Antonio Moreno, en su negocio.

Antonio Moreno, en su negocio. Alba Rosado

Málaga ciudad

El asador de pollos más ilustre del barrio de San Andrés se despide por jubilación: tiene 50 años de historia

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Un cartel que reza ‘Se vende por jubilación’ luce en la fachada del asador de pollos San Andrés desde hace unas semanas. “¿Qué vamos a hacer sin él?”, pregunta al aire un señor canoso y con bastón en mano en la puerta del establecimiento. Desde hace años, este histórico asador de San Andrés es el protagonista de sus almuerzos y cenas varias veces a la semana por comodidad, pero sobre todo por su sabor. “Su pollo es el más bueno, no hay duda”, prosigue este vecino.

Detrás del asador San Andrés están Antonio Moreno y Ani López, una pareja que ya se ha convertido en una institución para su barrio por su buen hacer, pero sobre todo por su alegría, algo que todos los residentes de la zona destacan. Los padres de Antonio fueron quienes pusieron en marcha el local en noviembre de 1974, hace justamente medio siglo, cuando decidieron retomar su vida en España tras haber emigrado a Francia un tiempo. 

“Estuvieron 14 años al frente del local. A mi padre le dio una angina de pecho, se jubiló y decidió ponerlo en alquiler. Yo en aquel momento trabajaba en hoteles de la costa y decidí dar el paso de cogerlo. No quería que quedara en manos de un desconocido. Y así le hemos sumado a su historia 36 años más hasta llegar hasta aquí”, cuenta Antonio Moreno con una sonrisa a EL ESPAÑOL de Málaga.

Antonio Moreno, en su asador.

Antonio Moreno, en su asador. Alba Rosado

Moreno conocía bien cómo funcionaba el negocio. Cuando solo era un chaval, ya les echaba una mano a sus padres en el asador y siguió ayudándoles en sus ratos libres cuando encontró trabajo. En aquel tiempo, muy pocos negocios del estilo estaban abiertos en la zona. Tampoco había apenas pizzerías y hamburgueserías, por lo que su clientela era muy potente. “Muchos no lo recordarán, pero abríamos de día y de noche. Una venta tremenda. No estaba la autovía y todo el mundo tenía que pasar por la avenida de Europa para ir a La Luz u otros barrios”, recuerda.

El mayor cambio que Ani y Antonio dieron al local respecto a sus padres fue el hecho de implantar un mostrador de comidas caseras para llevar. La competencia empezó a ofrecerlas y ellos se sumaron a preparar estos tápers. Raciones de porra antequerana, callos o tortillas de patata llegaron en 1992 para quedarse hasta el fin de sus días.

Sin embargo, su “filón” siempre han sido los pollos y en concreto el aliño "secreto" que le añaden, receta de su padre. Ese que, por cierto, podrá heredar aquel que se quede con el asador. “A mí me encantaría que se lo quede una pareja joven. Van a tener mi ayuda para echar a rodar y todo lo que necesiten. Les diré este aliño y lo que haga falta para que puedan mantener la clientela”, dice Antonio, que no imagina su negocio con "varios empleados y un jefe".

Mantener a los clientes durante 50 años no es tarea fácil, pero la realidad es que lo ha conseguido. Ha visto crecer tras su mostrador a varias generaciones. Los que fueron niños de colegios de la zona ahora van con sus familias a comprar el pollo asado, algo que les emociona mucho. 

“Me quedé con parte de la clientela de mis padres, el resto la hemos ido ganando nosotros. Creo que ha sido importante no perder la línea que marcaron ellos. Además, mantener el asador impoluto y limpio también es fundamental. Cuidamos hasta la blancura de la ropa. Hay quien me conoce como ‘el limpio’, que me enteré hablando con algunos compañeros… Pues eso me enorgullece, ¿no? ¡Mejor que me llamen el guarro es!”, dice entre risas el dueño del establecimiento.

Una imagen de Antonio en el asador.

Una imagen de Antonio en el asador. Alba Rosado

En ese pequeño espacio ubicado en el número 82 de la avenida de Europa, Ani y Antonio han compartido miles de vivencias. Algunas buenas y otras peores, pero creen que todas han sido claves para avanzar día tras día. 

Pedidos que nunca se recogieron, averías de congeladores que les han hecho tirar a la basura kilos de productos, o algún que otro susto como un intento de robo el pasado año, entre “esas cosillas que dan irritaciones”. “Nos reventaron parte de la puerta de entrada y la persiana, pero creo que hicieron tal escándalo al intentarlo que debieron salir corriendo y todo quedó en una falsa alarma. Pero hubiera sido un jaleo. Nunca dejo nada de dinero, pero solo con que te roben los décimos de Navidad y te destrocen algo, ya te dan el día. ¡Solo con la que hay que liar con los seguros, imagínate! Entraron a plena luz del día, pero esa noche estuve a punto de dormir aquí haciendo guardia. Menos mal que una empresa de unos chavales del barrio nos ayudó rápido. Se llaman Persiana Rota”, recuerda.

Así quedó el local.

Así quedó el local.

Sin embargo, se queda con todo lo bueno, con los lazos que han estrechado con la gente. Antonio cree que si volviera a nacer, probablemente sería showman en algún espectáculo. Le encanta el cachondeo. Su puesto de cara al público, tras el mostrador, ha sido sin duda lo que más ha disfrutado de su trabajo. "Muchos vecinos de la zona son ya como familia. Celebramos con ellos las alegrías, pero también los momentos malos, vamos a los funerales a cumplir con ellos porque los tenemos de amigos después de tantos años siendo clientes", declara.

Pese a no ser de San Andrés, ha sabido adaptarse a uno de los barrios más humildes de Málaga con precios muy competitivos y entendiendo la situación de muchos de sus clientes. "Yo no he regalado lo que vendo, pero me he adaptado al lugar donde estaba. La gente lo sabe. Este barrio está lleno de buena gente. Tengo más amigos aquí que donde vivo", expresa.

A Moreno le encanta su trabajo, pero sus manos están desfiguradas justo a la altura de donde sujeta las tijeras para cortar los pollos a diario y no ha logrado su ansiada inmunidad al calor tras tantos años sufriéndolo dentro del asador, así que agradece que llegue ya su descanso.

"Reconozco que me da mucha pena acabar con el negocio familiar, pero no soy de esos que diga que no necesito la jubilación. La voy a disfrutar mucho. Me encanta la fotografía de naturaleza, leer y montar en bici. Si cuando trabajo la cojo dos o tres veces a la semana, cuando me jubile será día sí y día no. Yo no me voy a aburrir cuando me jubile", confiesa entre risas.

Hasta que llegue el cierre, que aún no tiene fecha definitiva, la pareja seguirá trabajando a diarios salvo domingos y lunes. Antes descansaban martes y miércoles, pero quieren ir haciéndose ya el cuerpo sobre lo que es un domingo como abuelos y no como dueños de un asador. "Nuestras hijas tienen sus vidas; una, de hecho, está en Canadá y no han querido seguir con el asador. Es entendible. Ahora solo queda que venga alguien que nos lo compre, que lo tenemos a buen precio, y quiera seguir dándole vida a esto", zanja.