La Hispania musulmana fue un infierno para los saqueos vikingos: esta terrible derrota explica por qué
- Un volumen ilustrado de Desperta Ferro reconstruye y analiza veinticinco de los choques más terribles y relevantes de la Era Vikinga (750-1100).
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A principios del año 844 un grupo de vikingos de la isla monástica de Noirmoutier, en la desembocadura del Loira, organizó una expedición en busca de aventuras y riquezas. Tras saquear y agotar las zonas costeras cercanas a los ríos del Imperio carolingio, se marcaron como objetivo los famosos tesoros de al-Ándalus. En su viaje, primero atacaron Gijón y A Coruña, donde fueron repelidos por los hombres del rey Ramiro I de Asturias. La flota, que comprendía entre 54 y 80 embarcaciones dependiendo de las fuentes y unos 2.500 guerreros nórdicos, siguió navegando hacia el sur. Conquistaron e incendiaron Cádiz y usaron la Isla Menor, a medio curso del Guadalquivir y cerca de Sevilla, como base naval.
Los vikingos irrumpieron en la ciudad el 1 o el 3 de octubre y la saquearon con total libertad durante siete días. Intentaron quemar la mezquita con flechas de fuego —solo lograron incendiar algunas partes del tejado— y muchos edificios. Según las crónicas árabes, "hicieron beber el cáliz de la muerte" a la población y "no se salvaron personas ni animales". Se llevaron muchos enseres de los ricos mercaderes y a mujeres y niños para venderlos como esclavos. Durante las siguientes semanas devastaron los territorios colindantes. Pero entonces llegaron los soldados de élite del califa Abderramán II, comandados por el visir (hajib) Isa ibn Shuhayd.
Como cuenta Kim Hjardar, uno de los mayores expertos sobre la guerra en el mundo vikingo, en El juego de Odín (Desperta Ferro), obra que analiza la Era Vikinga (750-1100) desde un prisma bélico, poniendo el foco en un puñado de batallas terrestres y navales relevantes en la Europa medieval, e inmersivo —el libro está ilustrado con una espectacular serie de fotografías de recreación histórica que contribuyen a imaginarse con más pavor la ferocidad de los combates—, el destino que le esperaba a esa expedición "fuera de lo normal" no era ni mucho menos exitoso.
Los andalusíes establecieron su cuartel general en un promontorio cercano a Sevilla, en la calzada romana que iba hacia Aljarafe. Tras varios encuentros iniciales tildados de pequeñas escaramuzas, ambos bandos entablaron un choque decisivo a las afueras de Tablada entre el 11 y el 17 de noviembre de 844. La batalla se libró tanto en tierra como en el agua, donde los barcos musulmanes iban equipados con fuego griego. "Los vikingos sufrieron una derrota terrible, con una pérdida de quinientos hombres, incluido uno de los caudillos, y al menos cuatro naves incendiadas", explica el doctor en cultura nórdica, vikinga y medieval por la Universidad de Oslo y profesor de Historia en el St. Hallvard College.
Tras más de cuarenta días de saqueos en la región, muchos vikingos acabaron siendo colgados de las palmeras en Sevilla y Tablada. Otros doscientos, incluido el jefe, fueron decapitados y sus cabezas enviadas al aliado del califa en Tánger como símbolo de la magnitud de la victoria. Los pocos guerreros nórdicos que lograron huir esquivando las pedradas de los habitantes de la zona pasaron el invierno en algún lugar de la costa portuguesa. A pesar del escarmiento, en el otoño de 845 volvieron al ataque lanzándose sobre Burdeos.
Hjardar subraya que el resultado esta batalla es reflejo de la eficacia con la que los árabes respondieron a la amenaza vikinga en comparación con los gobernantes francos e ingleses, que dependían del apoyo de los refuerzos militares de la nobleza: "Los nobles, por lo general, no tenían interés en ponerse al servicio del rey o arriesgar sus propias posiciones económicas y políticas gastando sus recursos en la defensa y la protección del reino. Debido a ello, muchos reyes europeos recurrían a pagar a los vikingos para que se mantuvieran a distancia o les ofrecían contratos como mercenarios, algo que nunca hicieron los gobernadores musulmanes de al-Ándalus. Todas estas circunstancias explican por qué la Hispania musulmana nunca fue un objetivo lucrativo para los vikingos".
La de Tablada es solo una de las veinticinco batallas que se reconstruyen, gracias a un extenso corpus de fuentes históricas y a la información proporcionada por la arqueología, en El juego de Odín, la nueva entrega de la siempre sorprendente serie de libros ilustrados de Desperta Ferro.
Arrancando con la batalla de Bråvalla, un símbolo central en la mitología vikinga y en su ideología de la guerra —lucha heroica, valentía, sacrificio y respeto a los caídos—, el historiador aborda episodios terribles —en el cómputo de bajas casi siempre se incluye la misma fórmula: "Se desconoce, pero muchas"— como el asedio a Constantinopla, con religiosos "despedazados a hachazos", otros más conocidos como el ataque a París y algunos realmente llamativos, como la ofensiva sobre la ciudad romana de Luna: por un tiempo, los guerreros del caudillo Hallstein pensaron que habían conquistado Roma y alcanzado la hegemonía mundial.
Además, Kim Hjardar acota las características de la idiosincrasia bélica vikinga —los niños empezaban a instruirse con armas desde los cinco años—, detalla sus armas predilectas —lo primera que adquirían los jóvenes guerreros era un hacha— y presenta sus tácticas de combate, siempre bajo la sombra y la protección de Odín. También persigue los escasos rastros de las mujeres combatientes de la Era Vikinga: "Quizás, como muchos sugieren, todas las mujeres guerreras son solo un mito, resultado de que mucha gente hoy en día quiera que sea así".