El milagro de Héctor Díez, el director del coro de un pueblo de 50 vecinos que cantará en el Vaticano
El Coro de Fuenteargil cuanta con apenas 15 miembros, y para muchos de ellos es la primera vez que cogen un avión o salen fuera de España.
30 enero, 2024 02:18Hay personas que dicen que cantar es la voz del alma, las palabras de las emociones o el sonido del espíritu. Puede que no haya una definición, exacta, precisa, lo que está claro es que es una práctica milenaria, profunda y compartida; y cuanto menos, mágica. Si no, que se lo digan al Coro de Fuentearmegil, un modesto pueblo de apenas 50 habitantes cuyos coristas cantarán en la Basílica de San Pedro, en la sede del Vaticano.
Fuentearmegil es un municipio de la provincia de Soria que está siendo sensación por su tremenda hazaña. De cantar en las misas y fiestas locales a hacerlo en la iglesia más grande del mundo y sagrada de la cristiandad. Un paso estratosférico que ninguno de sus componentes se podría imaginar, una oportunidad única que no se presenta todos los días.
Este coro no es famoso ni grande, tampoco profesional, pero es que nunca lo han pretendido. Un grupo que desborda “humildad”, formado por apenas 15 componentes, y no, no son niños ni jóvenes estrellas del pop, sino personas mayores que comparten una ilusión. Según cuenta Héctor Díez, el director de este coro en una entrevista a EL ESPAÑOL, “son un coro amateur, pero con muy buen oído”.
Del pueblo al Vaticano
“No hay nada que me llene más que cantar en armonía, te mantiene la salud mental y corporal”, afirma el director, y es que desde hace unos años quería hacer cosas por el grupo; y lo consiguió. Después de la pandemia “quería algo ilusionante”, comenta Héctor, algo que les devolviera “la alegría” que tenían antes de que llegara la oleada del Covid-19.
Dado al fervor con el que cantan en misa los coristas, y Héctor que no se queda “a medias” con sus ideas, empezó a pensar en qué podía llenar al grupo. “¿Qué es lo más grande que puede hacer un coral?”, se preguntó el director, automáticamente se respondió él mismo: “Cantar en una misa en el Vaticano”.
Así, espontáneo y con los pensamientos claros, Héctor se puso manos a la obra para lograr este objetivo. “Empecé a buscar directores que se movían por esa zona, a mandar correos electrónicos a los responsables del Vaticano, busqué hasta que me harté”, explica, pero claro, una vez que se empieza no se para. Dicen que la constancia hace a la excelencia, y este director tenía claro que no iba a renunciar a su meta. “Cuando tengo algo en la cabeza no paro”, y así fue. “Seguí insistiendo hasta que un día toqué la puerta que tenía que tocar”, y la puerta se abrió.
Cuando llegó la noticia, “casi no podía hablar”, comenta conmovido. Si esperas poco, las sorpresas son mayores, “pensaba que me iban a decir que no era posible, y cuando vi que nos concedían cantar, fue totalmente emocionante”. Además, las directrices del Vaticano, les permitirán hacerlo el domingo 11 de febrero, en la catedral del altar de San Pedro.
Una noticia sensacional que no dejó indiferente a ninguno de los componentes de la coral, y que ya están ensayando para la ocasión. Un evento que Héctor tiene claro que les va a salir “estupendamente”, ya que lleva a "los mejores cantantes del mundo", cuenta hilarante, y que lo harán con “alegría y emoción”.
Como director, él siempre “ha hecho esto por el grupo”, y es que cuando lo propuso, las caras de su grupo eran de estupor y suspicacia. “Pero ellos saben que cuando digo algo, lo digo en serio”, explica Héctor, y aunque tuvo sus idas y venidas para lograrlo, “al final te das cuenta de lo que has preparado, es una historia bonita”, cuenta orgulloso.
Momentos de unión en una España olvidada
Héctor Diéz empezó en 2008 en el Centro de Adultos de San Esteban de Gormaz, donde crearon un taller de cultura musical en el que era el profesor el que se desplazaba a otras localidades. “Así entré en contacto con los pueblos donde al margen del taller, creé los primeros coros”, explica.
Con el paso de varios años, “un día vino el alcalde de Fuentearmegil para que montara un coro allí”. Si bien se juntaron dos pueblos para formar el Coro de Alcubilla de Avellaneda y Fuentearmegil, “después de la pandemia con todas las personas que habían salido perjudicadas, solo me pude quedar con la gente de Fuentearmegil”, comenta Díez.
Este es un coro polifónico, que se diferencia del parroquial al cantar a cuatro voces —soprano, contraltos, sopranos y barítonos—, que como menciona al director, “son una coral clásica al uso”, no cantan todos a la vez ni van acompañados por una guitarra. Tampoco son el Orfeón Donostiarra, se trata de un grupo “modesto pero digno”.
