La relación entre la guerra y la enfermedad es bien conocida, sobre todo cuando se trata de enfermedades transmisibles. La invasión rusa de Ucrania se produce cuando ambos países han pasado recientemente la peor de las olas de la Covid, pero con cada guerra y con cada crisis humanitaria que se sucede le sigue siempre una o varias enfermedades.
Son términos indisociables pero eso no implica que una enfermedad decante la batalla hacia uno u otro lado. "Este pensamiento viene de la época medieval, donde las caracerísticas de los conflictos bélicos [asedios] permitían el uso de enfermedades zoonóticas y vectoriales, como la peste, el tifus, etc.", explica Adrián Aguinagalde, director del Observatorio de Salud Pública de Cantabria e investigador del Museo Vasco de Historia de la Medicina y la Ciencia.
Esta relación entre guerra y enfermedad se ha ido adaptando con cada conflicto, pero vivió un momento crucial a finales del siglo XIX y principios del siglo XX: las tropas dejaron de morir más por las epidemias que por las heridas de guerra, pero este mal se trasladó a la población civil.
"Lo que nos enseñaron las dos guerras mundiales fue la transferencia a la población del enorme coste de la guerra a través de la hambruna y la pestilencia. Fueron conflictos bélicos con supuestas acciones 'quirúrgicas' y rápidas que con el transcurso del tiempo se convirtieron en los mayores conflictos bélicos de la humanidad".
La pandemia de Covid ha traído a la memoria la gripe de 1918, que apareció en los estertores de la I Guerra Mundial, "al borde del armisticio", comenta Aguinagalde. Pese a ello, un millón de soldados estadounidenses, 700.000 alemanes y 310.000 franco-británicos (sus cifras están unidas) la contrajeron.
Pero el monstruo de la Gran Guerra no fue la gripe. El número total de bajas entre los militares se estima en 100.000, cifras que palidecen con las de otras enfermedades como el tifus, la disentería, el cólera o la malaria, "que fueron estratosféricas".
De hecho, ha sido el tifus la enfermedad más peligrosa en los conflictos bélicos a lo largo de la historia. Es producida por algunas bacterias del género Rickettsia y transmitida a través de las heces de los piojos (que se introducen en las heridas de la piel de las personas que se rascaban las picaduras), ha segado incalculables vidas.
Hambre, malnutrición, hacinamiento e imposibilidad de mantener unas condiciones higiénico-sanitarias suficientes son el caldo de cultivo del tifus. Además, la excusa de esta enfermedad fue usada como justificación para el genocidio judío durante la Segunda Guerra Mundial.
Y es que una de las 'razones' para encerrar a los judíos en guetos y campos de concentración fue evitar su expansión cuando, en realidad, al concentrar a las personas en sitios insalubres y sin asistencia médica alguna estaban favoreciendo su propagación.
Uso propagandístico de la Covid
Por eso Aguinagalde quiere advertir frente al posible uso propagandístico de la Covid en la guerra de Ucrania. La enfermedad "ha sido una forma de exacerbar los sentimientos de la población civil contra las minorías y apartar a los refugiados".
De hecho, la mejor forma de evitar la propagación de enfermedades es tener un hogar. "La principal causa de mortalidad de una guerra es su pérdida", afirma el experto en salud pública. El hacinamiento, la exposición a la intemperie y el deterioro de la atención sanitaria que se asocia a los desplazados por la guerra es el mayor factor de riesgo.
Hay otro elemento que ha moldeado la relación entre la guerra y la enfermedad: las vacunas. La amplia mayoría de las fuerzas armadas rusas y ucranianas están inmunizadas con al menos dos dosis de la vacuna Covid, mientras que entre la población general de Ucrania la cobertura es de tan solo el 35%.
El historiador de la medicina recuerda que la crisis del Donbás desde 2014 ha exacerbado el deterioro de las estructuras de salud pública en el país, pero la reducción de las coberturas vacunales viene de antes, desde el 2000. Como consecuencia, el país ha vivido varias epidemias de sarampión, una enfermedad evitable con las vacunas pero que se propaga fácilmente en cuanto las coberturas de inmunización bajan un mínimo.
La desaparición de las vacunas ha sido una de las grandes tragedias de las últimas guerras. Solo así se explica la reaparición de la polio en el conflicto de Siria (o el paludismo en los campos de refugiados de Grecia) y la expansión de la parotiditis en el conflicto de Kosovo.
En estos casos, "la mejor política de salud pública es proporcionar unas condiciones de vida, normalizarlas, tener una política de acogimiento", recuerda Aguinagalde. Y recalca: "Debemos tener mucho cuidado con los discursos que vinculan el movimiento de personas con la aparición de nuevas circunstancias epidémicas: impedirlo no va a evitar el problema; proporcionarles unas condiciones de vida adecuadas, sí".