El barrio Blanco de Salamanca antes de ser anexionado por la ciudad fue pueblo. Un caserío con casi un siglo de historia, que debe su nombre a las casas de una planta y del color de la nieve que lo integraban en los inicios. Viviendas construidas por los propios vecinos, incluso rozando lo que hoy en día se suele llamar la ilegalidad. Así, apunta uno de los mayores del barrio que "había gente que construía de noche para que no les pillaran".
En los primeros años, la viviendas carecían de agua corriente. De hecho, se obtenía de los pozos, el más famoso el de la Señora Anita, que cobraba por ello. Luego llegó la construcción del depósito de aguas y los grifos en la carretera de Ledesma, donde se iba con carros para coger bidones llenos de agua. También estaba el Regato del Anís, porque el actual nombre de la calle se debe a la existencia de ese arroyo, hoy en día canalizado bajo el asfalto. Conviene detallar que no era agua apta para el consumo. Por cierto, el nombre se debe a su mal olor, porque por allí bajaban los aliviaderos de los vecinos de Pizarrales.
Las tuberías para el agua corriente las construyeron también los propios vecinos cuando terminaban de sus trabajos, o durante los fines de semana. “Se sorteaban los terrenos donde cada uno tenía que cavar y hasta el que luego fue alcalde, Jesús Málaga, venía a ayudar cuando era estudiante”, explican unas vecinas a este diario.
Muchas de estas casas de planta baja han dejado paso a alto edificios modernos, con los que “se perdió parte de la identidad del barrio”, aunque todavía quedan los inmuebles hasta con muros de adobe, donde “te puedes sentar en el borde de la ventana como en un sofá”. Y cabe destacar la construcción de la avenida de Salamanca, que delimita el barrio y lo separa del barrio Vidal. Hasta entonces eran tierras donde sólo había una rodera para pasar, donde se instalaba el circo y las atracciones de ferias, que ahora cada septiembre están en La Aldehuela.
El hecho de que el barrio Blanco esté construido sobre un montículo propicia que haya grandes cuestas. De hecho, la calle Don Quijote es la que mayor pendiente tiene de toda Salamanca, pero eso es ahora un problema para los vecinos, muchos en edad avanzada, que precisan de rampas, como por ejemplo la construida en la calle Toneleros, y también de nuevas baldosas, que no sean tan deslizantes cuando llueve.
Ambiente de confraternidad
“Tenías la sensación de vivir como en un pueblo dentro de Salamanca”, afirmaba a este diario Regina Moreiro. Y es que el ambiente de esta zona era de confraternidad entre todos los vecinos, con los niños jugando por las calles, por el Regato del Anís o la Charca de Capuchinos (también rivalizando, pues había dos bandos, los de arriba y los de abajo, citándose en las denominadas ‘tierras del pastor’), y los padres y abuelos sentados a la puerta hasta altas horas de la madrugada en interminables conversaciones.
“En mi casa jamás se cerró la puerta”, recordaba Ramona Martín, cuando todos los vecinos se sentaban al fresco todos los días. “Mi madre sólo tenía una cortina”, añadía Erika Martín, criada en el barrio. Y recuerda que era también el barrio de los gatos, “había por todos los lados, te entraban por la ventana y te comían la cena si te despistabas”. “Uno se llevó un filete con tenedor y todo”, apostillaba Modesta García.
Por su parte, la vida comercial se realizaba en torno a la tienda de la señora Miñambres. Poco a poco fueron abriendo nuevos comercios hasta ser hoy día un barrio como otro, donde hay todo tipo de negocios y productos.
Un barrio con un movimiento vecinal canalizado a través de la asociación Canto Blanco, con más de un cuarto de siglo de historia. Agrupación que todavía se preocupa de realizar actividades entre sus habitantes, pese a las dificultades con una juventud que apenas se implica, y de ser reivindicativa. Recordadas son las protestas de comienzos de este siglo, con una movilización contra la expropiación de casas para la construcción de un parque que después se quedó a medias. El barrio Blanco de Salamanca defiende su singular identidad e idiosincrasia para mantener vivo el espíritu de residir en un pueblo dentro de Salamanca.