El poder de una sonrisa en el mundo del arte es capaz de maravillar a los espectadores a lo largo de los siglos. En el caso de la civilización etrusca llega hasta la actualidad porque la solían usar en las estatuas de los sarcófagos. ¿Por qué sonreír a la muerte?
Son muchas las preguntas que aún quedan por resolver en lo que respecta a la cultura de una población que precedió al Imperio romano. Y un emperador pudo haberlo resuelto. ¿Su nombre? El tartamudo Cla-Cla-Claudio, el sucesor de Calígula y el predecesor de Nerón.
Manuel Olcina, director del Marq, se siente ahora un privilegiado. El museo que dirige en Alicante acogerá la mayor exposición dedicada a los etruscos que ha llegado a España desde 2007. Y uno de los primeros nombres que saca a relucir para hablar de ella es el del emperador que popularizó la ficción de Robert Graves y su adaptación televisiva.
Claudio, sobrino y nieto de emperadores, no estaba predestinado a dirigir el mayor imperio de la tierra en el siglo primero de nuestra era. Se le define como un joven enfermizo y torpe. Quizás fue eso lo que le permitió dedicarse al estudio de la historia y por ello escribió hasta una veintena de libros sobre los etruscos.
Ninguno ha llegado a nuestros días.
Transición cultural
Eso mantiene abiertas todas esas cuestiones sobre un pueblo que dominó el norte de Italia entre los siglos VIII y IV antes de nuestra era. Y del que apenas se conservan textos, pese a introducir la escritura en la península itálica.
Como explica Olcina, una civilización no desaparece de la noche al día. La transición de una a otra es gradual. Y, de hecho, a la primera mujer de Claudio se la considera etrusca.
Plaucia Urgulanilla estuvo casada durante quince años con el que era entonces un miembro arrinconado de una familia noble. Algunos estudiosos consideran que ella fue la que podría haber proporcionado acceso directo a una cultura de la que se alimentó el Imperio romano.
Las piezas
"Traer como arqueólogo esta colección culmina lo que todos los estudiantes veíamos como una de las grandes civilizaciones de la historia", señala con orgullo Olcina. Y que aún con esa consideración es mucho menos popular que la griega o la romana. Por tanto, también menos presente en el panorama expositivo.
Eso es lo que valora Olcina de Etruscos. El amanecer de Roma. Esta exposición le pondrá frente a frente con las 150 piezas que han seleccionado los dos museos más centrados en ella, el Arqueológico de Florencia y el Guarnacci de Volterra.
¿Qué nos pueden decir piezas como el sarcófago de la necrópolis de Rosavecchia? ¿Y la urna de Ulises y las sirenas? ¿Y el rapto de Proserpina? Estas serán algunas de las caras que llegarán al Marq. Y en alguna de ellas se encontrará esa forma de esculpir los labios que sigue fascinando a los estudiosos.
La sonrisa
"La sonrisa etrusca nace del estilo arcaico griego, que tenía un rictus muy característico", explica Olcina. La novela de José Luis Sampedro, apunta, dejó marcada esa expresión en la cultura popular al usarla como símbolo frente a la muerte. Y en ella es donde se encuentran hoy día más ejemplos de lo que era esta cultura.
"Eran muy religiosos", señala Olcina. Un legado que perduró porque "las divinidades etruscas se emparentan con las romanas sin ser las mismas". Ese eco de su forma de pensar se verá en una figura de Baco que traerán. Otra muestra de la potencia artística la encuentra en esa adopción de sus muchos elementos culturales, como los ritos adivinatorios o su forma de estructurar las ciudades.
Lo que no se asimiló fue el papel de la mujer en su sociedad, recuerda el director del Marq. "Los contemporáneos decían que eran libertinas y promiscuas", explica. Griegos y romanos rechazaban "esa independencia y menor sometimiento a los hombres". Borrada su voz de la historia, y de quienes como Claudio quisieron dejarla a la posteridad, seguirá el misterio de su sonrisa.