Llevo más de diez años como docente en la Universidad Camilo José Cela y, gracias a ello, he tenido la suerte de pasar muchísimas horas con jóvenes de diferentes edades.
A lo largo de toda esta década, siempre me ha gustado reflexionar y he escrito en diversas ocasiones sobre ello, sobre cómo han ido cambiando las diferentes generaciones universitarias: sus hábitos, sus inquietudes, sus aptitudes y actitudes.
Por ello, hoy quería hablar de las "brechas" de esas posibles carencias o desventajas con las que llegan algunos alumnos a la universidad, dependiendo de dónde han estudiado la educación primaria y secundaria, en relación, o no, de las posibilidades sociales y económicas de sus familias.
En cuanto a formación académica, por mi experiencia y por todo lo que he podido leer en estudios e informes, tanto la educación pública como la privada o concertada, forman a niños y adolescentes sin, a priori, grandes diferencias de nivel o calidad pedagógica, y todos pueden llegar, por conocimientos y calificaciones, a aquellos grados que deseen.
Obviamente, se entiende que, a pesar de todo, de que luego un centro escolar se convierta en mejor que otro, pedagógicamente hablando, va a depender de diferentes variables, como del equipo directivo y docente, pero también de presupuestos, asignaciones, ubicación, etc.
Lo siguiente y en lo que más se ha hecho hincapié durante los últimos años es en relación con lo que denominamos la "brecha tecnológica" que, indiscutiblemente, suele ir asociada a la "brecha social" de la familia.
Según Statista, en 2022 más del 87% los hogares españoles disponían de algún tipo de conexión a internet. Este valor es el más alto registrado durante todo el periodo y representa un incremento de más de tres puntos porcentuales con respecto a 2020.
Pero como explica UNICEF, en el tramo de ingresos más bajos (900 euros mensuales netos o menos), el 9,2% de los hogares con niños carecen de acceso a internet, lo que representa que cerca de 100.000 hogares no pueden conectarse a la red. En el otro lado, en hogares con ingresos de más de 3.000 euros mensuales, también hay un 0,4% de la población sin conexión a internet.
En cuanto al porcentaje de usuarios de internet en España en 2022, por edad, prácticamente desde el intervalo de los 14-19 años hasta el de los 45-54 no baja del 95%. Además, los ordenadores y los smartphones fueron los aparatos electrónicos más usados para acceder a la red, destacando especialmente los últimos con un porcentaje superior al 90%.
Todo esto nos dice que, aunque todavía aún hoy tenemos un alto porcentaje de la población sin el derecho universal a la conectividad, lo que supone ser víctimas de una "brecha social y tecnológica", la mayor parte de la ciudadanía española no solo tiene acceso a internet, sino que también dispone de algún dispositivo tecnológico, como mínimo, un smartphone.
Luego está la formación escolar. Los niños y adolescentes que hayan acudido a centros que tengan implantada la tecnología en la educación tendrán una mayor alfabetización digital y, con ella, el conocimiento del uso responsable y seguro de la tecnología desde edades más tempranas. Porque por mucho que de vez en cuando aparezcan titulares en los medios sobre si es positiva o no la digitalización de las aulas, lo que debemos entender las familias es que lo que se implanta en los centros escolares es la Tecnología Educativa como disciplina, con sus objetivos y metodología, no es el mero uso de un móvil, una tablet o un ordenador sin fines pedagógicos.
Por ello, en lo que a las competencias digitales se refiere, podríamos decir que la mayor parte de los adolescentes y jóvenes españoles, en principio, por disponibilidad de tecnología en el hogar y escuelas, podrían adquirir y desarrollar todas las capacidades necesarias para seguir su formación universitaria, en el caso de que sea el camino elegido.
¿Debemos seguir insistiendo en la importancia que tiene la alfabetización digital de los menores desde edades tempranas y su formación en materias tecnológicas? Sin duda, es más que necesario, porque sea cual fuere la formación y posterior carrera profesional que vaya a desarrollar en un futuro, sí o sí, la base teológica va a ser parte de ella. Ni qué decir que según el Foro Económico Mundial se crearán 97 millones de nuevos empleos debido a la aceleración tecnológica.
Pero si la tecnología hoy día es importante, lo que pasa a convertirse en imprescindible son los idiomas. Y es en esto, justamente, en lo que sí que he percibido una mayor desigualdad en el alumnado durante estos últimos años. Por un lado, tengo a jóvenes que salen de Bachillerato prácticamente con un nivel bilingüe de inglés y que, salvo excepciones, suelen provenir de colegios concertados o privados donde la incursión del idioma se hace de forma natural y real desde la infancia; y por otro, llegan alumnos con el nivel de inglés mínimo para aprobar (o ni siquiera) la EvAU, de colegios públicos y/o con su más que cuestionable bilingüismo.
Así que aquí sí que debo hacer un llamamiento a todas las familias que me lean para subrayar una vez más, aunque llevemos más de treinta años hablando de la importancia de estudiar inglés…, que deben fomentar el aprendizaje del inglés en sus hijos desde pequeños. Si el centro escolar no es bilingüe y no tienen las posibilidades económicas de enriquecer la formación con clases o viajes, afortunadamente, hoy, gracias a internet, hay cientos de recursos gratuitos, ya sea a modo de juegos infantiles, apps educativas, canciones o dibujos con los que podéis hacer que los niños y niñas se acostumbren a ver y oír contenido en ese idioma.
Porque como dice José César Perales, catedrático de Psicología de la Universidad de Granada, cualquier profesional que quiera estudiar o investigar sobre cualquier tema científico debe saber que tendrá que saber inglés, porque la mayor parte de la bibliografía científica no se encuentra en español.
Y no, da igual que ChatGPT, Bart o Copilot nos puedan traducir (¡o incluso resumir!), las conversaciones con compañeros, proyectos, viajes o conferencias, no nos “salvará el culo” ninguna IA.