Golpes en la cabeza, alturas de 40 metros a merced del frío burgalés, costillas fracturadas y trabajos en el húmedo subsuelo de la provincia son algunas de las circunstancias vitales de Jesús Ibáñez. La comida llega a su mesa gracias a la nómina que recibe, mes a mes, por su profesión como electricista, que “es lo que hay que hacer” pero, sin embargo, lo que él mismo califica de “afición”, para muchos deportistas supondría el logro de sus vidas: ser campeón del mundo en su especialidad, en el caso que ocupa a Jesús, el arte marcial conocido como jiu-jitsu.
La de Ibáñez no es otra que el deporte del contacto, en diferentes modalidades como el judo, deporte que practicó desde los cuatro años hasta los 28, obteniendo el cinturón negro a la temprana edad de los 14 años, o la lucha libre olímpica, en la que se sumergió al alcanzar la mayoría de edad. No fue hasta tiempo más tarde, a sus 32 años, que el jiu-jitsu llegó a su vida de la manera “más casual, al dejar unas colchonetas a un equipo burgalés para que entrenaran”. Así, casi por el magnetismo intrínseco del deporte que hace que a todo aficionado, nobel o profesional, le cautive, Ibáñez probó la disciplina y se enganchó a ella.
Recientemente, entre los pasados 25 y 31 de octubre, el burgalés se hizo con tres oros -en las modalidades de sumisión, knock down y full kempo- en el Mundial celebrado en la turca ciudad de Antalya. Además de suponer un “enorme logro personal”, tal y como confirma Ibáñez, este triple logro se tradujo en la primera ocasión en la que un luchador concluía un campeonato mundial coronado como el mejor en más de una modalidad, en combate. “Poder quedar campeón del mundo es lo máximo a nivel personal, al hablar de deportes no olímpicos”, asegura, orgulloso, Ibáñez.
“Es más duro ponerse el mono de trabajo, por las diez y hasta doce horas que paso al aire libre y, además, lo otro es placer, pese a que también disfruto de mi rutina laboral”, asegura el recién coronado campeón a nivel mundial. Como se puede presuponer, el entrenamiento al que se somete alguien que aspira a reinar en cualquier disciplina deportiva no se encuentra al alcance del ‘común de los mortales’, puesto que supone una dedicación “de sudar seis días a la semana, tras la jornada laboral, comenzar a dormir, muchos días, a la media noche y despertar a las siete de la mañana, para desempeñar un trabajo, de nuevo, eminentemente físico”, destaca Ibáñez.
Esa rutina de seis días de cada siete sometiéndose a una preparación que lleva cuerpo y mente hasta el extremo no sólo se traduce en seis entrenamientos semanales sino que, en el marco de la preparación para los campeonatos -como los que tiene agendados este fin de semana en el Campeonato de España de Kempo Karate y, el que viene, en Salamanca, en el Torneo Internacional de Jiu-Jitsu Brasileño-, llega a realizar “dos sesiones diarias, una de carrera continua y pesas para, después, llevar a cabo una larga sesión de combate”, todo ello con el fin de ajustarse al peso de la categoría en la que compite -generalmente, de menos de 70 kilos-.
Si bien es cierto que, casi desde que comenzó a dar sus primeros pasos, las artes marciales han sido transversales a este burgalés que compagina el combatir los vientos invernales a 40 metros de altura, trabajando en una torreta eléctrica de alta tensión, con los viajes transoceánicos, los extenuantes entrenamientos y los golpes que le han hecho tener operadas ambas rodillas, hubo de especializarse, ya a sus 32 años, en el jiu-jitsu para enfrentarse a los mejores, “a rivales que son profesionales y se dedican, exclusivamente, al deporte”, algo que pone más el valor, si cabe, de la hazaña de Ibáñez.
Falta de recursos
El apoyo federativo, como ocurre en muchas otras disciplinas y deportes que no tienen sobre sí el foco y la repercusión de los más mediáticos, no es siempre el deseado, puesto que, en el caso del campeonato de Turquía, donde el burgalés hizo historia, “la federación de kempo karate asumió los gastos de la inscripción y del hospedaje, pero no los del vuelo”.
El rédito internacional de Jesús Ibáñez no sólo llega a Turquía sino que, también, fue proclamado campeón las norteamericanas ciudades de Los Ángeles y San Francisco -con vuelos que, mínimo, duran 12 horas-, ocasiones en las que también hubo de correr él mismo con los gastos.