe la investigación de la Journal of Interpersonal Violence, la mayoría de los delincuentes son hombres (94,2%), caucásicos (88,5%) y cuyas edades oscilan entre los 15 y los 52 años, aunque la mayoría tenía entre 26 y 40 en el momento del delito (51,9%).
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Salvo la raza, las variables se explican con la propia naturaleza del crimen. Como apunta Sue Black, el descuartizamiento es un trabajo que requiere de una extraordinaria fuerza física.
La investigación también describe que muchos eran amigos de sus víctimas (42,3%) y que la enfermedad mental estaba presente en una cuarta parte de los victimarios. Esto coincide con un estudio sobre la alegación de locura en los casos que el asesinato ha sido seguido de un desmembramiento. Según éste, es cierto que la salud mental juega un papel importante en los casos, pero el sadismo estaba presente en una gran mayoría, 31,1%. Asimismo, se nombra mucho este tipo de modus operandi en el homicidio sexual (Jeffrey Dahmer, Ted Bundy o la Bestia de Rostov).
"Lo que parecen tener todos en común es el afán de medirse con los cuerpos de sus víctimas, manipularlas, dominarlas y poseerlas hasta extremos indecibles", reflexionan Francisco Pérez Fernández y Pérez Abellán.