“El director es el que más canta, pero solo antes de la actuación, los protagonistas son ellos”, afirma Héctor. La música tiene propiedades terapéuticas, “te equilibra”, y si hay algo de lo que no tiene ninguna duda es que “no hay nada más satisfactorio que la música coral, y más poder hacerla”, concluye.
Pregunta.- ¿Qué supone para las personas mayores poder pertenecer a un coro?
Respuesta.- La pregunta realmente es qué supone cantar en un coro para personas que viven en un pueblo como Fuentearmegil, que pertenece a la verdadera zona cero de la España vaciada, de los más envejecidos y despoblados del país.
Y así es esta realidad, un pueblo que en invierno apenas llega a los 40 habitantes, pero el director comenta que aun así, pese al gélido frío soriano,“están deseando que llegue el día del ensayo, durante la semana ya lo están hablando, y se juntan después de practicar”. Una actividad que une al pueblo y que “no se puede mirar solo el contenido musical, ya que el contexto social va mucho más allá”.
Primeras veces, ilusiones y nervios
EL ESPAÑOL, además de contactar con el director del Coro de Fuentearmegil, ha tenido la oportunidad de hablar con algunos de sus componentes, en los que la ilusión y alegría eran casi palpables en sus voces. Un sentimiento compartido que esperan con ansias dejarlo aflorar en el Vaticano.
Lucía Sierra tiene 66 años, y desde su infancia ha estado habituada a la música, pues a su familia “siempre le ha encantado cantar”, y afirma que en Fuentearmegil “todo se celebra cantando”. Puede que no todo mundo tenga el privilegio o el don de cantar, pero al menos, se puede escuchar, Lucía tiene claro que es “algo que eleva el espíritu” y también una “terapia” que te sube el estado de ánimo.
Lucía es una cantante sin conocimientos musicales pero sí mucha experiencia. En lo que no tiene tanta es en volar, pues “es la primera vez que voy a coger un avión”, comenta fascinada. “No he salido fuera de España”, explica, convirtiendo este viaje en un gran paso de su vida como cantante, y una aventura como turista. Jamás imaginó que se le presentaría una oportunidad como la que va a experimentar, y la que ha descrito con cuatro precisas palabras: “emoción, ilusión, orgullo y satisfacción”.
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Fermín Cabrerizo, al contrario que su compañera, sí que ha viajado, ya que por trabajo ha vivido en Suiza, Madrid y Barcelona. Tiene 72 años, pero desde los ocho ya tenía el desparpajo suficiente para subirse a cantar en los escenarios de su pueblo. Cuando les dieron la noticia, “al principio pensaba que era de cachondeo”, comenta, pero cuando se dio cuenta de que iba totalmente en serio, le llenó de “orgullo”.
Fermín es un hombre con nervios de acero, después de toda una vida cantando no es de extrañar. “Hay alguno que está nervioso”, explica, y es normal pues es la primera vez que se enfrentan a un evento de estas magnitudes. Ante todo, sin nervios o con ellos, afirma que están todos “eufóricos”.
En el coro también está Santos Izquierdo, que a diferencia del resto de los integrantes, es tartamudo, pero en el grupo ha encontrado un espacio donde sus dificultades orales desaparecen, un entorno donde su canto fluye y endulza. A sus 67 años, tampoco ha salido nunca de España, pero explica que es un “orgullo muy grande”, y que cuando canta, le invade la “alegría”.
“Yo canto mal, pero canto mucho”, afirma Rufino García mientras se ríe, uno de los miembros más mayores de la coral. A sus 80 años sigue haciendo una de las cosas que más le gusta, y es que cantar “es como un gusanillo que no se quita, una vez que empiezas no puedes parar”, también es su “terapia” y “aliciente personal”.
Rufino en un principio se mostraba “reacio” a viajar, fuera de España solo ha estado en Francia, y va a ser su primera vez en un avión. “Esto es una experiencia”, confirma, y a su avanzada edad, el octogenario cuenta que “quién sabe si en unos años estará o no”, por lo que va a aprovechar cualquier oportunidad que se le presente.
La Coral de Fuentearmegil es un grupo “humilde”, “modesto” y “digno”. Sus miembros están “orgullos” de lo que han conseguido y se muestran impacientes ante el viaje que les espera. Por problemas de salud o dependencia, alguno de sus miembros no podrán ir, por lo que serán sustituidos por cantantes de los pueblos de alrededor. Aun así, el próximo 11 de febrero cantarán a pleno pulmón en la Basílica de San Pedro.