No hay feminismo sin nuestras hermanas trans
La primera vez que fui a una manifestación feminista yo debía de tener quince años. Tampoco tenía yo mucha formación en feminismo por aquel entonces –no es que ahora sepa mucho, no sé realmente nada sobre qué es estar vivo–. Nadie me había hablado sobre qué era ser feminista hasta que en una asignatura que no recuerdo, quizá ética o una filosofía precoz, una profesora nos introdujo a esta corriente. Todavía soy de aquella generación de alumnos que aprendieron muchas cosas a collejas por el puritanismo que azotaba a los propios maestros. Le tengo mucho cariño yo a esa mujer que se salió del molde porque, al final, asentó en mí unas bases para entender en qué mundo vivo, cómo lo hago y por qué.
Diría que aquella asignatura que creo que era optativa reventó mi destino porque me infundió la curiosidad. Es esencial tener curiosidad en vivir para ir aprendiendo por qué lo hacemos. Sufro de una curiosidad increíble en todo. Creo que eso ha azotado toda mi vida y traído a escribir estas frases. Después llegó Virginia Woolf y Una Habitación Propia a mi vida –mucho antes de hacerlo Soy Una Esnob, que podría ser considerado el ensayo mellizo del que os he hablado anteriormente–.
De ahí saqué todo lo que necesitaba. Era verano y su argumento gira en torno a un espacio literal y ficticio para escritoras que se encuentran dentro de una tradición literaria dominada por hombres. Es que ya lo dijeron Las Bistecs en su canción: "Historia del arte: penes con pincel". En septiembre no volvió el mismo al instituto. Después llegó Segundo de Bachillerato y con él, El Segundo Sexo de Simone de Beauvoir, donde entendí muchas cosas como que, por ejemplo, a algunos de mis compañeros hombres les molestaba que habláramos de Simone mucho más que si lo hacíamos de Descartes. ¿Por qué? La respuesta está clara: habían heredado el miedo a ese segundo plano que sienten los varones cuando se habla de feminismo. Un miedo que, realmente, radica en ese temor a quedar en ese segundo plano que siempre han relegado a las mujeres por el hecho de serlo –y que nada tiene que ver con el feminismo, que lleva el prefijo fem- porque lo empezaron ellas por y para sus derechos, pero que nos engloba a todos. Quizá es ese prefijo el que nos lo vende como una oposición al machismo y descuadra las mentes de muchos–.
De por medio llegaron Hipatia, Pizarnik, Hannah Arendt y María Zambrano. Entendí qué era eso de igualarnos y, sobre todo, qué papel quería tomar yo en aquel proceso. Igualdad era la palabra. De ellas aprendí que el feminismo unía a todos aquellos que el patriarcado y la sociedad dejaban de lado: mujeres, colectivo LGTBIQ+, sectores oprimidos, raciales... Había un hueco para todos en este movimiento que era tan desconocido para los que lo veíamos desde fuera y dividido entre quienes estaban dentro. Había hueco hasta para ese hombre blanco y heterosexual que quisiera entenderlo.
Como cada ocho de marzo intento escribir algo decente que cale entre la sociedad. Y es que está todo hablado. Lo hago porque no me gustaría caer en un "venceréis, pero no convenceréis" como les ha pasado a muchos movimientos sociales que empezaron tratando de liberar a un sector de la población que se encontraba oprimido y terminaron sin entenderse. A mí me gustaría calar en la sociedad desde abajo. Creo que así se forma todo. Hablando, hablando y hablando. De abajo a arriba. Convenciendo, a pesar de que a mí también se me agota la paciencia muchas veces y creo que lo más fácil es vencer. Convencer es necesario porque, de lo contrario, quienes tratan de callarnos consiguen sus propósitos antes.
