Del 'hombre blandengue' al bofetón de Will Smith: el mito de la testosterona y la agresividad masculina
La principal hormona sexual masculina ha estado asociada con mayores índices de violencia, pero parece ser una leyenda que nació con Vietnam.
29 marzo, 2022 03:09Noticias relacionadas
La gala de los Oscar de 2022 pasará a la historia por ser la noche en la que Will Smith subió al escenario para propinar un puñetazo a Chris Rock, después de que éste hiciera un chiste sobre su mujer. El comportamiento del actor ha sido censurado, entre otros, por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood y la policía de Los Ángeles, pero también ha sido 'aplaudida' por algunos rostros conocidos.
Es el caso de la actriz Tiffany Haddish, que considera ese gesto como lo más bonito que ha visto nunca. "Me hace creer que aún hay hombres que quieren y cuidan a sus mujeres", expresaba la actriz en People. Esto, traducido a la española, podría ser la famosa teoría del Fary y "el hombre blandengue": "La mujer necesita a ese pedazo de tío ahí", decía el cantante en una entrevista para Televisión Española.
El hombre blandengue era el de la bolsa, el que llevaba el carrito de la compra, ese que se dejaba dominar por la mujer y al que le faltaba testosterona. Y, por qué testosterona, se preguntarán. Porque es la hormona sexual más importante de los hombres y es la responsable de las características típicamente asociadas al género masculino (vello facial y corporal y desarrollo muscular). Además, es la que ayuda al impulso sexual.
La testosterona, además, se ha tendido a asociar con comportamientos violentos. De ahí, el mito de que el hombre es más violento que la mujer y que muchos hayan visto normal que sea Will Smith el que tenga que defender a su mujer. Él, al ser el hombre, es más violento. Sin embargo, aunque la ciencia ha intentado demostrar la correlación, nunca lo ha conseguido.
El debate sobre testosterona y violencia tiene sus raíces en el Estados Unidos de los años 70. Al país llegaban noticias terribles de la Guerra de Vietnam, lo que sufrían sus soldados, pero también lo que ellos hacían sufrir. Ese fue el caso del ex oficial William L. Calley, condenado en 1973 por ordenar la matanza de My Lai, en la que fueron asesinados más de 500 civiles. Durante su juicio se empezó a especular con la posibilidad de que un mayor índice de testosterona en ciertos soldados podría predisponerlos hacia la violencia, aunque eso no le sirvió para evitar la pena de 20 años de trabajos forzados.
La línea de debate expuesta venía a colación de un estudio de 1972 llevado a cabo por los doctores Robert Rose y Leo Kreuz, en el que analizaron a 21 presos conflictivos de la cárcel de Patuxent (Maryland, Estados Unidos). En un principio, los investigadores no encontraron una relación entre el aumento de testosterona y los comportamientos violentos actuales, aunque, indagando en su pasado, sí descubrieron que aquellos que habían cometido más actos delictivos en su adolescencia eran los que tenían mayores niveles de esta hormona en la actualidad.
Una asociación débil
"El encontrar niveles elevados de testosterona en algunos adultos convictos por crímenes violentos y no en jóvenes podría indicar que el nivel elevado de testosterona sería una consecuencia y no una causa de la conducta agresiva en adultos", concluía al respecto de aquel estudio Jesús Martín Ramírez, miembro del grupo de investigación de la neuropsicopedagogía de la agresión de la Universidad Complutense de Madrid. El experto hacía alusión a otro estudio en el que se estudió la presencia de testosterona en jóvenes violentos y que no encontró relación alguna entre ambos sucesos.
De hecho, que un aumento de testosterona pueda ser 'consecuencia de' y no 'determinante para' está avalada por una investigación de la Universidad de Georgia sobre el papel de la testosterona en el comportamiento agresivo de las mujeres encarceladas. Las más violentas también tenían un alto nivel de esa hormona.
Según Martín Ramírez y su trabajo Bioquímica de la agresión, incluso las pautas comportamentales más sencillas son fruto de un complejo control neurohormonal y están influidas por más de una sustancia química. Es decir, es poco probable que la testosterona sea la única responsable de los comportamientos violentos, aunque sí que podría influir en ellos.
John Archer, endocrinólogo, publicó en los años 90 un metaanálisis de 240 trabajos que versaban sobre la testosterona y la agresión. En su conclusión había una correlación positiva global de 0,38 sobre uno. "Existe una asociación débil entre los niveles de testosterona y la agresividad en adultos", sentenciaba.
Pero la correlación que había obtenido tampoco era tan baja. Entonces, ¿qué pasaba? La clave estaba en las investigaciones sobre aquellos que alteran intencionadamente sus niveles de testosterona por encima de los fisiológicamente normales. En esos casos, el riesgo de aumentar la agresividad sí incrementa. "Hay dos cuestiones importantes que explican este aumento", razonaba el endocrinólogo. "La primera es que la persona que toma esos esteroides lo hace voluntariamente para conseguir un objetivo sin importarle las consecuencias, por lo que este tipo de individuos suelen estar más predispuestos a la agresividad. El segundo es que niveles tan altos de testosterona y otros andrógenos generan ansiedad y paranoia, lo cual puede ser una causa de mayor irritabilidad y agresividad", sentenciaba.
El cóctel de la violencia
Si bien, la testosterona no es la causa de la violencia, sí que forma parte del cóctel molotov que la genera. En la investigación de Martín Ramírez se desgranan cuáles son aquellos otros posibles ingredientes, como el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina. Incluso la melatonina, cuya función más conocida es la regulación de los ciclos circadianos, también puede tener su papel, ya que interviene en los estados de ánimo y, consecuentemente, en la agresividad.
Además, también hay neurotransmisores asociados al incremento de actitudes violentas, como la serotonina. Un aumento de actividad serotoninérgica reduce la hostilidad, mientras que bajos niveles de ésta aumentan la frecuencia e intensidad de las reacciones agresivas y antisociales. La dopamina, popularmente llamada hormona del placer, es otro de los neurotransmisores que también pueden jugar un papel en el cóctel de la violencia. Según Martín Ramírez, la idea de 'si te sientes bien, hazlo' es lo que puede inducir a la impulsividad asociada a la agresividad.