El 6 de agosto de 1945, algo en el mundo cambió. Estados Unidos decidía "adelantar" el final de la guerra con Japón utilizando un arma nunca antes vista, la bomba atómica. Ese día, se cernió sobre Hiroshima una gran explosión que arrasó con dos tercios de la ciudad, mató al instante a unas 100.000 personas y sumió el ambiente en una ola de aire caliente que impidió que los incendios se extinguieran durante días. Pero lo peor estaba por llegar, las funestas consecuencias de la radiación nuclear.
En un nuevo contexto de guerra, provocado por la invasión de Rusia a Ucrania, el temor a que algo así vuelva a suceder regresa. Putin avisa sobre su potencial atómico, aunque Biden no crea del todo en su amenaza y no haya modificado sus niveles de alerta nuclear. El desastre mundial al que eso podría llevar es el argumento racional al que se acogen muchos para pensar que un Hiroshima no se volverá a repetir. Su historia pesó en la conciencia de muchos, desde el copiloto del avión que lanzó la bomba y su famoso, "Dios mío, qué hemos hecho", hasta el hombre que contribuyó sin querer a su construcción, Albert Einstein.
Premio Nobel de Física en 1921, Einstein poseía un espíritu profundamente antibélico. Ya en la I Guerra Mundial manifestó su contrariedad al conflicto y, durante el periodo entre guerras, como miembro notable de la sociedad alemana, hizo uso de su influencia para intentar hacer llegar su mensaje pacifista a la población. Famoso fue su discurso en el Congreso de Estudiantes Alemanes para el Desarme, celebrado en 1930, en el que abogó por la supresión en todos los países del servicio militar obligatorio. "Es el síntoma más vergonzoso de la falta de dignidad personal que padece hoy la humanidad", sentenció.
Sin embargo, sus esfuerzos fueron en vano, ya que en 1933 Hitler, el ala opuesta al pensamiento de Einstein, tomó el poder en Alemania. El físico decidió huir de su país natal y asentarse en Estados Unidos, pero aunque él huyera del conflicto, éste era inevitable. Por eso, en 1939 toma una de las decisiones más difíciles y controvertidas de su vida, enviar una carta al presidente Roosevelt para pedirle más investigación en energía nuclear. Esa misiva sería la antesala del conocido Proyecto Manhattan, el mismo que alumbró la bomba atómica.
Una visita inesperada
Cuenta la anécdota que Einstein estaba tranquilo en el porche de su casa de Long Island cuando recibió la visita de Leo Szilar, un físico nuclear que también había huido de Alemania en el 33. Su trabajo se centraba en investigar cómo se podría suceder una reacción nuclear en cadena, la base de una bomba atómica. Su visita se produce porque se entera de que los químicos alemanes Otto Hahn y Fritz Strassmann habían dado con la fisión nuclear, la división del núcleo de uranio en dos o más partes mediante el bombardeo de neutrones, lo que produce un desprendimiento enorme de energía y la emisión de más neutrones, que, a su vez, causan más fisiones al interactuar con otros núcleos y, así, repetidamente. Era el efecto multiplicador de la reacción en cadena.
Esto pone en alerta al físico, que decide visitar a Einstein para que alerte a Roosevelt de las posibles implicaciones bélicas que esto puede tener. Szilar redacta la carta y Einstein es el que la firma. En ella, informa sobre los descubrimientos de su colega y pide más investigación en este área. Además, se puede leer: "Este fenómeno también podría conducir a la construcción de bombas, y es concebible, aunque mucho menos seguro, que se puedan construir bombas extremadamente potentes de un nuevo tipo".
Lo último que escribe es una advertencia: "Alemania ha detenido la venta de uranio de las minas checoslovacas sobre las que ha tomado el control. El hecho de que haya tomado esa acción temprana puede explicarse porque el hijo del subsecretario de Estado alemán, von Weizsäcker, pertenece al Instituto KaiserWilhelmen Berlín, donde parte del trabajo estadounidense sobre uranio está siendo utilizado".
Tras aquella carta, Rooselvelt manda la creación de un nuevo grupo de trabajo para la invención de una bomba atómica. Era el comienzo del Proyecto Manhattan.
Arrepentido de por vida
Einstein se sintió culpable hasta el día de su muerte de enviar aquella carta, pero justificó su acción en que no le quedaba otra salida ante la idea de que los nazis lograsen construir la bomba atómica. La llegada de la Guerra Fría incrementó sus remordimientos y, en 1955, apoyó el conocido Manifiesto Rusell-Einstein, en el que varios científicos notables pedían a sus colegas y gobiernos la no utilización de armas nucleares y la búsqueda de la paz.
"Ante el hecho de que en toda futura guerra mundial se emplearán con certeza las armas nucleares y de que tales armas amenazan la existencia misma de la humanidad, hacemos un llamamiento a los gobiernos de todo el mundo para que entiendan, y lo reconozcan públicamente, que sus propósitos ya no pueden lograrse mediante una guerra mundial y, consecuentemente, para que resuelvan por medios pacíficos cualquier contencioso que exista entre ellos", reza el escrito.
E=mc²
No obstante, esta no es la única vía que vincula a Einstein con la bomba atómica, aunque sí la más directa. La otra hace referencia a su famosa ecuación E=mc². (La energía es igual a su masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado). Fue la revista Time, en 1945, la que en portada bautizó a Einstein como el "padre de la bomba atómica" por esa fórmula, ya que es la que dilucida por qué unos kilos de uranio y plutonio son más que suficientes para crear una explosión equivalente a 15.000 toneladas de dinamita.
Sin embargo, esta fórmula explica el porqué de la bomba atómica, no cómo gestar una bomba atómica. Es como la teoría de Darwin y la evolución de las especies y su posterior relación con el nazismo. Dan respuestas a preguntas que nunca quisieron formular.