La semana pasada acudí al preestreno de Gypsy, la cuarta obra de Antonio Banderas en el Teatro del Soho. La ambiciosa producción trae a Málaga uno de los grandes clásicos de Broadway.

Basada en la biografía de la actriz de burlesque Gypsy Rose Lee, el musical fue estrenado en Broadway en 1959, considerándose una obra muy adelantada a su tiempo por la temática que aborda. La biografía de Gypsy Rose describe la vida de la vedette y se centra en su madre, madame Rose, una mujer manipuladora y egoísta que dirige las carreras musicales de sus dos hijas con una pasión que en ocasiones se vuelve obsesiva.

Todas las divas del musical americano han soñado con interpretar el papel de Rose. A lo largo de los años su interpretación ha encumbrado a grandes actrices, desde Angela Lansbury hasta Lisa Minelly.

Magistral la interpretación de Marta Ribera, a la que acompaña un elenco a su altura. La interpretación de madame Ribera recuerda mucho a la realizada por Patty Lupone en 2008 y que le valió un Tony.

Pero el título de este artículo no es Gypsy Rose, sino Gypsy Orange, porque en este foro hablamos de economía, en este caso de la economía naranja.

La economía naranja es un modelo en el que la creatividad, la cultura y el arte son los motores del desarrollo económico y social. Según un informe elaborado por la UNESCO, las industrias creativas son una fuente importante de empleo, representando el 3% del PIB mundial e involucrando a más de 30 millones de personas en todo el mundo. Se proyecta que antes del 2030 la economía naranja represente el 10% del PIB mundial, de acuerdo con el G20.

La economía naranja ofrece una valiosa oportunidad para diversificar las economías de los países. Apostar por sectores creativos incrementa la adaptabilidad y resiliencia de las economías e impulsa el crecimiento económico de manera sostenible. La música, la arquitectura, la moda, el cine, el arte digital, las artesanías son sectores que crean empleo y contribuyen a la inclusión social.

La economía naranja impulsa el turismo sostenible a través del arte, poniendo en valor el patrimonio cultural de un territorio. El turismo cultural es un turismo de alto valor y más resiliente ante los cambios económicos como la innovación o la globalización.

Málaga también ha acertado al adoptar la economía naranja como uno de los motores estratégicos de desarrollo urbano. El término de economía naranja apareció por primera vez en el año 2013 en una publicación del Banco Interamericano de Desarrollo, pero en el plan estratégico de Málaga para los años 1992-1996 ya se ponía el foco en la cultura, consolidando el término en el plan estratégico 2014-2017 en el que ya se hablaba de Málaga de la Cultura y de la Málaga del conocimiento y la innovación.

Las nuevas tendencias en economía incluyen la economía circular o regenerativa, la economía verde y la economía colaborativa, modelos que tras el Covid han vivido un gran impulso y están alineados con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). La economía naranja también ha ganado posicionamiento en los últimos años.

La cultura junto con la tecnología e innovación es uno de los ejes principales de la planificación urbana de la ciudad. Las empresas extranjeras buscan en Málaga calidad de vida y la oferta cultural tiene un impacto fundamental en la calidad de vida.

Por poner una pega, algo se pierde en las grandes obras cuando se traducen, y me gusta más la versión original. Pero tengo que admitir que se me olvidó pronto. Poder ir al Mesón Ibérico a tomar el mejor plato de jamón de Málaga tras salir de una obra de Broadway en una noche cálida de octubre no tiene precio. Málaga, the place to be.