Pobrecito, pobrecito, pobrecito y pobrecito… Así versa el discurso más monótono que he oído en la historia de Supervivientes. ¿Les suena el efecto Streisand? Conseguir justo el efecto contrario de lo que uno desea. Enrique del Pozo ha conseguido, precisamente, justo lo contrario de lo que hubiera deseado (o eso quiero creer). Haciendo un uso moderado de la malicia, podría llegar a pensar que el colaborador quería traer de vuelta a su pareja, Rubén Sánchez Montesinos, con su caótica y populista defensa.
Menuda paradoja. ¿Quería del Pozo minar el apoyo que pudiera tener la audiencia para con su pareja? Lo ha conseguido y con creces. El pasado domingo, tan solo cuatro días de dar por inaugurada la nueva edición de Supervivientes, la pareja de Rubén ya sacaba a relucir, sin justificación a mi parecer, una retahíla (por desgracia) de traumas personales y cruces que ha sufrido el culturista en su vida. Me pareció un grave error hacerlo y demostró una torpeza que, sumida al nefasto concurso que Rubén ha proyectado en los Cayos Cochinos, han propiciado la expulsión del superviviente.
La carta de la pena, la autocompasión y el victimismo es un as en la manga prácticamente legendario en los realities. Hay quien se ha alzado con algún que otro maletín o cheque barajando una baraja con esa carta. Sin embargo, uno lo hace cuando se ha afianzado ya en el concurso, no en el cuarto día de convivencia.
Otro de los errores que han cometido la pareja formada por del Pozo-Sánchez Montesinos es la de usar un discurso populista y demagogo. Qué manía con creer que uno representa a una sociedad, parte de ella o un colectivo, entre otras divisiones. Ayer tuve que oír y, hasta en cuatro o cinco ocasiones por parte del excolaborador de Viva la vida, que es muy valiente que haya un deportista homosexual en el concurso y que qué pena que no se esté valorando lo suficiente. No, señor. Su pareja se representa a sí misma y a nadie más. Menuda manía más insana la de querer ser el altavoz de un todo que no te corresponde. ¿Ha sido Rubén el único que ha sufrido discriminación por su condición sexual? Pues por desgracia, no. ¿Qué está bien que lo normalice? Pues sí, pero es que no lo está haciendo.
Parece ser que la condición sexual del culturista debe ser algo por lo que habría que canonizarlo. Flaco favor creo que han hecho tanto del Pozo como su pareja en el programa, reivindicando sistemáticamente su condición. No quisiera meterme en camisa de once varas pero ¿tan difícil es dar naturalidad a la situación y no revictimizar al concursante cómo si estuviera a punto de ser excluido de la sociedad?
Rubén tendrá su trayectoria vital, desgraciada por desgracia, según su pareja. Sin embargo, esto no lo exime ni le da la impunidad para actuar para con sus compañeros como quiera. Ha sido un pésimo compañero y se nota que ha ido aleccionado por el polifacético Enrique del Pozo. Aunque debo reconocer que me gusta la capacidad que tiene el culturista de desquiciar a Kiko Matamoros y a Anuar Beno sin prácticamente despeinarse.
La defensa que ha hecho su defensor le ha dado el tiro de gracia, pero me hubiera gustado seguir viendo al culturista en el concurso y observar si evolucionaba y cómo. A día de hoy es el parásito de Villa Paraíso. Allí recibirá la semana que viene a Charo Vega, Juan Muñoz, Ainhoa Cantalapiedra o Kiko Matamoros. Uno de ellos será el segundo eliminado de la edición que se batirá en duelo con Rubén, para disputarse el primer billete de vuelta a España.
Pido de manera encarecida la salvación de Charo Vega, por favor. Cada intervención suya es épica, aunque la noto algo desganada, fruto quizás del proceso de adaptación al nuevo contexto en el que vive. Y naturalmente, Kiko Matamoros debe ser el otro salvado. Es pieza clave del entramado de esta edición. Pese a algunas dificultades físicas, el colaborador mueve como nadie el curso del programa, remando a favor de obra. Estoy convencido de que Matamoros sabe que su misión en el programa no es ganar los juegos sino dar contenido y mover el cotarro solo como un colaborador de Sálvame sabe hacer. Tal y como hizo Mila Ximénez en su edición, sin ir más lejos.