Fotograma del vídeo del Ayuntamiento de Petrer en reconocimiento a las aparadoras con motivo del 8M.

Fotograma del vídeo del Ayuntamiento de Petrer en reconocimiento a las aparadoras con motivo del 8M.

Economía CALZADO

Las aparadoras de Alicante vuelven a la clandestinidad tras la proeza en pandemia: "No tenemos futuro"

Con motivo del 8M reunimos a una trabajadora que reconoce que ha vuelto a "un taller clandestino" y otra no encuentra trabajo de aparado, "ni lo encontraré". 

8 marzo, 2022 03:52
Elche

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Las aparadoras, el colectivo feminizado que cose el zapato, han vuelto a economía sumergida, de la que en realidad nunca se han marcahdo en décadas, tras el protagonismo que adquirieron al principio de la pandemia de Covid-19, cosiendo unidas sin parar mascarillas y batas ante la escasez de material de protección. Después de esta proeza extraordinaria -y voluntaria- llegó el desempleo con la cancelación de pedidos y el cierre de fábrica. Ahora, dos años después, la que han vuelto a trabajar lo hacen en peores condiciones y, una buena parte, de manera clandestina. 

Así lo corrobora una trabajadora del calzado de Elche que prefiere no revelar su nombre. Ella es una de las miles que está en un taller clandestino, sin contrato, cobrando en B y en condiciones deficitarias de seguridad. "Sí, puedo denunciar a la empresa, pero sin el apoyo de las compañeras, no puedes demostrar la relación laboral, y es tu palabra contra la del dueño de la empresa; conozco casos de compañeras que denuncian y les sale el tiro por la culata y al final te despiden como represalia", dice esta mujer de 52 años. 

Ante la pregunta de por qué no pone una denuncia anónima, responde que en ese caso acabaría entrando un inspector laboral, "me preguntará, le diré los años que llevo allí sin contrato y la fábrica acabará cerrando pero el empresario la abrirá otra vez con otro nombre y listo", asegura. 

En la otra cara de la misma moneda están las que no han vuelto a trabajar, como Loli García, que el último encargo que pudo realizar con su máquina de aparado en su casa, fue en diciembre y de manera temporal. "Esta Navidad hice unas sandalias ortopédicas de zapato fino para una gente que ni conozco, porque me lo trajo una chica y como necesito el dinero dije que sí", responde. 

Una mujer en una máquina de aparado.

Una mujer en una máquina de aparado. Archivo.

No ha vuelto a trabajar, ni con sus 58 años que cumplirá en abril, cree que lo hará de nuevo. Pese a que llevaba buena parte de su vida laboral en este sector. "Recuerdo que salía con 8 años del colegio y me metía en un taller, porque mi madre así lo quiso, y con 12 años ya sabía hacer un zapato entero", rememora. Loli fue testigo de los años dorados de la profesión, al menos para las aparadoras. Fue en la década de los 80 y ella trabajaba "con contrato legal y cotizando bien" en fábricas de gigantes como Garvalín o Paredes. "Pero llegaron los 90 y todo fue en picado, cada vez tenías que hacer más horas en negro", denuncia. 

A todo esto, y como les pasa a otras aparadoras y mujeres trabajadoras, tuvo que sacrificar su carrera por el cuidado, primero de sus hijos, y después de su madre, enferma de Alzheimer. Estas obligaciones, sumadas a los años que ha trabajado en negro, dan como resultado que Loli no ha llegado al mínimo de cotización, por lo que no está percibiendo ninguna ayuda ya que figura su hijo mayor como trabajador. "Él no puede independizarse -tiene 27 años- y yo no puedo recibir una prestación", se lamenta. 

Esta mujer divorciada continúa al cuidado de su otro hijo, con depresión. "Tampoco ayuda que no pueda animarlo llevándolo al cine o algo", agrega. Ella también sabe lo que es el desánimo y la ansiedad, de la que se trata en 2011 por la situación de estrés laboral que pasaba. "Denunciamos 15 trabajadoras de la fábrica por no estar dadas de alta, fuimos a juicio y no hubo forma de que nos dieran la razón", asegura. 

A las secuelas psicológicas hay que sumar las físicas, que se acentúan en días como hoy en los que ha habido temporal. "El brazo y la pierna derecha con la que tanto tiempo he levantado la ruleta de la máquina del aparado me da unos dolores muy fuertes", asegura. "También me dan vértigos por el problema que se me ha generado en las vértebras, cada vez más a menudo", añade. 

"Nada ha cambiado"

"Seguimos con las mismas reivindicaciones de los últimos años", afirma Maite Rodríguez, presidenta de la Asociación de Aparadoras de Elda-Petrer. "Que se nos reconozcan todas las enfermedades laborales, porque hasta ahora no podemos demostrar ni una", explica, aunque "la más importante es que nos den de alta, que nos contraten y que se aplique el convenio".

Rodríguez insiste en que una de las maneras de romper la dinámica" es denunciando su situación". Sin embargo, reconoce que es difícil acabar "con ese sentir instalado entre trabajadores, empresarios y administración de que si metemos mano la industria, esta se romperá, por lo que hay que seguir igual a costa de que todas perdonas nuestros derechos".  

"¿Futuro? Si casi no hay presente"

El Ayuntamiento de Petrer publicó hace unos días un vídeo de homenaje a todas las aparadoras que ayudaron durante la pandemia a coser material sanitario. 

Lo curioso, cuenta Maite Rodríguez, es que de las 20 aparadoras que participaron en la grabación del vídeo, ella era la única que sigue trabajando en el sector. "Entre las jubiladas, las que se cansan de ganar solo 300 euros al mes trabajando todo el día, las que lo han dejado y se han puesto a limpiar...", enumera.

"No veo que haya revelo generacional, ni en el aparado ni en la mayoría de puestos del calzado", sostiene tras poner como ejemplo que "solo basta con entrar en una fábrica y ver que la mayoría de trabajadores tiene más de 50 años". Loli García también vislumbra un futuro sin este oficio "tan artesanal". "Si tuviera una hija, no se lo recomendaría, le diría que ni loca, que estudiara y que se olvidara de aparar", responde. A sus hijos ni se lo propuso.