Y llegó el día tan esperado por muchos deportistas. El día en que entras al estadio olímpico detrás de tu bandera, orgulloso, feliz, ansioso de competir y mostrar el mundo tu trabajo de los últimos años. El día en que un deportista de Malvinas se acerca hacerse una foto con uno de Ucrania y otro de El Salvador saluda a un deportista de España al que hace años no ve. Y todos se sienten protegidos bajo la bandera de la igualdad, la de verdad, la de los JJOO. Y lloran al hacer el juramento olímpico, y lloran al ver izarse la bandera.
Pero esta vez les han subido en barcas. Nadie sabe el porqué unas son más grandes y compartidas y otras más pequeñas y solitarias.
Y no hay estadio olímpico. Sólo hay el caballo de la apocalipsis cabalgando por el Sena tras ellos.
El mismo caballo de el apocalipsis que hace que le sigan las banderas de todos los países como queriendo anunciar el fin de la civilización y el comienzo de la era woke de la agenda 2030.
También he visto la representación de una Última Cena en la que lo transexual se mezclaba con la infancia a la que luego se servía de cena un pitufo.
También había un alago al regicidio con decenas de María en las ventanas.
¿Dónde ha dejado París el espíritu olímpico? ¿Dónde la importancia que merecen los deportistas?
Si salvo algo es ver cómo Zidane le entrega la antorcha a Nadal en reconocimiento a sus 15 Roland Garros.
El pebetero colgando sobre París durante 15 días me parece original, pero ¿está la seguridad en París como para dejarlo allí? Al verlo sólo me ha venido a la memoria el encendido del pebetero en Barcelona 92, aún no superado por ningún país.
Definitivamente podemos hablar de la peor inauguración de los JJOO de la historia contemporánea. Quizá los franceses tengan, con esto, otro motivo para no votar de nuevo la agenda woke 2030 que representa Macron.