Poco antes de las once de la noche del pasado 8 de agosto, tras una convocatoria electoral en la que más de uno echó de menos una mayor implicación municipal a todos los niveles, y dentro de una multitudinaria expectación, salía elegido nuevo presidente de la Federació de Fogueres David Olivares Cortés, el número 24 de la historia de la Festa.
Lo hacía en su segunda apuesta electoral, que cuatro años atrás le proporcionó su derrota ante la presidenta que esta semana ha dejado atrás, Toñi Martín-Zarco Marín. El resultado -como avanzamos- fue más ajustado de lo previsto. 123 Olivares por 99 Martín-Zarco, y un voto en blanco -la pregunta del millón es conocer que barraca, porque fue una barraca, lo brindó-. Tres barracas, finalmente, no participaron en los comicios.
Tras el previsible jolgorio del equipo ganador y la tristeza del derrotado -pese a lo previsible de la elección final-, surgen numerosas consideraciones, mientras se espera el definitivo traspaso de poderes, en los últimos tiempos bastante más complejo que en periodos precedentes.
De entrada, cabe señalar que los programas de ambas candidaturas se plantearon dentro de un conjunto de convenciones, intentando jugar con el concepto de ayudas -más o menos económicas, más o menos basadas en patrocinadores-, pero sin entrar en la raíz de lo que realmente demandan nuestras hogueras; un necesario cambio de paradigma, que algunas comisiones han acertado a desarrollar.
Algo que lleva décadas con reiterado y exitoso funcionamiento en celebraciones como las fallas de Valencia o las fiestas de moros y cristianos de Villena. En pocas palabras, las hogueras han de ser autosuficientes a través de la suma de miles y miles de pequeños esfuerzos.
Que el ser foguerer -el barraquer lo tiene más complicado- sea poco costoso económica y participativamente, para que en una legislatura esos ocho mil festeros se pudieran duplicar. Sería el momento de que todas las comisiones pudieran funcionar sin problemas, y con una base social mucho más consolidada.
A partir de ahí, cabe destacar como la candidata derrotada supo remontar en el cómputo de apoyos, cuando a primeros de julio apenas si podía completar su composición, y el balance de votos se estimaba en la mitad de los finalmente obtenidos. En cuanto al nuevo presidente -entusiasta, foguerer de raza, cercano, conseguidor-, cuya campaña ha sido el triunfo de la perseverancia, por encima de otros aspectos más cuestionables, se plantean no pocas interrogantes que se irán resolviendo las próximas semanas.
¿Mantendrá esos nada sibilinos tutelajes que, antes o después, culminarán de manera abrupta?, ¿Cómo irá funcionando un equipo que en su inmensa mayoría no ha tenido experiencia en el órgano rector?, ¿Albergará el suficiente temple, capacidad de manejo en las Asambleas, don de gentes y de palabra alguien al que en su entusiasmo siempre ha ido aparejado su limitada contención?, ¿Comprobará en carne propia que parte de aquello que ha asegurado en la campana, en muchas ocasiones es irrealizable por resultar contradictorio?
Recuerdo que en la atractiva sátira cinematográfica El candidato (1972, Michael Ritchie), en la secuencia final, cuando Robert Redford era elegido senador, en un aparte, preguntaba asustado a quien le había llevado la campaña; “¿Y ahora, que?”. Hay algo, de entrada, que estimo positivo en los primeros pasos de Olivares; su intención de dirimir con seriedad un retorno al calendario tradicional de les Fogueres. Ojalá así sea.
De momento, me tomo unas semanas de ausencia. Volvemos en la segunda mitad de septiembre ¡Esperemos que esto no esté que arde!