Qué ingenuos fuimos todos aquellos que pensamos que sí, que tal y cómo nos lo estaban vendiendo, Rocío Flores había fichado por El Programa de Ana Rosa o Supervivientes única y exclusivamente para hablar del reality en calidad de exconcursante.
Y aunque los silencios, las miradas y las lágrimas de la hija de Rocío Carrasco valieran más que cualquier declaración, su debut lleno de nervios también ayudó a darle fuerza a esa teoría. No olviden que un primer plano vale más que mil palabras.
Pero era simplemente una pose, un enmascaramiento de sus deseos. Y es que, no habían pasado ni dos semanas desde su estreno como colaboradora, cuando la nieta de la más grande pedía la palabra para hacer un llamamiento público a su madre y, de paso, desviar el foco de atención de la docuserie.
Era el primer servicio prestado a su padre, a su relato, a dar fuerza a los negacionistas de Rocío Carrasco, a que la entrevista en directo del pasado miércoles se convirtiera en un auténtico circo y llevara a su madre de protagonista a testigo presencial de ese dantesco espectáculo.
No sería su única prestación a la causa. Fiel a su padre, en vez de guardar silencio y dejar que su madre cuente su verdad después de veinte años callada mientras su padre Antonio David vertía todo tipo de acusaciones, Rocío Flores volvía este miércoles a ponerse el traje de gladiadora.
Y lo hacía, cómo no, para volver a cuestionar a su madre, para que con un discurso lleno de demagogia barata utilizando a su hermano enfermo, los focos se vuelvan otra vez contra Rocío Carrasco. Más leña al fuego para seguir sumando adeptos a la teoría de la mala madre.
Nada de cuestionar a su padre por haber intentado vender su oscuro episodio de violencia por 60.000 euros. Nada de utilizar esos minutos, en los que con una timida vocecita pide permiso para hablar, para pedir perdón públicamente a su madre.
Rabia y falta de empatía a partes iguales, y todo ello al lado de alguien acusado de maltrato como Alessandro Lecquio, y bien macerado con esa cobardía de no aceptar preguntas de sus compañeros porque quizá su discurso victimista se derrumba en dos segundos.
Como bien dijo Rocío Carrasco, Rocío Flores lleva el virus del odio inoculado por su padre. Y, aunque probablemente no sea consciente de ello, está heredando ese papel de verdugo mediático que durante tantos años interpretó tu padre y que tanto contribuyó a crear una imagen distorsionada de su madre.
Lo escribíamos hace unos días y volvemos a insistir: quizá es hora de que Rocío Flores abandone la televisión por su bien y por el de su madre. De lo contrario, cada vez que utilice una tribuna en televisión para cuestionar a su madre, estará convirtiéndose en cómplice de la manipulación de su padre y en la mayor jaleadora de las teorías negacionistas.