No, esto no va de la libertad de expresión. Es algo más profundo, mucho más. La cuestión es si daña o no la reputación de la ciencia que un científico despliegue un discurso emotivo, emocional, que pueda alejarse de su tradicional y habitualmente deseable rigor. 

Una mayoría es tradicionalmente reacia a que los científicos se expresen libremente. En su cabeza, un concepto restrictivo de la libertad científica, contrario por ejemplo a que se hable desde la ciencia a favor de determinadas empresas, no vaya a ser que se escondan perversos intereses económicos particulares.  

La realidad es que, a escala mundial, el 70% de la ciencia se financia con fondos privados. Organizaciones benéficas como la Fundación Americana contra el Cáncer o determinadas fundaciones contribuyen colectivamente con miles de millones de dólares a estimular la innovación en sus respectivos campos. 

Un ejemplo. La investigación de la renombrada neuróloga Helen Mayberg sobre la estimulación cerebral profunda como tratamiento de la depresión no se financió con subvenciones públicas, sino mayoritariamente privada. Sin embargo, sus descubrimientos condujeron a otros ensayos y avances sobre la depresión. 

La mayoría podemos considerar que la ciencia financiada por los gobiernos es el santo grial de la investigación científica, pero en realidad no lo es. Sin unas señales de mercado adecuadas que guíen la dirección de la investigación, se pierden millones de los contribuyentes y se desperdician miles de horas de investigación. 

Conocido es también el agrio debate sobre determinados investigadores que colaboran con la industria de combustibles fósiles. A ellos se les cuestiona el posible impacto no deseado de sus investigaciones a la hora de solicitar una subvención. Se trata, dicen, de reducir el riesgo de lavado de imagen ecológico. 

Digamos que todo el mundo tiene derecho a su propia opinión. Y la ciencia no escapa a esta idea. O no debería. El científico no es ajeno a su condición de ser humano y de persona de ciencia al mismo tiempo. Eso sí, como científicos, deben pensar cuidadosamente de antemano la forma en que se expresan.  

Sería algo así como que no es bueno para la credibilidad de la ciencia dar discursos en los que te dejes llevar. Es un mito pensar que la ciencia está libre de valores. Es mejor reconocer que existen valores y luego se puede tener una conversación al respecto y mostrar dónde se está. Lo que popularmente se llama “mojarse”.  

Existen universidades que han decidido no colaborar más con empresas del sector de los combustibles fósiles, a menos que apoyen el Acuerdo de París sobre el clima. En la industria farmacéutica, sería muy difícil la cooperación con cualquiera de las partes. Y ahí hay un enorme dilema: ¿Quién decidirá si hay mentira o manipulación? Hablar como científico a favor de ciertas políticas climáticas no afecta en sí mismo su credibilidad, siempre que sea transparente sobre su postura y cuáles son sus valores. 

Pongamos otro ejemplo, como la carta de los rectores en respuesta al llamado de los estudiantes a cortar los vínculos con las instituciones de conocimiento israelíes. Las universidades consideran que esto va en contra de la libertad académica y no tienen la intención de aislar a los científicos israelíes.  

Por supuesto que no se debe permitir que la política se inmiscuya en la ciencia excluyendo a países. ¿Entonces por qué Rusia? En el Consejo Mundial de Investigación, la asociación mundial de financiadores de la ciencia ven este debate muy eurocéntrico. Consideran que hay tantos otros países en el mundo en los que hay guerra, que no debería ser un criterio para excluir a los investigadores de todo un país. 

Hablar como científico a favor de ciertas políticas climáticas no afecta en sí mismo su credibilidad, siempre que sea transparente sobre su postura y cuáles son sus valores. 

En las últimas décadas, las restricciones a la libertad académica y a la expresión pública de los investigadores se han vuelto más evidentes a nivel global. No se trata de un problema exclusivo de los estados dictatoriales: el auge del populismo autoritario también ha alimentado el fenómeno en todo el mundo, incluidos Europa y EEUU. 

A mi juicio, queridos socios del Nanoclub de Levi, la libertad académica y la libertad de expresión de los científicos significan más que la mera ausencia de mecanismos de control abiertos y de censura. La libertad académica y la libertad de expresión están intrínsecamente vinculadas, ya que la ciencia no puede desarrollarse sin la libertad de expresión. Y no por ello los científicos son lavadoras, lavadoras de imagen.