Cada año la carta del tongo se usa con mayor facilidad y con mayor inmediatez en Supervivientes. Se recurre al mismo argumento cuando, uno de los grandes favoritos antes de empezar el concurso, empieza a caer en desgracia: que si hay tongo, que si no es el protegido del programa... Y lo peor es que la propia interesada pueda auspiciar de manera implícita esta retahíla de teorías que carecen de una buena base de sólidos argumentos.
Seamos claros: Desy Rodríguez no ha cumplido con la expectativas. Fue una de las concursantes que mayor, por no decir la que más, expectación levantó durante la previa del concurso. Se perfilaba como una de las grandes protagonistas de la edición y peso pesado de ella. Sin embargo, han ido pasando las semanas y esas pretensiones con las que iba desde aquí se han ido diluyendo por las aguas que bañan los Cayos más famosos de España.
Desy ha pecado de creer que la audiencia la votaría por idiosincrasia, por su mítico concurso en la decimocuarta edición de Gran Hermano. Ni de lejos la sevillana ha emulado ni la mitad de aquel concurso. ¿Y lo de ir contra el veterano peso pesado? Un clásico de los formatos. Ya lo hizo Albert con Isabel Pantoja, Kiko Jiménez con Mila Ximénez... Todos tienen siempre el mismo factor denominador: la necesidad de erigirse como la resistencia de aquella parte de la audiencia que está cansada de tongos y favoritismos. Que se enfrente con Kiko Matamoros, que es el otro peso pesado de la edición, no me transmite nada más allá de ganas de intentar superar esas expectativas. Y quizás la culpa la tenemos nosotros, la audiencia. Cuando se van confirmando a los concursantes de cada reality, tendemos a depositar en ellos determinadas expectativas y normal que ellos vayan allá aún más presionados. Es que no quieren defraudar a nadie y, primeramente, a la audiencia.
Quizás deberíamos quitarnos esa manía. Estoy convencido que si Desy no hubiera recibido la cantidad de halagos y felicitaciones que recibió cuando se confirmó y, por ende, vio cómo la audiencia la veía como una de las grandes favoritas del concurso, ella hubiera actuado de otra manera. Una menos artificial y mucho más natural. Me da la impresión que juega entre dos líneas: la de contentar a una parte del público y la de no ponerse en contra a la otra parte. Y cuando juegas con la equidistancia, caes. Si le sumas una de las nominaciones más difíciles que recuerdo en un reality, peor.
Desy se batió en duelo con el terremoto de Marta Peñate, que allí donde hay un sarao, es la primera en estar; y los dos fichajes estrellas de la edición, el cada vez más irascible Nacho Palau y el impasible Kiko Matamoros. Y Desy, cayó. Se fue directa al Palafito o como quieran llamarlo este año. Allí el domingo se resolverá la expulsión definitiva con Juan Muñoz.
Pese a todo, sí que creo que Desy se merece una nueva oportunidad. Una oportunidad que nos deje ver un atisbo del mágico concurso que regaló en su otro reality. Ella tiene toda la premisa y todas las bazas para ser una concursante excepcional. Solo que no debería haberse ido tan presionado con la cantinela del no defraudar. No obstante, lo que menos me gustó de su despedida fue su advertencia: “Caerán muchas caretas si me voy”. Craso error. ¿Y por qué no lo has hecho ya estando en la isla? Podría preguntarse un servidor.
Me gustan los concursantes que viven intensamente la experiencia y que no dejan nada en el tintero. Ahora este tipo de advertencia puede llevarme a pensar que ha estado reprimida en la isla y no se ha mostrado tal y cómo es. Entonces, tendría derecho a sentirme defraudado como espectador. A Supervivientes vas con todas las de la ley, lo mismo que dije de Charo Vega, y vives la experiencia al máximo. Sin estar condicionado por nadie, pero a mí Desy no me ha dado esa sensación. El miedo a perder el apoyo y cariño del público la ha llevado a navegar entre dos aguas con tal de contentar a unos y no defraudar a otros... Y ha naufragado. De momento, al Palafito.