Durante esta semana han pasado tantas cosas en la política nacional -que afectan gravemente a la autonómica, provincial o incluso local-, que no tendría sentido hablar en esta columna de asuntos domésticos como los Presupuestos de la Generalitat Valenciana y sus consecuencias para Alicante. O sobre cualquier otro tema supuestamente más cercano.
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, contradiciéndose a sí mismo y a todos los postulados de su partido, el PSOE, está culminando un proceso de destrucción de la Constitución de 1978, de destrucción de la separación de poderes y de destrucción del Estado de Derecho con el único objetivo de ser investido de nuevo. Ofreciendo en bandeja estos principios básicos de la convivencia entre españoles a fuerzas políticas muy minoritarias que niegan la legitimidad de la nación y su actual sistema político.
De este modo Sánchez está plegando los principios básicos del constitucionalismo español apoyados por el 77,14% de la ciudadanía, más de tres de cada cuatro españoles (según los últimos resultados electorales PP 33,05%, PSOE 31,70% y Vox 12,39%) a los intereses anticonstitucionalistas del resto del espectro político.
Empezando por Sumar (12,31%), a quienes sitúo en el anticonstitucionalismo porque niegan de inicio la legitimidad de la monarquía constitucional y la unidad de la nación. Quizás por eso su fundador, Pablo Iglesias, lo considera un régimen emanado directamente de la dictadura previa.
Pero sobre todo, y lo que es más grave, Sánchez está vendiendo el constitucionalismo español a nacionalistas, supremacistas e independentistas que apenas llegan al 6,5% de la ciudadanía española (ERC 1,89%, Junts 1,60%, EH Bildu 1,36%, PNV 1,12% o BNG 0,62%).
Solo esto bastaría para condenar la estrategia de Sánchez por las consecuencias que entraña para el futuro político de España. Pero es que además el presidente del Gobierno lo está llevando a cabo contradiciendo todo lo que dijo antes de verse superado por el PP el pasado 23J. O Sánchez mentía entonces o lo está haciendo ahora.
No obstante, lo que más me extraña de todo lo que está sucediendo es que hay miles y miles de militantes, simpatizantes y votantes socialistas que están dispuestos a asumir la mentira. Incluso dispuestos a justificarla como un mal menor frente a la supuesta amenaza de que a cambio sólo hay una alternativa, el ascenso de la extrema derecha. Sobre todo, porque la mejor alternativa pasa por una repetición electoral, con las cartas encima de la mesa y sin mentiras, que aclare qué es lo que quieren los españoles. La mayoría, no un 6,5% que ni siquiera se consideran ciudadanos de esta nación.
Hace 10 años leí mi tesis doctoral sobre la quiebra de la fe en la idea de progreso en la literatura inglesa de la primera mitad del siglo XX. En ella, analizaba el "posmodernismo" como el germen teórico que recogió el legado -y lo elevó a categoría filosófica- de los novelistas que pusieron el acento en la pérdida de esa fe en el progreso.
Lo curioso del asunto es que quienes entonces hablaban de la vigencia del progreso y de la Ilustración eran reconocidos socialistas como Theodor Adorno y Max Horkheimer. Y cómo posteriormente exmilitantes socialistas desencantados como Jean François Lyotard o excomunistas como Zygmunt Bauman, acuñaron conceptos como la posverdad o la sociedad líquida que parecen regir los principios políticos de Sánchez.
En un momento histórico en el que la política es simulacro, la democracia es pastiche, en el que el relato cuenta más que las ideas y en el que los militantes viven en constante esquizofrenia ante lo defendido ayer y lo defendido hoy por sus líderes, parece que el posmodernismo ha triunfado. También en España. Otra cosa es como quedará nuestro sistema político tras este órdago y cómo quedará el socialismo en la era pos-Sánchez.