Hay sectores que quieren enterrar años de lucha. Porque como dijo Pedro Zerolo: "En su modelo de sociedad no quepo y, en el mío, sí cabe usted". Es fácil desarticular a alguien que se piensa que ser feminista es ponerse una camiseta que pone "Everybody should be feminist" y el ocho de marzo sale a la calle, pero el resto del año aguanta desigualdades en las que no toma partido. Es fácil tumbar argumentos cuando no están bien asentados. Quizá por eso se puso de moda aquella pancarta algunos años atrás que decía "feminista todo el año". No creo que se pueda ser feminista si promueves algún tipo de desigualdad tras la bandera violeta de la libertad. Al final, si algo nos une a todos, es esa tendencia liberadora que debería de bañarlo todo. Mi cuerpo es mío y tú nada tienes que opinar
lo que decido hacer con él, al igual que lo que hago con mi libertad –mientras que invada la tuya–. Yo he visto a mujeres trans tenerse que salir de una manifestación feminista porque algunos colectivos dentro del feminismo querían lincharlas. Indirectamente, tras ese acto, ya estamos promoviendo el primer acto de desigualdad que va en contra de la doctrina feminista: la igualdad. En este momento me viene a la cabeza el poeta granadino García Lorca, que dijo que "bajo la bandera de la libertad –en este caso la de la Segunda República– bordó el amor más grande de su vida". No me gustaría que nos quedáramos con la República, pues el feminismo nos une a todos –monárquicos o republicanos, no viene a cuento eso–. Tenemos que bordar bajo su bandera el amor más grande de nuestra vida –que quizá sea con nosotros mismos– y con su pilar más fuerte y mejor asentado: la libertad e igualdad. Las mujeres trans sufren la misma discriminación o incluso mayor que cualquier otra mujer. Tienen todo el derecho a estar ahí, presentes, en primera línea o al final de la manifestación. Todo depende de las fuerzas que saque una ese día.
"Tenemos las mismas razones de peso que cualquier otra mujer para reivindicar y luchar por la consecución de la plena igualdad", expuso Carla Antonelli, uno de los rostros más conocidos dentro del activismo transexual, y diputada. Las mujeres trans son mujeres y nadie tiene nada que decir porque creo que estamos en un punto del siglo XXI en el que me da una pereza tener que seguir luchando por esto que ya huele a rancio y deberíamos de haber entendido. Creo que cualquier persona debería de poder plantarse en una manifestación del 8M.
También hubo una vez que asociaciones dijeron que no querían ver a ningún hombre en la manifestación. No soy mujer, pero he sentido en mis propios adentros cómo es sentirse como un trozo de carne. Solo me ha pasado una vez -a mis amigas suele pasarles una vez cada mes-. Es una de las sensaciones más desagradables que existen. Estaba en una fiesta en Madrid en la que todo era demasiado chic, demasiado de moda, demasiado impresionante... y yo soy demasiado joven, sin ser demasiado guapo hay gente que no puede quitarme ojo y visto como me da la gana -por mi conformismo mental posterior-. Estaba con mis amigos y un señor se me acercó. Que si tocarme el brazo que estaba a descubierto del brazo, que si "qué guapo eres"... Pueden parecer cosas banales, pero lo son cuando son consentidas por ambas partes. Si tus roces me incomodan o no te siguen el juego no son juego, son abuso.
Fijaos a qué nivel vieron mis amigos el percal que cuando decidí irme, me acompañaron al taxi. Hay muchos señoros –que si se dan por ofendidos leyendo este artículo, quizá, solo quizá, deberían de reflexionar en sus psicologías– que desde su posición dominante, quieren que pasemos por el aro. Todos. Los y las jóvenes, las mujeres, el colectivo LGTBIQ+... Porque siempre ha sido así. No hay que pasar por ningún aro para llegar a los sitios, ni para aguantar en una fiesta o conseguir nada, porque luego debemos de ser consecuentes con nuestra mente toda la vida. Y si algún día te encuentras en una situación de la que no sabes salir, búscame. Te voy a ayudar a, como hicieron conmigo, coger un taxi y salir de allí –o a plantar cara y poner palabras a lo que quizá te está haciendo quedarte callada–. Porque a veces necesitamos alguien que sepa lo que queremos decir cuando nos quedamos callados. Eso es el feminismo.
Esa red que se genera entre unas para tratar de salvar a las otras. Todos los días. El 8M tan solo es, al final, una forma de decir: seguimos aquí. Todas. Y nuestras hermanas trans en primera línea, porque han luchado mucho para ser ellas mismas. Y a todas aquellas personas que les molesta la presencia de nuestras hermanas trans o de todas aquellas aliadas que decidan sumarse en el camino hacia la igualdad, solo les diré algo: en esta vida hay mucho santo que fuma y mucho cabrón que reza.